Poco tengo que decir de un ensayo sobre el arte de los griegos y romanos, y más si llevo prisa.
Como estos libros los leo para aprender, no puedo evaluar la calidad del autor. A mí me ha servido para saber más del tema, está bien escrito, y aunque supongo que desde que se escribió este libro habrán salido mil mejores, yo tengo suficiente.
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (10/365)
La individualidad humana rompe la barrera étnica y no se limita a los hombres — entiéndase los griegos — o los dioses y los héroes; aparece el negro, que es propio de la escuela alejandrina, que captaba a los muchos que vivían en las ciudades egipcias, o los galos. El «galo moribundo», conocida pieza de esta época, es especialmente típico, por galo y por moribundo. Y no es sólo la edad o la raza, sino también el oficio, por humilde que sea, como las abundantes representaciones de pescadores o el «púgil sentado» del Museo de las Termas de Roma. A menudo entramos en la anécdota, especialmente viva en las figuras de tamaño pequeño — bronces y terracotas —, que ahora se generalizan porque aumenta en proporciones sin precedentes la clientela privada. Es la gran época de las «tanagras», de las figuras de tierra cocida.
Paralelamente, los dioses del Olimpo y los héroes de siempre continúan como grandes protagonistas de la temática, y en este caso se tiende a la grandiosidad, al patetismo, a los conjuntos teatrales. El grupo del Laocoonte, en el cual, como narra la leyenda, el padre y los dos hijos son acometidos por serpientes, hallado en Roma a principios del siglo xvi, restaurado por Miguel Ángel y que tanto impacto causó entre los artistas del Renacimiento, es un ejemplo típico. Como pueden serlo también el «Suplicio de Dirké» o, en otro aspecto, el Apolo de Belvedere, y, entre los relieves, los del friso del Altar de Pérgamo, con la lucha de los dioses y los gigantes.
No hay comentarios