Libros del asteroide, 2011. 246 páginas.
Tit. Or. Train to Pakistan. Trad. Marta Alcaraz.
La independencia de la India provocó la creación de dos naciones: India y Pakistán, segregadas por motivos religiosos. Los musulmanes que vivían en la India empezaron a emigrar a Pakistán y lo mismo pasó con los sijs a la inversa.
En un pueblo de la frontera se vivirá este triste trasiego de trenes, muchas veces cargados de muerte.
Un libro estupendo no sólo como testimonio de la época, también por sus personajes cargados de humanidad y por la tristeza de los hechos relatados. Entre otros un gobernador corrupto pero eficaz, un delincuente reformado, un agitador de conciencias incapaz de despertar al pueblo y los poderes religiosos locales.
Una buena reseña aquí: Tren a Pakistán
Muy bueno
Aquí al lado está la mezquita musulmana. Cuando le rezo a mi Gurú, el tío imán Baksh llama a Alá. ¿Cuántas religiones tienen en Europa?
— Hay cristianos de todo tipo. No se pelean por su religión como hacemos aquí. La religión no les preocupa mucho.
—Eso he oído —dijo Meet Singh cansinamente — . Por eso no tienen moralidad. Los sahibs y sus mujeres se mezclan con otros sahibs y sus mujeres. Eso no está bien, ¿verdad?
— Pero ellos no mienten como nosotros, y tampoco son corruptos y deshonestos como tantos de nosotros — respondió Iqbal.
Sacó su abrelatas y abrió la lata de sardinas. Esparció el pescado sobre una galletita y siguió hablando mientras comía.
— La moralidad, Meet Singhji, es cuestión de dinero. Como los pobres no pueden permitírsela, recurren a la religión. Nuestro mayor problema es dar a la gente más comida, más ropa y más comodidades. Eso puede conseguirse poniendo fin a la explotación de los ricos y acabando con los terratenientes. Y eso solo sucederá cambiando el gobierno.
Con una fascinación teñida de asco, Meet Singh observó al joven comerse el pescado entero, cabeza, ojos y cola. No le prestaba demasiada atención al sermón sobre el endeudamiento rural, la renta nacional media y la explotación capitalista que, mezclado con migas de galleta, salía de la boca del joven. Cuando Iqbal hubo terminado de comer, Meet Singh se levantó y le dio un vaso de agua de su jarra. Iqbal no dejó de hablar. Cuando el bhai salió, se limitó a alzar la voz.
La mem-sahib* del coronel de mi hermano todavía le envía cosas de Londres a mi sobrina. ¿Sabes, lambardar} Hasta le envió dinero para su boda y todo. ¿Qué esposa de oficial indio haría una cosa así? Iqbal trató de pasar al ataque.
— Caramba, ¿no queréis ser libres? ¿Queréis ser esclavos toda la vida?
Al cabo de un largo silencio, el lambardar respondió.
— La libertad debe de ser algo bueno, pero ¿qué conseguiremos con ella? Los puestos que ocupaban los ingleses serán para gente con estudios como tú, sahib babu. ¿Y a nosotros nos darán más tierras? ¿Más búfalos?
— No —dijo el musulmán — . La libertad es para la gente con estudios que luchó por ella. Nosotros éramos esclavos de los ingleses y ahora seremos esclavos de los indios instruidos o de los pakistaníes.
El análisis dejó a Iqbal asombrado.
—Lo que dices es totalmente cierto —asintió entusiasmado—. Si queréis que la libertad signifique algo para vosotros, los campesinos y los trabajadores, tendréis que uniros y luchar juntos. Echad al Partido del Congreso del gobierno, menudo hatajo de prestamistas. Echad a los príncipes y a los terratenientes, y la libertad significara para vosotros lo que vosotros queráis: más tierras, mas huíalos, el luí de las tiendas.
— Eso es lo c|ik’ nos dijo ese tipo —lo interrumpió Meet Singh—, ese tipo… ¿Cómo se llamaba, lambar-
dar} Camarada nosequé. ¿Tú eres un camarada, sahib babu} -No.
— Me alegro. Ese camarada no creía en Dios. Dijo que cuando su partido llegara al poder, secaría el están que sagrado del templo de Turun Tarun para plantar arroz. Dijo que sería más útil.
—Tonterías —replicó Iqbal. Lástima que Meet Singh no recordara el nombre del camarada. A ese hombre habría que denunciarlo en la oficina central, tendrían que llamarle la atención.
— Si no tenemos fe en Dios, seremos como animales — dijo el musulmán muy solemnemente—. A los hombres religiosos se los respeta en todo el mundo. ¡Mirad a Gandhi! Dicen que, además de los Vedas y los Shas-tras, lee el Corán y el Injil. Y lo alaban en todos los rincones de la tierra. He visto una foto de Gandhi en el periódico, estaba en una reunión de plegaria, se veía a un montón de hombres y mujeres blancos sentados con las piernas cruzadas. Una chica blanca tenía los ojos cerrados. Dicen que era la hija del gran lord. Ya ves, Meet Singh, hasta los ingleses respetan a los hombres religiosos.
— Por supuesto, chacha, tan cierto como que un anna es la dieciseisava parte de una rupia —asintió Meet Singh, acariciándose la barriga.
Iqbal sintió cómo se le avivaba el genio.
— Son una raza de cuatrocientos veinte * —dijo con vehemencia — . No creas nunca lo que dicen.
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