Colección de 12 + 1 relatos, todos ellos menos el último casos con ecos de novela negra, pero con situaciones y resoluciones a pie de calle. Todo con su punto de desmadre y gamberrismo, como en el caso de la cabeza musical, donde un procedimiento para colocar cabello deriva en una capacidad para captar música cual si de radio FM se tratara.
El sentido del humor funciona y yo, que esperaba alguna cosa tirando a cutre, me he encontrado riendo con más de una situación hilarante y sorprendente. Además de la calidad de los textos me he asombrado de que es una edición numerada de 1000 ejemplares de un editor modesto. Que tiempos aquellos en los que los libros modestos se sacaban de mil en mil.
Bueno.
— Tengo tendinitis en el codo. Es un fastidio que no se me va. Desde hace unos meses tengo codo de tenista.
— ¡Pero si tú no juegas al tenis!
— ¿Y qué? —saltó Mari Cruz— Eso no tiene que ver.
— Por lo que me explicó el médico, se debe a la posición del antebrazo cuando utilizo el ordenador. Somos deportistas del ratón.
— Seremos deportistas ratoneros. ¿Y qué tratamiento tiene esto?
— Sí. Me está tratando un especialista… pero no hay más solución que el reposo.
— Pues vaya, ¿y qué vas a hacer?
— Ya veremos. Igual tengo que dejar de escribir.
— No te preocupes, que ya te regalaremos una pluma de pato.
La segunda parte o acto de esta historia tuvo lugar en la delegación logroñesa de la Mutua Coroner Marvel S. A. Un risueño Javier swingueaba su antebrazo derecho como un crooner que pintase círculos con Giotto.
— Nada, no me duele nada.
El Dr. Feelgood Valderrama no pudo más. Se adelantó y agarró el brazo de Javier con una violencia digna de causa más innoble. Zarandeó la extremidad antes afectada como el sacerdote zarandea a una bacante poco vocacionada. Lo presionó hacia abajo mientras Javier pujaba sonriente hacia arriba. Era claro que no había ni dolor ni molestia tenue. Tal como había venido, aquella tendinitis recalcitrante parecía haberse esfumado, pero el Dr. Feelgood Valderrama no podía quedarse tan satisfecho así como así.
El lector habrá oído hablar de las palomas de Skinner, unas palomas supersticiosas para las que, según su también supersticioso entrenador, una actividad casualmente ejecutada se traduce como estímulo de un fenómeno ajeno y agradable: Si al, pongamos, rascarse un ala, cae un grano de maíz, esto es, si cuando cae un grano de maíz, la paloma está en pleno rascado de ala, entonces seguirá rascándose el ala con la esperanza —a los aficionados nos está permitido suponer— de que seguirán cayendo ex machina más granos de maíz.
El doctor Feelgood Valderrama era una paloma de Skinner de segundo grado, era una meta-paloma. Su lema profesional era que si algo parecía ser remedio de otra
cosa no deseada, siempre habría alguien que pagaría por ello. Su razonamiento en el caso de Javier fue sencillo: Uno, este hombre se ha curado. Dos, se puede haber curado porque sí o por una causa concreta e identificable. Tres, porque sí no interesa y la causa concreta e identificable, si la hay, ha tenido que obrar no hace mucho.
En interrogatorio apenas disimulado, el inquisitivo sanador descubrió en diez minutos que un nuevo artilugio había aparecido por la vida de Javier, un aparato que sostenía libros y que mediante un sutil y airoso movimiento del brazo, permitía pasar en un sentido u otro las hojas de un libro.
— La causa de la medicina, de la salud y la felicidad de muchos no puede reservársela uno sólo. ¿No sabía, acaso, que Arantxa perdió la semifinal en Australia por sus molestias en el codo derecho?
Javier no tuvo otro remedio que permitir el examen de su atril al Dr. Feelgood, el cual rápidamente encargó una réplica que incluía un sinnúmero de palancas, manivelas e incluso pedales, apéndice que había visto en cierta ocasión en que su ex mujer le hizo asistir a un concierto. Era, en fin, una máquina de movimiento perpetuo de la peor especie la que salió de las tan tendinosas como tendenciosas neuronas de Feelgood.
La ocasión la pintan calva y la tendinitis caprichosa. El buen doctor, un vividor, tuvo la ocurrencia de exhibir su aparato y unas cuantas estadísticas trucadas en el Congreso Internacional de Medicina del Tenis, que aquel año se celebraba en Londres. Como realmente sólo conocía un caso en que tal vez el aparato pudo haber contribuido a la curación de un paciente, se llevó consigo a Javier, no sin antes inscribirle, sin avisar y a traición, en la Federación Riojana de Tenis.
Cuando llegaron al hotel londinense donde Feelgood había reservado dos habitaciones, el increíble doctorzuelo explicó el programa de actividades. Javier debía pasearse con una raqueta bajo eljprazo y botando una pelota en las cercanías del panel donde él atendería a curiosos y visitantes. Eso sí, el literato y ahora tenista podía elegir entre los varios chándales, jerseys de algodón con y sin pico, muñequeras, gorras y sudaderas que le había comprado.

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