Anagrama, 2010. 136 páginas.
Tit. Or. Des bibliotêques pleines de fantômes. Trad. David Stacey.
El título no se entiende bien sin esta definición que aparece al final:
Fantasma: papel o cartón que se pone en el lugar de un libro retirado de un estante de biblioteca, de un documento que ha sido prestado.
Suele decirse que, ante un cambio tecnológico o de paradigma, sólo se puede ser apocalíptico o integrado. Pues no, también se puede ser nostálgico y sensato. En este libro el autor habla del amor a su biblioteca con ternura y apasionamiento pero sin ánimo de convencer, criticar a las nuevas tecnologías o erigirse en adalid del papel frente a nada.
Le entiendo a la perfección, ya que me siento igual. Aunque mi biblioteca apenas llegará a los 5.000 volúmenes, entiendo lo que tiene que ser tener una de 20.000, y me gustaría tenerla si las circunstancias de mi vida fueran otras. Dicho esto si eres un lector compulsivo puedes hablar de tu pasión con entusiasmo, sin tener que poner a la literatura como principal vía de acceso al conocimiento (como denunciaba Víctor Moreno en La manía de leer).
Les pondré muchas citas, porque a pesar de su brevedad el libro da para mucho. Si son lectores compulsivos no pierdan el tiempo con ellas y vayan a buscarlo, será como hablar con un amigo.
Lo que pasa cuando se tiene una biblioteca de gran tamaño y sus posibles peligros:
Una biblioteca no especializada, o mejor dicho especializada en tantos campos que acabó siendo generalista. Disertamos durante toda la comida sobre la felicidad y la maldición de nuestra suerte: los libros son caros cuando se compran, no valen nada cuando se revenden, alcanzan precios astronómicos cuando hay que encontrarlos una vez que se han agotado, son pesados, se empolvan, son víctimas de la humedad y de los ratones, son, a partir de cierto número, prácticamente imposibles de trasladar, necesitan ser ordenados de una manera específica para poder ser utilizados y, sobre todo, devoran el espacio. (He llegado a tener un baño con paredes tapizadas de estanterías, lo que imposibilitaba el uso de la ducha y obligaba a bañarse con la ventana abierta para evitar la condensación; y también anaqueles en la cocina, con lo que ciertos alimentos de olor particularmente penetrante estaban prohibidos. Como muchos de mis cofrades, ¡no tuve sino hasta tarde una situación inmobiliaria que me permitiera satisfacer mis ambiciones bibliófagas!) Sólo la pared de mi dormitorio en la que se encuentra la cabecera de la cama ha quedado siempre libre debido a un viejo trauma: me enteré, hace muchos años, de las circunstancias en las que murió el compositor Charles-Valentin Alkan, apodado el «Berlioz del piano»; lo encontraron muerto el 30 de marzo de 1888, aplastado por su biblioteca. Cada hermandad tiene su santo mártir y el mayor de los Alkan, pianista virtuoso admirado por Liszt y que heredó los alumnos de Chopin a su muerte, es sin duda el de los locos por las bibliotecas. Como de las leyendas griegas, existen varias versiones de su trágico final; hay quien dice que fue un pesado paragüero lo que le cayó encima, pero ante la duda… Así pues, poseo en mi discoteca, a modo de homenaje a esta víctima tutelar de nuestra dulce e inofensiva manía, un vinilo RCA clásico con su Gran Sonata Las Cuatro Edades, grabada al piano en enero de 1979 por Pierre Réach.
En mi primer piso compartido en Barcelona una estantería con mis libros se desprendió de la pared y se cayó rompiendo un mueble pero sin que tuviéramos que lamentar daños personales. Yo tampoco dormiría con libros encima de mi cabeza.
La curiosidad por la vida, por el conocimiento, va más allá de la muerte (sabemos que no podremos aprender todo lo que queremos, pero vivimos como si fuera a ser posible). El mejor ejemplo:
(Recuerdo esa historia que leí en algún sitio sobre un condenado a muerte durante el Terror revolucionario que leía un libro en la carreta que lo llevaba a la horca y que marcó la página en la que se había quedado antes de subir al patíbulo.)
