Ensayo en clave de autocienciaficción donde se analizan conceptos como el deseo, la maternidad o qué significa ser mujer analizando textos, películas, obras de arte y reflexiones que caminan en la cuerda tendida entre la poesía y el análisis crítico.
Aunque confieso que hasta la página diez o así no terminé de entrar en el libro, a partir de ahí se me hizo difícil salir. Me atrapó en ese laberinto de artículos de referencias, de nuevas interpretaciones de cosas que damos por sentadas ¿La cosa de la película del mismo nombre es buena o es mala? Todo escrito desde las entrañas, con una crudeza que a veces espanta.
El objetivo es el fin de la especie, por eso hay que matar al niño aunque en algún momento se cuelen las abuelas. Y es que el torrente de lenguaje te arrastra pendiente abajo y te hunde en el fondo del mar. Además, he apuntado libros y películas que tienen una pinta estupenda.
Libraco, lo empecé una noche de insomnio y lo devoré de cuatro bocados, los mismos que me metió el libro a mí.
Muy bueno.
¿Una mujer? Suero y células muertas, una herida supurante, un tejido inflamado, una llaga que chorrea civilización y Occidente. Construirse un cuerpo es un acto de autoagresión. Generar identidad es un trámite perpetuo de automutilación. Decir el pronombre yo es señalar la fractura entre el mundo y mi existencia. Así es como la cultura ha recortado los cuerpos, así es como la cultura indexa a las mujeres: el otro lado del hombre, los materiales sobrantes. La mujer es lo excluido, la mujer es el desecho, la sustancia irreciclable. Así es como escribo mi cuerpo autocienciaficcionado.
Mira mi piel marcada por tanta historia en silencio.
Deslizo los dedos por las teclas de mi portátil. Escribo lento por el peso de las manillas, anillos de hierro rodeando mis muñecas. Muñeca: articulación, tejido, poste de piedra, fémi-na presuntuosa e insustancial. Escribo lento porque soy una mujer, ese sujeto pesante, esa cosa balizada. Cuidado. Peligro. Grilletes de hierro en las manos. Trapito privilegiado del deseo masculino y también de su desprecio. Somos existencias sexuadas, territorios de conquista y de ocupación, carne penetrable, zona de carga y descarga. Feminidad y Mujer son doctrinas
que velan por mi cuerpo y por mi peso, por la integridad de mis deseos y de mis actos; prédica que asegura el encaje de mi carne en su moldura discreta y atemperada. Pero si me ajusto a la horma, me quedo sin aire, salgo amoratada, llagada, hay poco sitio ahí dentro, hace frío y no quepo.
Hay hombres que me han llamado diosa. Hay hombres que me han llamado perra. Con doce años los niños de mi clase me llamaron puta y me tiraron piedras porque me habían crecido las tetas. Las mujeres nunca me han llamado diosa, pero me han tirado piedras. También me han llamado puta. Este cuerpo de mujer que tenéis en vuestras manos es lugar de torceduras. Un ramal que os conduce a universos estragados y a existencias ultrajadas. Soy la mujer desviada, las figuras esquinzadas, las imágenes luxadas, compost de los basureros.
Todas las piedras que me han tirado.
Empiezo a entender qué hago aquí, repitiendo carne, mujer, cuerpo, escribiendo la palabra puta, pensando en la palabra exclusión: estoy escarbando, meticulosamente y sin prisa, en la ciénaga abismada del legado femenino, ahí donde se pudren los cuerpos de las niñas desaparecidas. Excavo con las manos en el lodo denso. Topo con cristales y con astillas. Me rasguño las manos, se me desgarran los brazos. Se me desconchan las uñas, me lleno de barro hasta las rodillas. Me seco el sudor de la frente, me froto los ojos con las manos pringosas, se me corre el rímel. Me ensucio de mujeres, de mujeres ficción, de mujeres que existen o que existieron; me ensucio de mujeres muertas, de mujeres amadas, monstruosas y bellas.
Yo me muevo por las sombras de los textos marginados de las escritoras parias y las pensadoras putas que desprecian el dinero y la sexualidad cishetero. Antibélicas, airadas, lúcidas y desquiciadas. Las que me ayudan a ver cuán hermosos son mi odio y mi arrogancia, cuán necesaria es la rabia de mi parte femenina. Ya sé que tú, querida Solanas, nos desprecias a nosotras, las místicas exaltadas, las literatas burguesas, los puto-nes verbeneros heterosexuales. Nos regalas tu desdén porque investimos la carne de trascendencia sagrada. Sé que repudias con fuerza todas las muchas que soy y que vuelco en este ensayo. Ves en todas nosotras una sola figura de rendición al macho. Pero creo que te equivocas en tu lectura. Me parece que en el fondo mi misticismo sexuado y tu misandria lesbiana son una misma cosa. Las dos sabemos que urge acabar con el hombre para poder amarlo. Hacer emerger de ellos su belleza residual, su condición de basura, su cuerpo frágil y femenino. Mírame, querida mía: soy un crisol refractario que derrite cuanto toca, soy nave de fundición y tecnología punta.
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