Debolsillo, 2011. 362 páginas.
Tit. Or. Skeleton crew. Trad. Francisco Blanco.
Incluye los siguientes relatos:
La expedición
Superviviente
Abuela
La balada del proyectil flexible
La balsa
Nona
Siempre he sido un defensor de Stephen King, de una imaginación desbordante y una prosa bastante mejor -en general- que la de cualquier escritor de best-sellers. Además de tener un buen olfato para el retrato y la construcción de tramas.
Pero este conjunto de relatos es, posiblemente, lo más flojo que he leído de él, con diferencia. Algunas ideas están bien, como el autocanibalismo, las abuelas nigrománticas o las inocentes chicas que despiertan instintos escondidos. Pero están escritas de manera bastante mediocre y en algunos casos con fallas estructurales.
Por poner un par de ejemplos, en La expedición se utiliza el truco del padre explicando a los hijos la técnica de teletransporte, y peor excusa no se puede tener. En Superviviente el protagonista está escribiendo un diario y no se sostiene que, en las circunstancias en las que acaba, esté por la labor de escribir cosas. Siempre he tenido la sensación de que se nota que King cobra por palabra, pero aquí se nota demasiado. Los relatos podían ocupar la mitad y no se perdería nada del contenido.
Se deja leer, que no es poco, pero King tiene muchas cosas mejores.
Comprendo que estés preocupado por Reg Thorpe. Pero a mí no me quita el sueño, porque el encargado de protegerle es mi hermano Rackne. Thorpe está muy nervioso porque teme que Jane lo deje, pero es que es muy egoísta. Es la maldición del escritor: son todos unos malditos egoístas. A Thorpe no le preocupa en absoluto lo que será de Rackne si él se va. O si se convierte en un bonzo seco. Por lo visto, nunca se le ha pasado por la cabeza, tan inteligente, tan sensible. Pero, afortunadamente para todos nosotros, esos problemas tienen una solución muy fácil, por eso te tiendo mis pequeños brazos y te la brindo, mi borracho amigo. Tal vez lo que a Ti te preocupe sean las consecuencias a largo plazo, pero te aseguro que no las hay. Todas las heridas son mortales. Toma lo que te es dado. A veces, te encuentras con un nudo en la cuerda, pero la cuerda siempre tiene un final. ¿ Y qué ? Bendice el nudo y no malgastes palabras maldiciendo la caída. Un corazón agradecido sabe que, al final, nos columpiamos todos.
»»Debes pagarle a Reg el cuento tú mismo. Pero no con un cheque personal. Reg tiene problemas mentales bastante graves y quizá peligrosos, pero no es un estúpido —Henry se detuvo y deletreó, e-s-t-ú-p-i-d-o. Luego, prosiguió—. Si le das un cheque personal se dará cuenta del juego en nueve segundos.
»Retira ochocientos dólares de tu cuenta privada y abre otra cuenta a nombre de Arvin Publi-
shing Inc. Asegúrate de que el banco donde la abras te proporcione cheques que parezcan realmente profesionales, nada de fotos de perritos ni vistas del Mediterráneo. Busca un amigo, alguien de tu confianza, y autoriza su firma en tu cuenta. Cuando te remitan el talonario, haz firmar a tu amigo un cheque por ochocientos dólares. Después, se lo envías a Reg por correo. De momento, estarás a salvo.
»Acababa así. Iba firmada por Bellis. No con una holografía, sino en letra de imprenta.
—¡Jo…! —exclamó Paul de nuevo.
—Cuando me levanté de la cama, lo primero que vi fue la máquina de escribir. Parecía que alguien la hubiese empleado como máquina fantasma en una película de tercera. La noche anterior era una máquina de oficina, negra, una Under-wood, pero cuando me levanté (con una cabeza de las dimensiones de Dakota del Norte) era de un color próximo al gris. Las últimas frases estaban mal escritas y borrosas. Miré la carta y me dije que mi máquina estaba dando sus últimas boqueadas. Pasé un dedo por ella y me lo llevé a la boca. Después fui a la cocina. Sobre el mostrador había un paquete de azúcar abierto y una cucharilla. Había un reguero de azúcar entre la cocina y el estudio.
—Alimentando a tu Fornit —comentó Paul—. Bellis era un goloso, o a ti te lo parecía.
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