Otro autor que me venía muy recomendado pero del que es muy difícil encontrar libros, la suerte hizo que cayera en mis manos esta rana viajera, colección de artículos. Seguramente no será su mejor libro, pero da muestra de su talento para el humor y su visión particular de la realidad.
Hay de todo, como en botica. Injustas me parecen sus críticas a las otras lenguas del estado, como el euskera o el gallego (y él lo era), pero en general estoy más de acuerdo con lo que dice que en contra. Y tiene mucha gracia.
Aquí: Julio Camba: La rana viajera (Alhena Media, 2008) han puesto algunos extractos, en el último verán a lo que me refiero con los idiomas, pero yo tengo mi propia selección.
Siempre se ha comentado entre los escritores de bitácoras que quien te lee condiciona mucho lo que escribes. El autor ya lo decía hace mucho tiempo, hay que tener cuidado con los admiradores:
Parece que hay escritores a quienes el público anima dirigiéndoles, con más o menos frecuencia, cartas de aprobación. Conmigo, sin embargo, este caso se da muy raramente, y si yo me hago la ilusión de ser leído por alguien, es, tan sólo, gracias a ciertas almas piadosas que de vez en cuando me envían misivas insultantes a propósito de mis artículos. Yo enseño estas misivas y consolido con ellas, ante las Empresas, mi posición y mi prestigio.
— No dirán ustedes —exclamo— que mis trabajos pasan inadvertidos o que no hacen mella. Aquí hay un señor que me llama animal, y otro que me anuncia un garrotazo en la cabeza. Creo que el éxito no admite dudas…
Pero, recientemente, me ha salido un admirador, un verdadero admirador, en la provincia de Guadalajara. «Soy —me viene a decir este hombre magnífico —uno de sus lectores más asiduos y más inteligentes, y me he suscrito a El Sol con el único objeto de ver los artículos de usted…»
Y desde entonces, yo no puedo escribir, porque la imagen de mi admirador me obsesiona por completo. Se me ocurre un asunto bonito, cojo la pluma e inmediatamente me digo:
— ¿Le gustará este tema al señor de Guadalajara?
Yo tengo la sensación de que escribo únicamente para este señor, y no quisiera defraudarle. Este señor vive en un pequeño pueblo de la provincia, donde, por desgracia, yo no he estado nunca. Ignoro en absoluto la ideología local, y esto pone en mi trabajo dificultades enormes. De buena gana me pasaría varias noches en claro leyendo, con unas gafas muy gordas, unos volúmenes muy grandes, si a esta costa pudiera llegar a conocer las opiniones políticas, estéticas y religiosas que predominan en el distrito. Por desdicha, la cosa es imposible, y yo temo siempre desilusionar a mi admirador. Tal párrafo que acabo de escribir creo que le parecerá vulgar, y lo borro. Pongo en tensión todos mis nervios hasta que se me ocurre una cosa más fina, y entonces me asalta un pensamiento terrible.
— ¿Entenderá esto mi admirador? —me pregunto—. ¿No resultarán estas consideraciones demasiado sutiles para un pueblo de pocos vecinos?
Verdaderamente, el señor de la provincia de Guadalajara ha tenido una idea bien peregrina cuando se ha decidido a admirarme. Ahora comprendo por qué tantos escritores malos tienen tantos y tan buenos admiradores. Con dos admiradores más, yo me volveré completamente idiota.
También es viejo el afirmar que no hay método que venza a la ruleta:
— La ruleta —me decía un amateur— es la única obra humana verdaderamente perfecta. Ríase usted de las pirámides de Egipto. Ríase de la Critica de la Razón Pura. No hay más que la ruleta. Millares y millares de hombres han dedicado sus esfuerzos a encontrarle un defecto, y hasta ahora no se lo han encontrado. Hay quien dice que sí, que se lo ha encontrado, que la ruleta es inquebrantable con tal o cual combinación; pero no haga usted caso ninguno. El día en que se le encontrara un flaco a la ruleta, la banca se arruinaría, y la ruleta dejaría de existir. Mientras exista la ruleta es que no se le ha descubierto la menor imperfección. Y ¿usted ha visto qué equidad la de la ruleta? Si con un duro quiere usted ganar otro duro, tiene usted un 50 por 100 de probabilidades en contra, y si quiere usted ganar dos duros, tiene usted un 75. El riesgo aumenta siempre, matemáticamente, en proporción a la ganancia. No hay nada más justo. No hay nada más equitativo. Si yo fuera escultor y quisiera representar a la Equidad, la representaría en forma de croupier manejando una ruleta…
— Una ruleta sin cero —observo yo.
— Claro. Una ruleta sin cero. De tan equitativa que es la ruleta, ha habido que ponerle un cero para garantizarle a las empresas sus gastos infinitos. Convénzase usted. La ruleta es la única obra humana verdaderamente perfecta…
Sobre la conveniencia de tener el estómago contento a la hora de escribir:
— Te entrego mi estómago, un poco estropeado por las salsas al por mayor —le dije al darle posesión de su cargo—, y espero que me lo trates bien. El estómago es el alma del escritor. Con un poco de acidez o de flatulencia, yo haría una literatura triste y perdería lectores. Al nombrarte mi cocinera, te nombro, en realidad, mi colaboradora. Hazme guisos sencillos, sabrosos y sanos, y de este modo tendremos siempre el respeto de la crítica y la aceptación del público.
