César Aira. Una novela China.

octubre 12, 2006

Ed. DeBols!llo, 2004. 174 páginas.

AiraNovelaChina
Paciencia recompensada

Ya confesé en la reseña de Ema, la cautiva que me había sorprendido la calidad de César Aira. Tanto que compré este libro al poco de terminar el anterior. Son tan diferentes que no parecen del mismo autor.

Lu Hsin es una persona sorprendente; ingeniosa, inteligente y sobre todo, paciente. Sus actos son tan sutiles como efectivos. No es de extrañar que para alcanzar el amor tenga que recorrer un camino sinuoso y sin garantías. ¿Tendrá un final feliz el extraño juego que su talento ha comenzado?

Si la comparo con Ema la cautiva sale perdiendo. Pero el talento de Aira me sigue pasmando. Si en Ema no podía imaginar de dónde había sacado a esos indios barrocos, en Una novela china me cuesta entender como puede crear esos personajes, chinos hasta la médula. ¿Pero este hombre no es argentino?

Es una novela de fácil -y engañosa- lectura. Como un paseo por un jardín chino. Al acabar el recorrido uno sólo puede decir ha sido bonito, me ha gustado. Y quedan ganas de volver, claro, porque algún trozo del paisaje está pidiendo una nueva visita.

A mi amigo ericz no pareció gustarle El mago, también de Aira, pero mi marcador muestra dos de dos. Novelas breves, bien escritas y originales ¿hay quién dé más?

Escuchando: Suite nº 1, Obertura. Juan Sebastián Bach.


Extracto:[-]


—El respeto a las formas —decía Wen Tsi— no es tanto la conservación de lo mismo como la observancia del ritmo con que lo mismo adopta formas diversas. Ahí es donde ha fallado Chen a mi juicio: desde el momento en que alguien puede preguntarse, como lo venimos haciendo nosotros, si su estilo es real o sólo un espejismo, el artista como tal deja de existir para la historia de la etiqueta; no importa que la respuesta eventualmente le sea favorable.
Era un hombrecito pequeño, muy pálido y arrugado, con una formación anticuada en la que creía de una vez para siempre, y que apenas si teñía imperceptiblemente una tenue puesta al día en marxismo. Se lo habría dicho un teórico en Emperatrices, un reductor de ciudades trasladado por error al campo. Salvo que usaba invariablemente ropa occidental: pullóveres de cuello alto, y pantalones de franela, bajo los cuales las sandalias y las gruesas medias de lana verde constituían un anacronismo más. Le gustaba hablar, y como era endiabladamente tímido sólo lo hacía en ocasiones muy íntimas. Siguió exponiendo su punto de vista, mientras sostenía con índices y pulgares una tacita de té.

—Chen como pintor falla en las exterioridades, y no debería asombrarnos que haya sido más apreciado en Occidente…

—No es exacto —acotó el señor Hua.

—… donde el desprecio de las formas ha llegado a constituirse en la razón de ser del arte. La manifestación de un dolor o un anhelo, tan alabadas en su pintura, no son sino construcciones mentales a cargo del espectador, y es precisamente de ese exceso de trabajo al que obliga de donde nace, por inercia, el trabajo suplementario en el espectador de preguntarse si su obra no será un fraude al fin de cuentas.
Esbozó una sonrisa seca, como si él mismo se hubiera convencido al fin con una buena argumentación. El señor Hua era delgado en la parte superior del cuerpo, pero con gruesas caderas de matrona.

—Mi honorable amigo —dijo—, confunde elementos distintos: sus razonamientos se aplican al dibujo de Chen, pero no a su arte de colorista y poeta de la construcción pictórica.

—No entiendo de sutilezas técnicas —dijo Wen Tsi, que se proponía demostrar precisamente que las entendía mejor que su interlocutor— pero si he podido entrar en la discusión, y apreciar la peculiar ambigüedad…

—¿Llueve? —preguntó Lu levantando la cabeza de su taza de té.