O Victor Hugo en Marión De Lorme («El rey: ¿Por qué vives? I L’Angely: Vivo por simple curiosidad»)} La lectura expande nuestra realidad, forzosamente limitada, y nos permite penetrar en épocas lejanas, en los corazones, las almas y las motivaciones de los hombres, así como conocer costumbres ajenas, etc. ¿Cómo detenerse cuando se vislumbra la oportunidad de escapar de un mundo limitado? La libertad estaba al alcance de la mano, se trataba de leer, de leer más y más para poder seguir albergando la esperanza de escapar al propio destino. Para convertirme en un lector bibliómano bastó con añadir a esta curiosidad infinita cierto espíritu sistemático que me empujó a leer todos los libros de un autor, luego los libros sobre su persona, luego los de otro autor, así como todas las obras dedicadas a un tema, la literatura de cierta época o país y, también, que quisiera conservar todos los libros leídos conforme se fueron acumulando y agregar a éstos los recién publicados sobre el tema, y que con el tiempo me fueran interesando más y más temas.
Comparto ese espíritu sistemático que es más raro de lo que parece, pero que tan buenos resultados daba antes de la aparición de internet.
Leer es también olvidar:
Menciona también el olvido en el que caen la mayoría de nuestras lecturas: «De entrada, en la medida en que la lectura es el lugar de la evanescencia, resulta difícil saber con precisión si se ha leído o no un libro.» Ya que incluso cuando el libro se ha leído, y lo suficientemente bien como para que haya ocupado un lugar en nuestra mente, a veces no queda de él más que el recuerdo de la emoción sentida durante la lectura, y nada preciso en lo que a su contenido se refiere (uno sigue regalando el libro años más tarde porque recuerda haber experimentado un gran placer al leerlo, pero es incapaz de comentarlo con el destinatario porque ha olvidado absolutamente todos los detalles).
¡Cuantas veces he regalado Billar a las nueve y media sin acordarme de maldito el detalle! Sólo la sensación de que era un libro maravilloso.
Internet cambia las cosas pero ni a mejor ni a peor:
Se podría pensar que Internet lo ha trastocado todo. Por supuesto que sí, y es incluso una de las razones que me han empujado a escribir este librito. ¿Habría formado la misma biblioteca si hubiera sido de la generación Internet? Probablemente no. Si uno cree lo que dicen las estadísticas sobre el tiempo libre que de promedio pasa la gente frente a una pantalla de ordenador o de televisión, ¿cuándo leer? Internet y la televisión generalizada han eliminado el aburrimiento, que siempre ha sido el aguijón más poderoso de la lectura, pero ¿hay que lamentarlo? Además, la facilidad para conseguir libros a distancia —ya sean nuevos o usados—, la puesta a disposición de los textos fundamentales, la consulta de los textos digitalizados en los que es, por ejemplo, tanto más fácil encontrar un trozo concreto, transforman inevitablemente la condición de la biblioteca, que ya no es más que una manera, entre otras, de acceder al conocimiento.
Resulta increíble que alguien amante del papel escriba algo con sentido común y sin gritar sobre internet, esto es una buena muestra de la inteligencia del autor. Yo tampoco soporto los libros tras un cristal y practico una variante de prestar/regalar los libros:
Y la idea de libros detrás de cristales me resulta, no sé por qué, insoportable. En cuanto al famoso adagio «libro prestado, libro perdido», la solución es muy sencilla: no prestar, sino regalar, y así las cosas están claras. ¡Esto, por supuesto, tiene sus límites!
No es lo mismo buscar que encontrar:
Ahora es infinitamente más fácil que antes encontrar un libro agotado en Abebooks, un sitio que reúne a 13.500 vendedores de libros de segunda mano de todo el mundo. Sí, pero uno encontrará sólo lo que busca, a diferencia de lo que ocurre en una librería de viejo, donde uno puede tropezarse con un libro cuya existencia ignoraba hasta ese momento.
Ante las apariciones marianas, preguntas pertinentes:
En cuanto a Bernard Berenson, cuando se enteró de que se le acababa de aparecer la Virgen a Pío XII, hizo inmediatamente la pregunta que se plantea a todo historiador del arte: «¿En qué estilo?»
Una delicia de libro.
Calificación: Muy bueno.
4 comentarios
Claro, un libro para lectores, que por ejemplo llevan semanas pensando como ordenar los libros en un estante nuevo. ¿Por tamaño y color? ¿Por autor? ¿Por país? ¿Por género?
Lo adecuado es siempre por tamaño y color 🙂
Quizás, pero descartar los otros ordenamientos es doloroso. ¿Cómo no acercar Saki a Kipling y Wilde?
No puedo dormir.
Este es uno de los apartados del libro, el sufrimiento de no poder tener una clasificación perfecta. Yo creo que hasta 4000 libros se pueden clasificar bien, que más o menos te acuerdas de donde está todo por zonas. Con 20000 no quiero ni imaginármelo.