Desde entonces, la Rosario pone sus cinco sentidos en la cocina. A veces, advierto la desaparición de algún plato, pero no es culpa de la Rosario.
— Yo no lo rompí. Fue él. Lo tenía en la mano, y se cayó. Se hizo pedazos contra el suelo…
— Debe de ser un caso de suicidio —observo yo entonces—. El pobre plato estaría desesperado de la vida.
Otras veces, la carne está espantosamente dura, y la Rosario dice que no ha querido cocerse. Verdaderamente, ¿qué interés puede tener la carne en ponerse blanda?
Además de explicar que alguien sensible puede ser un asesino, este párrafo fue profético:
A comienzos de la guerra, muchas gentes no creían que los alemanes fueran capaces de bombardear ciudades indefensas ni de hundir barcos de pasajeros. Yo sí lo creía. Y no es que yo tuviese de los alemanes peor concepto que mis interlocutores, sino que tenía un concepto distinto. Mis interlocutores suponían que para que un alemán matase a un niño en la guerra era preciso que ese alemán fuese un malvado. Yo, en cambio, opinaba que un alemán podía matar niños sin dejar por ello de ser un excelente padre de familia y un hombre sensible a las emociones de carácter más elevado. Hay mujeres que ni aun puestas en la cumbre del Mont-Blanc, como decía no sé quién, serían inaccesibles; mujeres que han caído mil veces y cuya alma, sin embargo, adivinamos más pura que la de una niña de seis años. Parece que no se enteran nunca. Pues la psicología de estas mujeres podría acaso servir para explicar la de ese alemán que con una rosa entre las páginas de un libro de versos se iba, tiernamente, a arrojar bombas de cuarenta kilos sobre los tejados de París…
Este otro también lo es, ante la obligatoriedad de las vacunas, lo mismo para las enfermedades:
En el caso concreto de la vacuna, la mayoría del vecindario parece considerarla como una tiranía, y si se considera que la vacuna es la tiranía, no se está muy lejos de creer que la viruela sea la libertad. ¿Lo es, en efecto? Desde el punto de vista de los microbios, no cabe la menor duda; pero, desde nuestro punto de vista, la cosa es ya bastante más discutible. Por mi parte, considero la viruela como una verdadera imposición de que han venido haciéndonos víctimas nuestros gobiernos. La viruela tenía en España el mismo carácter obligatorio que ahora tiene la vacuna, y nadie protestaba contra ella. Las gentes se resignaban a padecerla como se resignaban a padecer el tifus y el caciquismo. Y, al igual de los caciques, los microbios, sin duda, pensaban también que España era el país más liberal del mundo.
¡Qué lástima que la libertad práctica no pueda ser absoluta como la libertad teórica! ¡Qué lástima que nuestros intereses no coincidan con los de los microbios! ¡Qué lástima… para los microbios!…
La compra de votos:
Las elecciones son nuestra única industria nacional, y si se hicieran dos veces al año, España se depauperizaría. Hay pueblos en los que la cosecha representa unos diez mil duros anuales, la industria unos cinco mil, y las elecciones ciento o ciento cincuenta mil. ¡Y aun hay quien echa pestes contra la ley del Sufragio!
— ¿Para qué queremos el voto? —se preguntan algunas gentes.
Y estas gentes, no sólo carecen de sentido político, sino que carecen también de todo instinto comercial. Queremos el voto para venderlo. La ley que nos ha proporcionado el derecho a votar nos ha asegurado con él una renta vitalicia. Un voto puede valer cinco, diez, veinte, cien, hasta doscientos duros. Muchos hombres en España ganan con su trabajo cincuenta duros al año, y con el voto obtienen el doble y el triple. Claro que es preciso votar a los candidatos conservadores. Los socialistas, que se las echan de protectores del pueblo, en realidad quieren robarle al pretender que el pueblo los vote gratis. ¡Falsos apóstoles!, como dice un colega…
Calificación: Bueno.
4 comentarios
No he podido resistirme, así que me he ido directo a leer sus impresiones sobre otras lenguas estatales. Tampoco es que haya que sorprenderse mucho, dado que murió en 1962 su opinión se adscribe al pensamiento mayoritario de la época que le tocó vivir. Los argumentos que esgrime para desprestigiar al vascuence no merece la pena ni comentarlos. Lo sorprendente habría sido que lo defendiera.
Sí, pero siempre sabe mal que alguien que es tan lúcido en algnos temas se muestre tan obtuso en otros.
los fragmentos que has elegido me han divertido mucho; se agradecen unas risas, después de tantos días trascendentales e históricos. Casi que paso de leer lo que opinaba del vascuence.
Haces bien, decepciona un poco.