Siempre es buena noticia la aparición de un libro de divulgación científica, máxime cuando tiene la calidad, frescura y buen hacer que tiene José Ramón Alonso. Un autor que desconocía y al que intentaré seguir de cerca.
El libro es una colección de mini historias relacionadas con la neurociencia, a veces de forma directa y otras más tangencial. No es, como dicen en la contraportada, al estilo Stephen Jay Gould. Los artículos de éste siempre intentaban llevar agua a su molino, tomaba cosas alejadas de la evolución para acabar relacionándolas dentro de su esquema conceptual. José Ramón Alonso también nos cuenta historias curiosas, nos descubre enlaces desconocidos entre temas aparentemente distantes, pero su afan es siempre divulgativo.
Que sean capítulos cortos tiene un riesgo, es difícil parar, siempre dices uno más y a dormir, pero cuando haces pop, ya se sabe. Lo devoré en dos tandas. Se tratan muchos temas, entre mis preferidos el que trata de los bebés (dejo un extracto), la recuperación de la figura de Negrín, el descubrimiento del Alzheimer, los trucos para enamorar (dejo otro extracto), las vicisitudes del cerebro de Einstein, los principios morales de los monos (dejo extracto y vídeo muy ilustrativo), y el último sobre Fray Junípero y el autismo, que casi me hace llorar.
También aparecen Freud, Dalí, Turing, Lenin, Leonardo Da Vinci, la anorexia, la vacuna de la poliomelitis y un largo etcétera siempre explicados con rigor, con mucha amenidad y con un colofón de referencias donde aprender más sobre los temas. Como curiosidad el final del libro se terminó de imprimir en la fecha es la del nacimiento de John Dalton y nos cuentan un poco de su vida.
Más libros de divulgación como éste hacen falta en el mundo. Otras reseñas: La nariz de Charles Darwin’ de José Ramón Alonso, La nariz de Charles Darwin… y Recomendación literaria: La nariz de Charles Darwin y otras historias de neurociencia.
Calificación: Muy bueno.
Extractos:
El mundo sensorial de los bebés también está muy desarrollado. El olfato es activo desde el momento de nacer. Las sensaciones quimiosensoriales, olfato y gusto, van acompañados desde los primeros instantes de vida postnatal, de reacciones afectivas contrastadas. Hay olores y sabores que causan atracción y bienestar en los recién nacidos, mientras otros les causan rechazo y repulsión. Es curioso que esas preferencias concuerdan bastante con las de los adultos, aunque es dudoso que sean innatas. Jacob Steiner de la Universidad de Jerusalén expuso a recién nacidos a una paleta de distintos olores (plátano, mantequilla rancia, vainilla, marisco y huevo podrido) y los bebés escogen los mismos que usted escogería. Es posible que sea un mecanismo de defensa. Muchos de los olores que nos resultan más desagradables son los que aparecen en alimentos estropeados por lo que su ingestión tendría un alto riesgo para la salud.
No sólo es el olfato el único sentido que ya funciona de una forma significativa en un recién nacido. Un equipo del Instituto de Psicología de Budapest midió la percepción del ritmo en un recién nacido usando un encefalograma. Los investigadores tocaban un ritmo de rock a 14 bebés de dos o tres días de edad, mientras dormían. La secuencia musical tenía en ocasiones una nota menos, un sonido que faltaba. Cuando eso sucedía, el bebé tenía una respuesta cerebral que señalaba que sus expectativas sobre ese ritmo habían fallado, que notaba que faltaba algo. Por tanto, el cerebro de un bebé recién nacido ya sabe seguir y entender un ritmo. No sólo eso, el niño recuerda y prefiere la música que oyó cuando estaba en el útero. Se ha hecho un experimento donde la madre pone una canción que le gusta durante
los últimos tres meses de embarazo. Un año después los niños prefieren esa canción a otra parecida desconocida. Y, en general, les gustan los ritmos vivos, rápidos, antes Mozart que cantos gregorianos.
