Cátedra, 2012. 400 páginas.
Tit. or. Bildnerei der Geisteskranken. Trad. María Condor.
Libro fundacional del denominado art brut. El autor, al llegar al hospital de Heidelberg, decide investigar las expresiones artísticas de los enfermos mentales y empieza a recopilar obras hasta formar una colección importante. En este libro hace un análisis de lo que él considera que se puede averiguar a partir de estas obras de arte, analiza a diez enfermos con una cierta profundidad, nos comenta sus circunstancias personales y su diagnóstico clínico y, lo que es más importante, nos deja fotografías de sus obras.
Ha sido impresionante la influencia de este libro del que muchos pintores de la primera vanguardia tenían un ejemplar porque, aunque no entendían el texto, les fascinaban las obras. En la contraportada van más lejos al afirmar que es uno de los manantiales secretos de donde bebían las vanguardias. Yo no iría tan lejos, pero que ayudó a romper prejuicios estéticos y que hay cuadros cuyo origen se puede rastrear en este libro, eso es seguro.
Yo mismo leyéndolo sentía como mi imaginación salía disparada al tomar contacto con estos mundos que tienen una fuerte lógica interna pero que no son de este mundo. Las declaraciones de los enfermos tienen una fuerza considerable. Para muestra esta declaración:
[…] se podría decir que le debemos la mejor formulación que se puede hacer en cuanto a scar una forma de un bloque «Cuando tengo delante un pedazo de madera, hay una hipnosis dentro; si la sigo, sale algo de ella, pero si no, hay una lucha». Tal vez no se pueda describir de una manera más gráfica la intuición y la lucha por la configuración.
Me va a dar pena devolverlo a la biblioteca, porque es un libro al que uno volvería muchas veces.
Muy bueno.
Para el médico eso es un síntoma determinante para juzgar una enfermedad. Me permito rogar a los señores inquisidores en su propio interés, si realmente han perdido toda fe en un ser superior o no la han tenido nunca, que o se ocupen a fondo de las apariciones en simplemente alucinaciones médicas (errores) o se abstengan de toda pregunta a este respecto cuando no tengan ningún otro síntoma para juzgar la enfermedad… Quien no crea en poderes sobrenaturales tampoco tendrá nunca apariciones deseadas o ninguna en absoluto, y quien no haya tenido apariciones tampoco posee ninguna prueba de su fe y sólo seguirá construyendo dudosamente, sin fundamento, y mientras la existencia humana lo acompañe mirará en la noche, muerta para él, sin que el ruido de un ángel envuelto en pesada seda inclinándose sobre su cama pueda probarle la existencia de un alto poder celestial, y mucho menos que la alta corona que día y noche se cierne sobre todos los hombres se despliega para él. De muy buen grado creo tener el anhelo de querer saber qué aspecto tienen vuestros invisibles compañeros protectores y sobrenaturales soberanos del mundo. Pero estoy firmemente convencido de que posibles envidiosos renunciarían pronto al deseo si supieran a qué enorme sufrimiento van unidos tales encuentros. Sin gran sufrimiento no hay en la Tierra grandes alegrías. Es fácil demostrar por qué sólo las personas que están acostumbradas a luchar entre la vida y la muerte con una sonrisa y pueden afrontar su meta sin temor se ven principalmente honradas con gratas apariciones, señales y visitas…
»Sólo aquel que ha apreciado las apariciones estando enfermo podrá afrontar apariciones también estando sano… Pero en esta ciencia, la más alta de todas en la Tierra, la adquisición de apariciones para sondear los milagros y penetrar en lo oculto seguirá siendo tal vez siempre una puerta infranqueable para la persona que ahora ejerce sólo su oficio terreno… Yo confirmo solamente que, en la quietud, es posible acercarse a los seres sobrenaturales, y no como apariciones abstractas, sino como las que con ruido dejan de ser abstractas para convertirse en ángeles concretos y vivos. Estaría en extremo agradecido si en la fe me entregara a una devoción y por ello tuviera que renunciar a toda prueba de apariciones… Qué consuelo fue para mí una vez cuando, estando enfermo, me levanté de la cama, se alzó ante mí lenta y uniformemente un rojo corazón inflamado, igual que la luz eterna y traspasado por un puñal de oro, durante medio minuto más o menos. La prueba no fue bastante para mí. Que no fue una vana ilusión me lo reveló, tres días después, un rótulo en letra de iglesia, con bordes de luz de un vivo amarillo dorado, “La naturaleza ofrece al hombre la clave del reino de los cielos. Aquella frase me dejó asombrado, no puedo recordar haberla leído antes. El fundamento de mi religión fue la llegada del ángel que apareció con ruido.
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