Alpha Decay, 2014. 350 páginas.
Antología con los mejores nombres de la narrativa actual alemana que incluye los siguientes autores y cuentos -o fragmentos de novela:
PETER HANDKE
El limpiabotas de Split
Epopeya de las luciérnagas
Una vez más una historia del deshielo
WILHELM GENAZINO
Si fuéramos animales
BOTHO STRAUSS
Habitar
ELFRIEDE JELINEK
Los hijos de los muertos
MARLENE STREERUWITZ
Entrecruzados
HERTA MÜLLER
Aquí en Alemania
REINHARD JIRGL
Foto 85 Foto 86
PETER STEPHAN JUNGK
La travesía del Hudson
SIBYLLE LEWITSCHAROFF
Killmousky
KATHRIN SCHMIDT
Brendel camino de Molauken
ILIJA TROJANOW
Retorno Tepe
SHERKO FATAH
Pequeño tío
ANDREAS MAIER
El otro día estuve en el cementerio El otro día en Wendland
MELINDA NADJ ABONJI
En el escaparate, en la primavera
GREGOR SANDER
La hija de Stüwe
DAVID WAGNER
Zorros en la isla de los Pavos Reales
TERÉZIA MORA
El tercer día tocan las cabezas «Lento, luego rápido»
ANTJE RÁVIC STRUBEL
En capas boreales del aire
CLEMENS MEYER
En chirona
XAVER BAYER
El espacio del no obstante
Soy tan bestia que he perdido los autores que más me han gustado y las cuatro notas que tenía sobre los fragmentos, aunque el nivel es excelente en la mayoría de los casos. Hay propuestas muy originales y escritores de gran belleza pero que me maten si les puedo decir cual es cual -además ya he devuelto el libro en la biblioteca.
Así que lo recomiendo, les enlazo unas reseñas y es dejo con los habituales fragmentos, que por suerte ya tenía escaneados: Cecilia Dreymüller, Confluencias, Panorama germánico y Cecilia Dreymüller.
Calificación: Bueno.
Extractos:
Pero en realidad espiaba de soslayo, y de la manera más furtiva posible, los senos de la mujer amamantadora. Cuando veo los pechos (o partes de éstos) en el escote de una mujer, al instante tengo que luchar contra un impulso de atracción desmedida, incluso en el caso de mujeres embarazadas. La prominencia del vientre hace pasar los pechos de las embarazadas a un segundo plano, mejor dicho, se vuelven muy discretos pero al mismo tiempo (por así decirlo) más caseros y compañeriles. El pecho de la mujer amamantadora era grande y blanco y estaba casi por completo al descubierto. Mi alegría (mi placer) fluía libremente de ida y vuelta entre la mujer y yo, porque ella seguía sin hacer el menor ademán de ocultar la lactación. Aunque el cuadro me gustaba sobremanera, sentí un dolor en el tórax. Porque lo curioso de la belleza es que uno sólo puede contemplarla. No puede uno llevarse nada de ella a casa o guardar una pequeña parte en un lugar especial. Lo único que puede hacerse con la belleza es mirarla con los ojos como platos, no se le puede sacar nada más. Después de haberla contemplado largo rato hay que marcharse. Si ha visto mucha belleza de golpe (por ejemplo, Venecia o la amena comarca montañosa de Vordertaunus) y luego tiene que desaparecer con las manos vacías, el hombre se vuelve un tanto melancólico. Por eso era sensato conformarse con dosis de belleza reducidas. El problema de ese momento consistía en que no acababa de ponerme de acuerdo conmigo mismo en si un pecho de mujer ampliamente descubierto era una belleza pequeña o mayor.
Helge en el restaurante—. Helge, sí. ¿También te contó que Lukas hoy vuelve a vivir en casa de sus padres? Después de dos años en el psiquiátrico. Volvió de la trena de la calle Augusten, y ya no era el mismo. Allí dentro, ya no sabía qué hora era, ni mucho menos qué día; no le dejaban dormir y cada vez le interrogaban sicarios nuevos. Así iba durante diez semanas y entonces simplemente lo soltaron. Bastó. Estoy segura de que mi padre estaba metido en esto. Pero también Helge tenía razón. He ido corriendo de un padre a otro. Lukas me explicaba un montón de cosas. Me enseñó un mundo completamente nuevo. Estaba colgada de sus labios en más de un sentido. Los libros en mi piso son todos suyos. Después de la trena volvió a vivir conmigo. Pero sólo funcionó durante unas semanas. El creía haber traicionado a gente, sin saber decir realmente con qué. Ninguno de nuestros amigos hasta ahora ha encontrado nada sobre esto en su expediente. Y en los interrogatorios le habían contado cosas que sólo podía saber yo. El piso estaba de arriba abajo infestado de micrófonos. Aunque eso entonces todavía no lo sabíamos. Al fin y al cabo yo era la hija del mayor Stüwe. El intentó creerme. Sin embargo, en algún momento, todo su odio se dirigió contra mí. «Eres una puta de la Stasi», gritaba una y otra vez al final.
Lloró y cogió mi mano. Después lanzó una piedra sobre la arena mojada, me miró a la cara, me abrazó y me besó.
—Una vez me encontré con mi padre en la ciudad. En la Neuer Markt, que entonces todavía se llamaba plaza Ernst Thálmann, aunque ya había caído el Mu.ro. Nos detuvimos el uno frente al otro, como en un duelo, y yo quería gritarle, quería preguntarle por Lukas. Pero no conseguí pronunciar ni una palabra, como en una pesadilla en la que no puedes gritar, ¿sabes? Sólo que no era ningún sueño. Me miró a la cara y no pude reconocer nada en su mirada, ni vergüenza, ni arrepentimiento, ni tampoco amor por mí, y entonces simplemente siguió su camino, sin decir una palabra.
—¿Y por qué fuiste allí ayer?
—Pues, por mi madre. Es una burra integral, siempre se sometía a él, pero sufría terriblemente por no haberme vuelto a ver. Ahora yo tengo una hija, y de repente ves las cosas de otra manera. Me echaba de menos, me encontré con ella a escondidas y entonces me convenció de venir a su cumpleaños. Era su único deseo. Y a mi padre, bueno, ya le has visto.
Cogí una piedra plana y la lancé sobre el agua. Saltó tres veces antes de hundirse, y me volví de nuevo hacia Andrea, y antes de poder decirle algo me preguntó:
-¿Helge?
Asentí con la cabeza.
—Allí estaba. A mi lado cuando lo de Lukas se fue de madre y le llevaron a Gehlsdorf, al psiquiátrico. Helge había venido a Rostock para estudiar Farmacia, había ocupado un piso, e iba a la parroquia de San Pedro. Él tampoco creía en Dios, como yo, sólo que a mí me hubiese gustado creer en Dios. Quizá hubiese sido el padre adecuado. Helge estaba allí sólo por razones políticas. Y yo le gustaba, estaba enamorado de mí. Yo quería un hijo, cuanto antes, y a él entonces le hizo tanta ilusión.
—¿Y qué pasa conmigo? —pregunté finalmente. Andrea agarró la capucha de mi chaqueta.
—Hombre, tú —dijo y me besó.
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