Quizá lo más llamativo es que desde el principio, las crías de los humanos tienen un poder mágico, el poder de aprender. Los bebés pueden asociar una nueva información a una experiencia sensorial. Schaal y Delaunay-El Allam vieron que si extendían una pomada con olor a manzanilla sobre el seno materno, el recién nacido, que nunca había tenido acceso a esa sustancia, empezaba a preferir ese olor a cualquier otro. El bebé memoriza los olores naturales de su madre, los del pecho, el cuello y las axilas. Parece que los recién nacidos tienen una «teoría mental» sobre el mundo y su capacidad de aprender confronta esa imagen teórica con los datos que van captando de la realidad. Son como pequeños científicos que estuvieran constantemente generando hipótesis y descartándolas cuando las evidencias no encajan. También se ha visto que los bebés antes de saber hablar y entender los roles sociales ya relacionan conceptos como poder y dominio con tamaño. Lotte Thomsen y su equipo de la Universidad de Harvard han usado una pequeña animación de ordenador donde se ven dos bloques de distinto tamaño enfrentados entre sí. Los investigadores registraban hacia dónde miraba el bebé para saber quién esperaba que ganase la batalla y él, tan pequeño e inocente, ya esperaba que ganase el más grande.
La primera gran sorpresa en los estudios sobre las capacidades de aprendizaje de los niños fue qué pronto se desarrollan. Las investigaciones sobre el sistema olfatorio demuestran que el aprendizaje, la memoria, las preferencias de cada uno de nosotros comienzan incluso antes del nacimiento. Se ha visto que aromas complejos como los del comino, el curry, el anís, el ajo, el chocolate o la zanahoria pasan fácilmente al compartimento fetal. Parece que el cerebro del feto puede retener esta información sensorial y aplicarla después del nacimiento, prefiriendo los olores de aquellas cosas que su madre tomó al final del embarazo. Es también curioso que todos los bebés, incluso los alimentados con leche artificial, prefieren el olor de la leche materna,
4) Comparte detalles íntimos de tu vida… pero sin olvidar los riesgos que implica confiar en un desconocido. Arthur Arun, psicólogo de la Universidad de York, llevó a cabo el siguiente experimento: A varias parejas de desconocidos les pidió que pasaran treinta minutos de temas muy personales y que dedicaran luego otros cuatro minutos a mirarse a los ojos. El porcentaje de parejas en las que surgió una fuerte atracción fue muy superior al que habría cabido esperar en otras circunstancias. Por cierto, algunas de las parejas que participaron en este estudio para valorar las ventajas de compartir detalles íntimos terminaron en boda.
Mi experimento favorito de De Waal es uno en el que se entrenaba a monos capuchinos a realizar un test sencillo cuya recompensa era un trocito de comida: un pedazo de pepino. Ocasionalmente cambiaban la recompensa por algo más dulce y atractivo, mucho más tentador, una uva. Se ponía a dos monos juntos a hacer el mismo experimento, de manera que se veían entre sí. Si los dos monos eran premiados con pepino, les gustaba hacer el test y lo repetían siempre que se les proponía. Son como nosotros, les gusta la novedad, la competencia, los retos, resolver un enigma. Pero si uno de los dos monos empezaba a recibir uvas como recompensa y el otro seguía con los trozos de pepino, el que recibía pepino miraba asombrado, luego se enfadaba y tiraba el trozo de comida (de hecho se lo tiraba al experimentador) y finalmente se iba a una esquina de la jaula y se negaba a hacer más tests.
2 comentarios
Hola:
excelente recomendación que anoto.
El experimento de los capuchinos se lo he puesto a alumnos de mi tutoría en 2 ESO y ha sido recibido con un éxito colosal, en lo que a la parte humorística se refiere. Lo que no sé es si han captado el fondo del asunto – a veces pienso que es muy profundo y otras que es absolutamnte trivial-
Por cierto,arrimando el ascua a la sardina,algunos de estos experimentos empezaron muy cerquita de donde vivo http://www.somosprimates.com/2010/09/la-casa-amarilla-de-tenerife/
Saludos.
Yo creo que es bastante profundo. Gracias por el enlace, un artículo muy interesante que desconocía completamente.