Otro acierto de esta colección son las obas completas de Carpentier, y con esta novela empieza el primer volumen, que me leí enterito. Es curioso, porque yo leí este libro hace mucho tiempo y lo recordaba más experimental, casi ilegible. Sí, la mezcla entre los temas de la santería, el ritmo de la música y el lenguaje de las vanguardias es un cóctel que da una prosa potente. Pero muchos años de lecturas después ya no me resulta ilegible. Al contrario.
Como ando con poco tiempo para reseñas y tengo muchos libros que poner por aquí les copio un fragmento de este artículo: Pida y recibirá: palabra, poder y fiesta en ¡Écue-Yamba-O!, cuyo enlace no sé lo que vivirá, porque es una versión para imprimir de otro documento. Aquí va:
Este cruce entre lenguaje y fiesta se extiende por toda la novela ¡Écue-Yamba-O! de Alejo Carpentier. Escrita desde la cárcel de La Habana durante nueve días en agosto de 1927, esta primera novela de Carpentier toma la forma de un bildungsroman que traza la formación del negro Menegildo Cué desde su infancia y adolescencia en el campo hasta su establecimiento en La Habana y su subsiguiente iniciación al ñañiguismo. A lo largo de la obra, una especie de fiesta en sí, aparecen varias escenas de festejos a través de las cuales surge un comentario sobre la importancia de la palabra, sobre todo de la palabra pronunciada, en el contexto de la fiesta. Las varias fiestas de ¡Écue-Yamba-O! se dividen en dos categorías basadas en la raza de los participantes; hay ciertas celebraciones para los blancos y otras exclusivamente limitadas a los negros. Sin embargo, para blancos o para negros, todas las fiestas retratadas en ¡Écue-Yamba-O! se caracterizan por la presencia o ausencia del lenguaje pronunciado. Por un lado, los blancos que aparecen en la novela no saben aprovechar el poder de las palabras durante sus fiestas; por consiguiente, sus actividades festivas resultan ser gestos vacíos de significado. Los negros, en cambio, entienden invocar el poder de una larga tradición oral durante sus celebraciones. De hecho, el canto, el diálogo y la invocación forman componentes centrales de la fiesta negra en ¡Écue-Yamba-O! y se suman para posibilitar una visión, por ilusoria que sea, de otro orden social en el que los negros, al desatar el poder de su voz, ejecutan cierto control sobre lo que les pasa durante el transcurso de la vida.
En el segundo capítulo, titulado “Loado seas, Señor,” del libro Alejo Carpentier: el peregrino en su patria, Roberto González Echevarría establece que la novela ¡Écue-Yamba-O! “presenta dos mundos: un mundo negro dominado por la magia y el destino, y un mundo blanco donde prevalecen la historia y la política” (91). Sigue explicando: “el contraste entre los rituales negros y blancos es uno de los recursos principales mediante los cuales se establece esta diferencia [entre los dos mundos]: la fiesta de año nuevo en casa del administrador del central, por ejemplo, se contrapone a los varios rituales negros” (González Echevarría 91-92). Como bien señala González Echevarría, la celebración de Nochevieja en el Central San Lucio ofrece el ejemplo prototípico de la fiesta entre los blancos. Describe Carpentier: “en casa del administrador del Central, la fiesta de San Silvestre reunía a toda la élite azucarera de la comarca” (68). Dentro de esa casa lujosa, están representados varios de los elementos enumerados por Benítez Rojo para describir el carnaval: sobre todo música, baile y comida. Sin embargo, la mera amalgamación de estos componentes festivos no resulta suficiente para eliminar el carácter mecánico de la fiesta. Carpentier retrata la función de la siguiente manera: “En la ‘ssala’[sic], generosamente guarnecida de muebles de mimbre, bailaban varias parejas al ritmo de un disco de Jack Hylton. Las muchachas, rientes, esbeltas, de caderas firmes, se entregaban a la danza con paso gimnástico, mientras las madres, dotadas de los atributos de gordura caros al viejo ideal de belleza criollo, aguardaban en corro la hora de la cena” (68). Entonces, las madres esperan una cena que promete ser abundante mientras que su prole baila al compás de una grabación. La fijación en las caderas de las hijas sugiere la posibilidad del sexo, pero la presencia de las madres sin duda dificulta el acto de consumación entre las frustradas parejas jóvenes. Incluso sumando la música, el baile, la coquetería y la comida, la fiesta de la élite azucarera comunica cierta esterilidad – una cualidad mecánica aludida por las referencias a la maquinaria del ingenio más tarde en la fiesta.