—Mmm… así parece —dijo brevemente el señor Tsi, y prosiguió—: … de su desatar los hilos antiguos de la etiqueta de los movimientos amplios de la naturaleza…
Su perorata, por un súbito mimetismo, tomaba la cadencia aburrida del ruido de la lluvia. Con su paso bamboleante, el señor Hua había ido a la ventana. Efectivamente, estaba lloviendo, y se preguntaba cómo lo habían adivinado, pues era un movimiento atmosférico tan mudo como el desprendimiento del polen. Pensó que la casa de Lu Hsin era un buen refugio, en cuyo interior se extinguían los ruidos, pero no tanto como para ocultarles el inconveniente de volver a sus casas, pues no habían traído paraguas; y como era primavera, inevitablemente se formarían charcos. Se quedó un momento en la ventana, vagamente incómodo.

Los tres amigos se reunían por lo menos una vez a la semana en casa de Lu. Uno de los temas sobre los que volvían siempre era el que los ocupaba en esta ocasión: un pintor de la época de decadencia de los Ming (principios de siglo xvn), Chen Hong-Cheu, de Che-Kiang. Su obra, especialmente su famosa serie de retratos, pero también sus escenas imaginarias, paisajes e ilustraciones de situaciones búdicas, mostraban rasgos acentuados de deformación, como en ningún otro artista de su época. Deformaciones tan constantes, y por momentos tan enigmáticas en cuanto a sus finalidades estéticas, que desde entonces se discutía sobre la realidad de sus dotes; bien podría haber sido, decía la voz escéptica de cada cual, que Chen hubiera sido un fraude, un torpe. La duda volvía más fascinante su obra, y el encanto hacía más difícil la resolución de la alternativa.

Aunque aldeanos, los tres amigos no posaban de eruditos; tenían la elegancia suficiente como para reconocer, siquiera implícitamente, que ponían en Chen Hong-Cheu sólo sus deseos de conversar y las fluctuaciones de su imaginación.
Lo cual se probaba ahora mismo. La visión de la lluvia había causado melancolía en Hua, y se le ocurrió algo novedoso sobre el tema:

—Quizás —dijo— no es necesario que nos interroguemos sobre la verdad del estilo de Chen. Quizás bastaría con adivinar sus estados de ánimo.
Los otros dos lo miraron intrigados: después de tantas sutilezas, eso parecía un retroceso notorio.

—Las dos cosas van juntas —dijo suavemente Wen Tsi.

—En efecto. Pero no necesariamente para nosotros.
Lo pensaron. El dueño de casa volvió a servir té. Tenía una bata de sarga y un gorrito con el que cubría su calvicie bastante avanzada cuando temía que podía pescar un resfrío. Los tres encendieron cigarrillos, y consideraron el volumen de luz que entraba por las dos ventanitas de la sala. Era una luz gris, con cierta humedad por contagio imaginario: la luz peculiar de la lluvia, con su extra de esplendor, siempre tan discreto.

—Los estados de ánimo —dijo el señor Lu— son de quien los experimenta, efectivamente. Y con un estilo sucede lo mismo. Sólo que en ocasiones el estilo, como un dragón, se desliza sobre los estados de ánimo de la humanidad entera, como la luz sobre los objetos…
Hua sacudía la cabeza con gesto fatalista:

—No era a eso a lo que me refería.

Hua, pensaban sus dos contertulios, era un melancólico; por dentro era una verdadera señora; la forma de sus ancas no desmentía su modo de sentarse en el mundo.
Uno de los gatos se hizo notar de pronto, con un pequeño maullido. Como si lo hubiera oído, desde afuera respondió un pájaro, de los que se refugiaban en el alero de Lu los días de lluvia: una golondrina. El gato fue al centro de la sala, y lo siguió perezosamente el otro; los dos eran de un blanco amarillento, uno de ellos con máscara negra. El primero saltó al vano de la ventana y miró un instante, tal como lo había hecho Hua. Después volvieron a sus almohadones. Los sobresaltó un aleteo, y quedaron un rato con las orejas erectas. Había huecos en la inserción de las vigas del cielo raso, y las golondrinas debían de estar presentes también en la reunión, aunque ocultas.
Fue el turno de Lu Hsin de dar su propia opinión sobre el caso:

—A mi juicio, lo que propone Chen con la ambigüedad de su destreza, es nuestra comprensión. Se supone que al fin de una larga o breve deliberación ante sus obras, deberíamos llegar a una comprensión: es real, o es un fraude. Pues bien, en un sentido u otro, nuestra conclusión será incomunicable, por cuanto la comprensión misma es incomunicable. Y no me refiero a una pedagogía… Lo incomunicable lo es para con uno mismo. De ahí que somos nosotros mismos los que no comprendemos nuestra comprensión. —Hizo una larga pausa—. La misión del artista es hacernos comprender eso al menos, y creo que Chen lo hace bien.

