Antoni Escrig. El reloj milagroso.

septiembre 20, 2024

Antoni Escrig, El reloj milagroso
Almuzara, 2014. 238 páginas.

Historia de los ingenios mecánicos desde la antigüedad hasta nuestros días, con multitud de anécdotas interesantes que dibujan un panorama del ingenio humano para construir artefactos cada vez más sofisticados.

Otras reseñas: El reloj milagroso y El reloj milagroso

Bueno.

EN BUSCA DEL MÓVIL PERPETUO
Esa mañana de 1966 el famoso y extravagante físico Richard Feynman fue despertado por sus estudiantes. Estos le trajeron un periódico señalándole la espectacular demostración que iba a hacer en California Joseph Papp, un ingeniero húngaro que afirmaba haber inventado un móvil perpetuo. O casi, pues el motor de Papp era recargado cada seis meses con un combustible especial.
Feynman respondió a sus alumnos que esa máquina era inviable, a menos de que funcionase con energía nuclear, lo que no parecía ser el caso. Así, con la curiosidad habitual en él, se dispuso a asistir a la prueba.
La expectación era máxima. Unas 30 personas se amontonaban en el aparcamiento privado de una empresa de neveras. Papp empezó a soltar una chachara sin sentido en la que mezclaba radiaciones con niveles energéticos y mecánica cuántica. Feynman, que era una eminencia mundial en ese último campo, sin ya poder controlarse empezó a ametrallarle con contundentes y manifiestamente incómodas preguntas. ¿Dónde va conectado este cable eléctrico que sale del motor»? ¿Si lo desconecto, continúa funcionando? ¿Por qué una demostración de sólo unos minutos? ¿Por qué el motor térmico suena igual como si fuera eléctrico?
De repente, sin previo aviso, el motor explotó matando a uno de los asistentes cuyo pecho fue atravesado por una pieza metálica. Graves acusaciones por parte de Papp sobre un posible sabotaje de Feynman (que había llegado a desconectar el nombrado
cable eléctrico) y de inevitables conspiraciones de las compañías petrolíferas forzaron a Feynman de escribir un ya clásico artículo, ofreciendo su versión de los hechos y denunciando el fraude de este tipo de máquinas.
Según se desprende del texto, Papp provocó la explosión deliberadamente para ganar tiempo al destruir el motor evitando ser examinado y para atraer a más inversores, ya que el dispositivo tenía que ser completamente reconstruido.
Esta triste anécdota, no es un caso aislado. En algunas ocasiones, el inventor es un embaucador sin escrúpulo alguno pero, en otros casos y quizás en su mayoría, existe un cegamiento absoluto en pos de una de las quimeras de la humanidad, la que representa disponer de una máquina perpetua. Es decir, un artilugio que pueda por sí mismo crear la energía necesaria para seguir en funcionamiento.
Desde tiempos inmemoriales multitud de inventores lo han intentado infructuosamente. El francés Villard de Honnecourt ideó en 1245 una especie de rueda donde, a intervalos regulares, había acoplado un número impar de mazas. Estas en teoría se encargaban de proporcional el impulso extra que necesitaba la rueda para girar. Según el autor esta máquina serviría para elevar pesos y accionar una serradora.
El mismísimo Leonardo da Vinci afrontó sin complejos esta cuestión empezando por perfeccionar la rueda de Honnecourt para llegar finalmente a la conclusión, ofreciendo al mismo tiempo una explicación plausible, de que este tipo de artilugios no podrían llegar a funcionar nunca. Leonardo llegó a comparar el móvil perpetuo con una de las quimeras de la alquimia: la invención de la piedra filosofal.

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