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (104/365)
Extracto:
Y las variaciones del allegro primitivo se inventaban sin cesar, hasta que las interrumpiera el cansancio de los músicos… ¡Papá Montero, marimbulero, ñáñigo, chulo y buen bailador! La gesta maravillosa había corrido de boca en boca. ¡Papá Montero, hijo de Chévere y Goyito, amante de María la O! Su silueta parecía revolotear entre las palmas quietas, respondiendo a la llamada del son. La gran época de Manica en el Suelo, los Curros del Manglar y la Bodega del Cangrejo, se remozaba en las tornasoladas estrofas. Cara negra, anilla de oro en el lóbulo, camisa con mangas de vuelos, pañuelo morado en el cuello, chancleta ligera, jipi ladeado y ancho cinturón de piel de majá, como los que aplicaba el sabio Beruá para curar indigestiones… Papá Montero era de los que abayuncaban en las grandes ciudades que el padre de Menegildo no había visto nunca. Por los cuentos sabía que eran pueblos con muchas casas, mucha política, rumbas y mujeres a montones… ¡Las mujeres eran el diablo! ¡Había que tener el temple de Papá Montero para andarse con ellas! Las décimas y coplas conocidas vivían de lamentaciones por perfidias y engaños… ¿María Luisa, Aurora, Candita la Loca, la negrita Amelia? ¡Eran el diablo!
Anoche te vi bailando,
Bailando con la puerta abierta.
El pobre trovadol adoptaba casi siempre acento de víctima:
¡Virgen de Regla,
Compadécete de mí,
De mí!
Junto a la historia del gran chévere se alzaba el lamento de las cosechas magras:
Yo no tumbo caña,
¡Que la tumbe el viento! ,
¡O que la tumben las mujeres
Con su movimiento!
Pero el espíritu de Papá Montero, síntesis de criollismo, hablaba de nuevo por boca de los cantadores:
Mujeres,
No se duerman,
Mujeres,
No se duerman,
Que yo me voy
Por la madruga,
A Palma Soriano,
A bailar el son.
Con la lengua encendida por el ron de Oriente, los tocadores aullaban:
A Palma Soriano
A bailar el son.
A buscar mujeres,
Por la madruga;
A Palma Soriano,
Por la madruga;
En tren que sale,
Por la madruga;
A formar la rumba.
Por la madruga;
A templar tambores.
Por la madruga…
Y las palabras se improvisaban con las variantes. La repetición de temas creaba una suerte de hipnosis.
Jadeantes, sudorosos, enronquecidos, los músicos se miraban como gallos prestos a reñir. La percusión tronaba furiosamente, siguiendo varios ritmos entrecortados, desiguales, que lograban fundirse en un conjunto tan arbitrario como prodigiosamente equilibrado. Palpitante arquitectura de sonidos con lejanas tristezas de un éxodo impuesto con latigazos y cepos; música de pueblos en marcha, que sabían dar intensidad de tragedia a toscas evocaciones de un hecho local:
¡Fuego, fuego, fuego!
¡Se quema la planta eléctrica!
¡Si los bomberos no acuden,
Se quema la planta eléctrica!
En estas veladas musicales, Menegildo aprendió todos los toques de tambor, incluso los secretos. Y una noche se aventuró en el círculo magnético de la batería, moviendo las caderas con tal acierto que los soneros lanzaron gritos de júbilo, castigando los parches con nuevo ímpetu. Por herencias de raza conocía el yambú, los sones largos y montunos, y adivinaba la ciencia que hacía “bajar el santo”. En una rumba nerviosa producía todas las fases de un acoplamiento con su sombra. Liviano de cascos, grave la mirada y con los brazos en biela, dejaba gravitar sus hombros hacia un eje invisible enclavado en su ombligo. Daba saltos bruscos. Sus manos se abrían, palmas hacia el suelo. Sus pies se escurrían sobre la tierra apisonada del portal y la gráfica de su cuerpo se renovaba con cada paso. ¡Anatomía sometida a la danza del instinto ancestral!
Aquella vez los músicos se marcharon a media noche, ebrios de percusión y de alcohol. Una luna desinflada y herpética subía como globo fláccido detrás de los mangos en flor. Al llegar a la ruta del ingenio, estalló una ruidosa discusión. Cutuco se proclamó “el único macho”. Los tambores rodaron en la hierba mojada. Se habló de “enterrar el cuchillo…” Al fin, la fiesta terminó alegremente ante el mostrador de Li-Yi, que esperaba el relevo de las doce para cerrar sus puertas pintadas de azul celeste.
Esa misma noche, no pudiendo dormir a causa de la excitación nerviosa, Menegildo tuvo la revelación de que ciertas palabras dichas en la obscuridad del bohío, seguidas por unas actividades misteriosas, lo iban a dotar de un nuevo hermano. Sintió un malestar indefinible, una leve crispación de asco, a la que se mezclaba un asomo de cólera contra su padre. Le pareció que, a dos pasos de su cama, se estaba cometiendo un acto de violencia inútil. Tuvo ganas de llorar. Pero acabó por cerrar los ojos… Y por vez primera su sueño no fue sueño de niño.
3 comentarios
Según leí en algún prólogo, Carpentier renegó de este libro en cierta etapa de su vida. Me dio mucho gusto encontrar aquí esta recomendación.
Me gustaría leerlo alguna vez, aunque sigo teniendo la sensación de que el resto de su obra es bastante superior 😉
En efecto y la novela dio muchas vueltas. Fue impresa por primera vez en Eapaña y piratedada en Argentina ante el disgusto del autor…
Puede que el resto de su obra sea superior, pero se respira aquí una libertad que la hace muy estimable.