Sus amigos asintieron.

9 comentarios

  • ericz octubre 12, 2006en3:19 pm

    acepto la invitación:
    -Embalse: regular menos.
    -El mago: cero.
    -El sueño: regular mas.
    -La cautiva: superior!!

    séame permitido una irrespetuosidad: no me gusta que pongas extractos. Claro que es fácil no leerlos -y no los leo- pero igual no me gusta.

  • Alejandro octubre 13, 2006en7:04 pm

    Aira siempre comenta que se hizo escritor precisamente para poder leer, leer, y leer que es lo que realmente le gusta. El espectro de registros en las novelas de Aira es amplísimo y quizás se deba a ello que la impresión del lector y el resultado final no corran siempre la mejor suerte. Creo que es en «Cumpleaños» (Mondadori), donde encontrareis algunas de las claves de su «ser escritor» desde un punto de vista mas personal. Saludos y feliz lectura.

  • Palimp octubre 13, 2006en8:02 pm

    ericz, te permito lo que quieras, que además no tiene nada de irrespetuosidad. Tengo curiosidad de saber por qué no te gustan los extractos. De momento se van a quedar, esta bitácora me sirve a mí como recordatorio de los libros que voy leyendo y tener un extracto me ayuda a recordar el estilo del escritor.

    Alejandro, me apunto ese ‘Cumpleaños’ que nos ayudará a desentrañar las claves de la escritura de Aira.

  • Magda octubre 15, 2006en7:15 pm

    Palimp, yo te recomiendo especialmente de César Aira Cómo me hice monja, es una novela estupenda.

  • Palimp octubre 18, 2006en1:37 pm

    Pues ya que la recomiendas intentaré conseguirla.

  • ericz octubre 22, 2006en1:34 am

    hola palimp. sobre los extractos: 1º Para mí el post termina con tus palabras, luego pues, no puedo ver de inmediato los comentarios (que tambien me interesan). 2º El post parece largo pero no lo es, me siento defraudado. A veces (no es tu caso por ahora) el post es solo la presentacion de un extracto o peor, de una contratapa. No es para leer a otro que sigo un blog. 3º ¿no es traición a un autor presentar un extracto? pues inevitable será concluir algo de esa breve lectura. ok, exagero, no es traición…no me gusta igual. 4º siento que el extracto fue un atajo y sin él te hubieras explayado más.

    slds cordiales

  • ericz octubre 22, 2006en3:26 pm

    Vean lo que le pregunta el periodista a Aira en esta nota http://www.lanacion.com.ar/851209

    -Cuando le comento a un amigo que estoy leyendo una novela de Aira, me pregunta ¿Y en qué página la arruina?

  • Palimp octubre 22, 2006en7:41 pm

    Haré de abogado de mí mismo.

    1º Entiendo lo que dices porque a mí también me pasa… quizá ponga algo para comprimir los comentarios.

    2º No es mi intención ‘estafar’ a la gente con texto pirateado: de ahí que el extracto esté en cursiva y se diferencie bastante del cuerpo del texto, además de la línea separadora… Siempre he procurado no copiar resúmenes, tapas o contratapas, salvo escasas ocasiones en las que quería detacar algo. Posiblemente mi resumen es peor que el que tiene el libro pero al menos es mío: estoy cansado de buscar información de libros y ver una y otra vez el mismo texto. Así que no hay peligro de que me convierta en un presentador de contratapas.

    3º No creo que sea traición, sino más bien al contrario. Al seleccionar uno, aunque no quiera, escoge, y el autor sale ganando. Si no queremos tener prejuicios basta con no leerlo.

    4º El extracto no es un atajo, suelo integrarlos poco en el texto y quedan más bien como pegote. No me hubiera explayado más porque la longitud de mis entradas dependen del poco tiempo que tengo para hacerlas. Cuando empecé esta bitácora las reseñas eran aún más cortas -aunque parezca mentira.

    No obstante veré si puedo hacer algo…

    La entrevista, buenísima ¡gracias!

  • lilia octubre 17, 2008en5:24 pm

    Agradezco el extracto. Me permite evaluar para resolver cuál será el próximo de C Aira que tengo ganas de leer.

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