Dirty works, 2016. 280 páginas.
Tit. or. Volt. Trad. Javier Lucini.
Colección de relatos que comparten coordenadas con aquel Knockemstiff, retrato del otro lado del sueño americano, con personajes que viven en ambientes duros escasos de esperanza.
Personalmente me han gustado mucho menos que aquellos, les falta profundidad en fondo y forma. He disfrutado con la lectura y algunos relatos están muy bien construidos, pero en general no me han llamado demasiado la atención.
Todo lo contrario que aquí: Volt, de Alan Heathcock: Un libro de relatos destinado a ser un clásico que lo ponen por las nubes. Aquí también lo ponen muy bien: Volt
Está bien.
Winslow se despertó cubierto de barro. Era un nuevo día, el sol abrasaba, el arroyo volvía a sus márgenes. Winslow subió la colina, no encontró huellas, ni una sola prueba de la visita del hombre del tren. Pero seguía teniendo la sensación de que le perseguían. Se vistió a toda prisa y huyó hacia el sur. Al pie de cada cerro pensaba en Sadie y sentía que debía dar marcha atrás, que debía iniciar el largo camino de vuelta a casa. Pero entonces alzaba sus fatigadas rodillas y se encaramaba a la siguiente roca, y luego a la siguiente.
Bien entrada la noche, después de caminar todo el día sin nada que llevarse a la boca, se topó con una tienda de campaña amarilla junto a una camioneta blanca. Winslow ahuyentó a los mapaches que se disputaban los restos que habían dejado sobre una mesa de picnic, devoró unos bollos rancios de perritos calientes. Alguien se movió en el interior de la tienda, Winslow se llenó los bolsillos de pretzels y se esfumó no sin antes apoderarse de una caja roja de Graham Crackers.
Corrió sin dirección por el bosque, luego los árboles se abrieron y cruzó una carretera envuelto en la luz de los faros y los destellos de las luces de freno, hasta que el suelo volvió a cambiar y se precipitó por un oscuro cañón desarbolado.
Vagó durante semanas, despierto día y noche, comiendo bayas y berros, escarabajos y gusanos, algún pez ocasional, una marmota capturada con sus propias manos. Aunque la mente de Winslow
H0 había terminado de reconciliarse, su cuerpo había evolucionado. Al principio estaba siempre cansado, pero ahora caminaba iodo el día con determinación y sin dolor. Las extremidades se le habían endurecido, la tripa fibrosa parecía de granito, la barba y los cabellos encrespados y blanqueados por el sol, la piel horneada liasta convertirse en un pellejo rojizo.
Las primeras hojas comenzaron a mutar de color y Winslow se preguntó si su aflicción se desvanecería también con el cambio ilc estación. Las quemaduras del sol ya no le molestaban y cuando el aire otoñal se enfrió y él ni se inmutó creyó que había activado una vena apagada en el hombre hacía mucho tiempo bajo capas de mantas y edredones.
No pasó un solo día en el que no se plantease volver a casa. Algunas veces retrocedía una milla, a veces más, antes de que un estremecimiento de angustia le hiciese volver sobre sus pasos.
Un día de cielo plomizo, la lluvia sobre la malvarrosa conjuró el aroma del perfume de Sadie. Winslow corrió sollozando en la dirección que pensaba que le llevaría de vuelta a casa, corrió toda la tarde hasta bien entrada la noche y solo se detuvo cuando se topó con una pared montañosa. No había manera de evitarla; al venir había tardado dos días en subirla y bajarla.
Winslow se dejó caer de rodillas. Por el rabillo del ojo vislumbró una presencia y creyó que el hombre del tren había vuelto a encontrarle. Pero cuando se volvió a mirar solo era un pino desaliñado que se elevaba entre las rocas.
Winslow comenzó a lanzarle piedras. Le retorció el tronco como si fuese un pescuezo. Lo sacudió y lo estranguló contra el suelo. Se abrazó a sus ramas y trató de llorar, pero ya se le habían agotado las lágrimas. Bajo una luna pálida, Winslow supo que había dejado de pertenecer al mundo de los hombres y que ya solo le quedaba seguir vagando eternamente por los bosques como un hijo perdido de la civilización.
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