Ediciones Destino, 2003. 218 páginas.
Merlín en Galicia
Sigo devorando -y disfrutando- cuanto encuentro de Cunqueiro, que si bien no ha tenido el reconocimiento que se merece, una vez puesto sobre la pista vas encontrando libros aquí y allá.
Siguiendo la estela de las mocedades de Ulises (o más bien al revés), el autor sitúa al Merlín artúrico en Galicia, y desde los ojos de su criado nos cuenta las historias de los increíbles personajes que le hacen visitas buscando su sabiduría. No hay una trama, sino múltiples cuentos con fuerte sabor celta que se mueven entre las brumas de lo fantástico. Incluye apéndice al final con listado de personajes.
Me ha recordado a algunos libros de Italo Calvino, y veo que son casi contemporáneos; otra manera de entender lo fantástico que no es igual al realismo mágico, pero que se anticipa. El único defecto es que lo he leído después de su Ulises, que me parece mucho más logrado. Pero el disfrute, e incluso más de una sonrisa, están garantizados.
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (90/365)
Extracto:
La Novela De Mosiú Tabarie
Je luy donne ma librame, et le
Romman du Pet au Diable,
lequel maistre Gui Tabarie
grossoya, qu’est hom verítable.
Par cayers est soubz une table.
Combien qu’íl soit rudement faíct,
la matiére es sí tres notable,
qu’elle amende tout le meffaict.
François Villon: Grand Testament
Pues este verano encontré —iba el río seco, y la gente y el ganado pasaban enjutos por los pasos de la Valifia, yo tuve la barca amarrada en el padrón, y me sobró tiempo para holgar en la casa—; encontré, digo, dos entregas de la «Novela del Pedo del Diablo» que me regaló el moro Alsir, y leyéndolas, puestos los anteojos que ahora cotidianamente preciso, me eché a reír, y me vienen ahora ganas de contar lo principal de esta novela, que del demonio que en ella se habla, Cobillón titulado, nos llegaron noticias a Miranda cuando tuvo mi amo que viajar a Gaula a quitarle el aroma de azufre a un condado de aquel reino, y fue que primero creyeron que dieran con una mina, e inquiriendo, inquiriendo, salió que no era más que una bandería de demonios que Lucifer Mayoral mandara vaciar sobre Inglaterra, y que dejara allí, en una cueva, la ropa vieja. Con el azufre que tenían aquellos harapos se podía azufrar medio Ribeiro. Este Cobillón era un demonio muy fino, que estudiara para perfumista en Florencia de Italia, donde tomó la costumbre de bañarse en agua franchipana. Contaba la novela que había en Soria una viuda moza muy devota de San Ciríaco, y siendo rica por su casa, y bien heredada del difunto, quería levantar al santo una ermita justamente en una montiña donde acostumbraban pasar los calores del tiempo de la siega las brujas de tierra de Osma. Requirieron estas toledanas para volver a la viuda del acuerdo a un demonio bostezador y aragonés, pero pronto supo la viuda que quien la tentaba era el demonio, porque tenía un olfato sutil y venteador, y cazaba los olores malignos que pasaban volando. Se buscó entonces en toda la Satanía un demonio que no diese señales de azufre y tuviese humano perfume, y no había otro preparado sino Cobillón, que estaba por aquella estación en París perfumando francesas. Ya había buscado albañiles la viuda, y corría prisa torcerle la intención. Llegó a Soria, pues, Cobillón, vestido de cuatro puntillas, haciéndose pasar por pariente de los linajes sorianos, dando propinas y limosnas, y anunciando que por un casual traía en el bolsillo un pomo con agua destilada de la barba de San Ciriaco. Saberlo la viuda y convidarlo a chocolate todo fue uno, y Cobillón iba de levita verde y bastoncillo de plata, cadena de oro en el chaleco, y colgado de ella, el pomito con el agua de San Ciríaco. La viuda, este es el caso, se enamoró en un repente de aquel dionisio, que le dio a oler el agua de San Ciríaco y le prometió teñirle con camomila de Malta un lunar con pelo que tenía en la barbilla, y la invitaba, sin más demoras, a partir para Tarragona, donde tenía su palacio, y los podría casar su capellán, que era primo del señor primado. Doña Florínda, que así se llamaba aquella viuda, pidió un día para contestar, que Cobillón le concedió de grado. Y en aquel día de plazo, un ama seca que fuera del difunto y que andaba en las labores de la casa, le sopló a la viuda si no sería otro demonio el pretendiente. Doña Florinda se confesaba que sólo venteaba rosas, agua franchipana y licor del Polo en aquel galán, cuyas miras de casamiento le derretían las mantecas, que en verdad eran lucidas, blancas y apetitosas, pero no dejaba de imaginar cómo descubrir el engaño, si de verdad lo había en aquel trato. Cobillón, por la chimenea, oyera la conversación de la viuda con el ama seca, y dispuso de todos sus perfumes para no delatarse: se bañó en agua franchipana como solía, lavó los pies con secante de lirio, engomó los rizos con miel de rosas, y para disfrazar los alientos, bebió un frasco de vino de nardo. La viuda le contó a Cobillón el caso del demonio bostezador, y cómo andaban las brujas trastornando sus planes de hacer la ermita de San Ciríaco, y el miedo que ella tenía de ser tentada del demonio mayor y su selección de cornudos. Y con lágrimas en los ojos, y pidiéndole perdón por estar tan enamorada, requirió la viuda a Cobillón a que soltase un viento, a ver a qué olía, Cobillón se hizo rogar, pero viendo que la viuda seguía llorando, y suponiendo él, con su saber de demonio, que el vino aromado que bebiera ya estaría en las tripas bajas, juntó fuerzas y soltó un grande y sonoro meteoro, que tal tamborileó en sus bragas ceñidas como redoble de parada. Y toda aquella cámara se llenó de un dulcísimo aroma de nardo florido, con lo cual la viuda se echó en los brazos del demonio Cobillón. Cobillón la llevó en carroza a Tarragona, y en la espuerta de la carroza iba en dos arcas el oro de la viuda, y ya se veían a lo lejos las torres primadas, cuando Cobillón, entre beso y beso le pidió a doña Florinda que atendiese a un nuevo perfume, y mismo en la nariz aquella tan sutil le soltó una vaharada de azufre, gritándole entre risas que se acostaba con un maligno adoctrinado. La viuda se murió de dolor, sin apearse de la carroza, y Cobillón, con el oro se volvió a París de perfumista.
Cuento esta novela porque fue la primera que leí, y mucho le gustaba a mi amo que la contase, máximo cuando habíamos comido al almuerzo castañas, y en llegando al viento de la carroza yo decía: ¡con perdón de los presentes!, y hacía mi gracia. También la cuento para que se vea en qué fiestas pasábanlos los inviernos en Miranda, cuando venía el tiempo de las nevadas, se cegaba de agua el camino de la vega, y los perros ladraban al lobo que pasaba de día al pie de las casas. ¡Ojalá volvieran tiempos idos!
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