Mario Vargas Llosa. Conversación en La Catedral.

noviembre 23, 2012

Seix-Barral, 1985. 660 páginas.

Mario Vargas Llosa, Conversación en la catedral
Palimpsesto peruano

Reconciliado con la obra de Mario Vargas Llosa me alegró encontrar de saldo Conversación en la catedral, uno de sus libros más famosos y de la que se dice que dijo -aunque parece que hay retractación:

si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría ésta

El periodista Santiago va a la perrera a rescatar a su perro, y allí encuentra a Ambrosio, que fuera chofer de su padre. Se dirigen al bar La Catedral, donde inician una conversación que es el germen de la novela. Su juventud antes de separarse de su familia, una familia bien, el ascenso y caida de Cayo Bermúdez, mano derecha del general golpista -y basado en una persona real-, la vida del Perú en esos años, la historia de los que se oponían a la dictadura, la corrupción…

Además de la buena prosa a que nos tiene acostumbrados, el libro tiene otros juegos formales. Así, en los primeros capítulos, las frases están entremezcladas contando dos o tres historias al mismo tiempo. En los capítulos posteriores la narración es más lineal, pero hay contínuos saltos en el tiempo que hacen que no siempre se tenga la información necesaria. Queda como ejercicio al lector ir juntando los diferentes hilos y encajando las piezas en el orden cronológico correcto.

Estos juegos literarios están justificados por el título. Si estamos ante una conversación tienen que regir las reglas de la misma. Cuando hablamos con un conocido hacemos estos saltos, llevamos varios temas a un tiempo, omitimos información, todo ello motivado porque ambos sabemos de qué estamos hablando. En la primera parte, por ejemplo, uno puede leer sucesivamente las diferentes historias saltando las frases que no son pertinentes, pero la lectura simultánea de las tres -aunque más ardua- permite conexiones más interesantes.

Eso sí, no todo son ventajas. Pasada la media parte del libro me encontré con que había una información importante que no sabía si todavía no había sido revelada, o si ya la había leído y se me había pasado por alto. Por suerte, era lo primero.

Otra cosa; si bien parece que el tema principal es la dictadura y los siniestros personaes que medran a su costa, tanto o más importante me parece el tratamiento de la relación padre-hijo, y las escenas en las que el protagonista renuncia a una cómoda vida burguesa por otra más modesta pero alejada del poder porque, como afirma, en ese Perú o jodes o eres jodido.

No es de fácil lectura, pero merece mucho la pena.


Extracto:[-]

Hay canas entre sus pelos crespos, lleva sobre el overol un saco que debió ser también azul y tener botones, y una camisa de cuello alto que se enrosca en su garganta como una Guerda. Santiago ve sus zapatones enormes: enfangados, retorcidos, jodidos por el tiempo. Su voz le llega titubeante, temerosa, se pierde, cautelosa, implorante, vuelve, respetuosa o ansiosa o compungida, siempre vencida: no treinta, cuarenta, cien más. No sólo se había desmoronado, envejecido, embrutecido; a lo mejor andaba tísico también. Mil veces más jodido que Carlitos o que tú, Zavalita. Se iba, tenía que irse y pide más cerveza. Estás borracho, Zavalita, ahorita ibas a llorar. La vida no trataba bien a la gente en este país, niño, desde que salió de su casa había vivido unas aventuras de película. A él tampoco lo había tratado bien la vida, Ambrosio, y pide más cerveza. ¿Iba a vomitar? El olor a fritura, pies y axilas revolotea, picante y envolvente, sobre las cabezas lacias o hirsutas, sobre las crestas engomadas y las chatas nucas con caspa y brillantina, la música de la radiola calla y regresa, calla y regresa, y ahora, más intensas e irrevocables que los rostros saciados y las bocas cuadradas y las pardas mejillas lampiñas, las abyectas imágenes de la memoria están también allí: más cerveza. ¿No era una olla de grillos este país, niño, no era un rompecabezas macanudo el Perú? ¿No era increíble que los odriístas y los apristas que tanto se odiaban ahora fueran uña y carne, niño? ¿Qué diría su papá de esto, niño? Hablan y a ratos oye tímidamente, respetuosamente a Ambrosio que se atreve a protestar: tenía que irse, niño. Está chiquito e inofensivo, allá lejos, detrás de la mesa larguísima que rebalsa de botellas y tiene los ojos ebrios y aterrados. El Batuque ladra una vez, ladra cien veces. Un remolino interior, una efervescencia en el corazón del corazón, una sensación de tiempo suspendido y tufo. ¿Hablan? La radiola deja de tronar, truena de nuevo. El corpulento río de olores parece fragmentarse en ramales de tabaco, cerveza, piel humana y restos de comida que circulan tibiamente por el aire macizo de «La Catedral», y de pronto son absorbidos por una invencible pestilencia superior: ni tú ni yo teníamos razón papá, es el olor de la derrota papá. Gentes que entran, comen, ríen, rugen, gentes que se van, y el eterno perfil pálido de los chinos del mostrador. Hablan, callan, beben, fuman, y cuando el .serranito aparece allí, inclinado sobre el tablero erizado de botellas, las otras mesas están vacías y ya no se escucha la radiola ni el crujido del fogón, sólo al Batuque ladrando, Saturnina. El serranito cuenta con sus dedos tiznados y ve la cara urgente de Ambrosio adelantándose hacia él: ¿se sentía mal, niño? Un poquito de dolor de cabeza, ya estaba pasando. Estás haciendo un papelón, piensa, he tomado mucho, Hux-ley, aquí lo tienes al Batuque sano y salvo, me demoré «porque encontré a un amigo. Piensa: amor. Piensa: párate, Zavalita, ya basta. Ambrosio mete la mano al bolsillo y Santiago estira los brazos: ¿estaba cojudo, hombre?, él pagaba. Trastabillea y Ambrosio y el serranito lo sujetan: suéltenme, podía solo, se sentía bien. Pa su diablo, niño, no era para menos, si había tomado tanto. Avanza paso a paso entre las mesas vacías y las sillas cojas de «La Catedral», mirando fijamente el suelo chancroso: ya está, ya pasó. El cerebro se va despejando, va huyendo la modorra de las piernas, van aclarándose los ojos. Pero las imágenes están siempre ahí. Entreverándose en sus pies, el Batuque ladra, impaciente.

4 comentarios

  • ericz noviembre 23, 2012en3:55 pm

    Gran libro pero ardua lectura. Me toco leerlo demasiado chico, y años después lo releí y entendí todo.
    Pero La casa verde me parece más entretenida.

  • Palimp noviembre 30, 2012en1:44 pm

    Sí, no es libro para leer sin mucha experiencia. Incluso no es el mejor para empezar con el autor.

  • Molina de Tirso diciembre 17, 2012en9:01 pm

    Sí, requiere cierta experiencia lectora y colaboración por parte del que lee, pero una vez cogido el tranquillo solo hay que dejarse llevar. Y, sobre todo, que sea relativamente complicado no significa que sea aburrido, al contrario, aparte de la atención que hay que poner para no perder el hilo, está lleno de sorpresas y de cuestiones interesantes que hacen pensar, así que el entretenimiento está asegurado.
    Supongo que se nota mi admiración por V. Ll. del que he leído unas cuantas novelas, sobre todo de su primera época.

  • Palimp enero 7, 2013en5:22 pm

    Lo defines muy bien: dejarse llevar. La narración nos arulla y confunde tanto como una buena conversación.

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