Seix Barral, 2013. 282 páginas.
En un hospital una mujer lucha contra una enfermedad grave que le puede suponer nuevas operaciones mientras un amigo pide su colaboración para un secuestro. Mientras, en otro plano, transcurre una trama en clave de película que transita entre un pasado con tintes sobrenaturales hasta un futuro de ciencia ficción.
Una lectura francamente decepcionante. La historia principal, por así decirlo, no está mal y tiene sus momentos, pero está alargada hasta la extenuación. Los insertos son una especie de películas de serie B y con el mismo escaso interés. La mezcla no aporta nada al conjunto. Algún momento bueno tiene, pero muy escasos.
No me ha convencido nada, desde luego no soy el lector de este libro.
Regulero.
A lo mejor lo que quiero es ser chica otra vez, y hablar con ella como entonces. ¿Será eso? No creo, no, con toda seguridad. No me divertiría ser chica otra vez. Si hay algo que me divierte es tener estos problemas de mujer ya con alguna experiencia, por malas que sean, no, qué aburrido ser chica otra vez, y estar todavía sin conocer nada. Pero qué ganas de querer intensamente, así como entonces.
Ni siquiera a mí misma me puedo querer de esa forma. A mí misma menos que a nadie, porque ante todo es de mí que estoy harta, de mis reacciones ya archiconocidas, ¿pero entonces por qué las estoy anotando? Sí, lo tengo que admitir, una razón posible es el miedo, escribo para no pensar que me puedo morir. Y qué curioso, ahora no dije que nos podemos morir.
Lo indiscutible es que de a ratos siento que debo usar ese plural, así que con alguien estoy tratando de establecer un contacto. ¿Con mi anterior encarnación? una mujer que tuvo su apogeo en los años 20, digamos. Pero estamos en lo mismo, sería inútil contarle todo a una mujer de otra época, tan diferente. ¿Y por qué no? Ésa debe haber sido buena época para ser mujer, entre las dos guerras. Qué lindo ser misteriosa, lánguida, estilizada.
Ya sé lo que diría Beatriz: objetos estilizados, misteriosos, lánguidos ¡a punto de bostezar! Pero Beatriz, qué misterio de todos modos esa existencia, viviendo para sí mismas, perdidas en su propia belleza. Objetos, pero objetos preciosos. Un bibelot, un potiche. Aunque de veras suenan cómicos esos nombres ahora. Antes cómo me impresionaban. Ahora por el hecho de ser objetos, como las pobres mujeres, ya me hartan. ¿O me dan lástima? Pero somos así, inútil tratar de cambiarnos. Pero también hay que ver que es lindo estar siempre cuidándonos, y poniéndonos monas, porque es tan divertido ver que alguien se alborota por una. Claro, las feas están liquidadas, por eso joroban con el feminismo. Ahora que lo pienso cómo me gustaría hablar con una mujer de aquella época.
Pero no, me parece que no, que es con papá que quiero hablar. Pero qué empresa tan estéril. ¿O no? Veamos, ¿por qué esa necesidad? Tendrá que ver seguramente con lo que representaba papá para mí. Sí, porque en realidad yo no puedo saber cómo era. A mí me parecía tan sabio, tan justo, tan sereno, pero por otro lado que lo hiciera feliz alguien como mamá, debería hacerme sospechar. ¿Cómo le podía gustar que su mujer le dijera a todo que sí, tuviera o no razón? Para eso mejor tener un perrito, o una gata de angora, mansa y falsa hasta la médula. Ese 7 de noviembre del 59 en que falleció yo todavía no había cumplido los quince, cada vez que le decía que a mis compañeras, en ese baile de cumpleaños, el padre las hacía bailar el primer vals, sacaba la pipa de la boca y mirando para otro lado la movía en señal de que no. Le parecía ridículo, teatral, ese vals. Tal vez era porque no sabía bailar. Le voy a preguntar a mamá en la próxima carta.
Y pensar que en unos años más mi hija va a tener su baile de quince, el padre va a estar encantado de sacarla a bailar. Qué hombre convencional. Cómo me saturó. Qué mal lo recuerdo. Cómo me harta todo lo que tenga que ver con él. Y qué alivio saberlo a millares de kilómetros. Si a lo irritante de esa enfermedad tuviera que sumar el asco de verlo a él entrando al sanatorio y representando su papel de exmarido preocupado… ay, qué horror de tipo, siempre tan en papel, ¿por qué da esa impresión de que está actuando en un escenario? es como un actor que trabaja bien pero que no es natural, algo raro tiene Fito, él tiene siempre que demostrar a la gente todo lo que está sintiendo. Y yo creo que no siente nada. ¡Nada, eso es lo que está sintiendo!
Si papá hubiese estado vivo no me habría dejado equivocarme así. Quién sabe. Fito tenía sus ventajas. Tan seguro, tan protector, tan voluntarioso, tan pero tan sexy. Y tan organizado, qué horror los capricornianos. Tan fuerte, tan aguantador, claro, porque vive desde que nació —yo creo— metido adentro de esa caparazón, adonde no llegan ni las balas. ¿Y de qué será esa caparazón? Vaya a saber, pero ¡ah, ahora sé!, es como un cajón de muerto. Y por eso no siente nada, porque está muerto. Y en su cajón está solo y comodísimo. Y tanto que se jacta de que él es todo sentimientos. No siente nada, excepto por la hija. Sí, a Clarita la quiere, debo admitirlo. Eso sí es cierto en él. Si le pasa algo a Clarita él se desespera, vive pendiente de la hija. ¿Cómo puedo decir entonces que es un tipo sin sentimientos? Eso lo podría entonces decir él de mí, porque yo en Clarita nunca pienso. Ni me acuerdo de ella. Y eso que soy la madre. ¿Cómo puedo entonces hablar yo de sentimientos?
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