Evgueni Zamiatin. Nosotros.

septiembre 19, 2024

Evgueni Zamiatin, Nosotros
Akal, 2022. 250 páginas.
Tit. or. My, my. Trad. Sergio Hernández-Ranera.

En el Estado Único cada persona se identifica con un número y tiene un puesto concreto en una sociedad aparentemente perfecta. El protagonista está a cargo de la construcción del Integral, una aeronave que expandirá la civilización a otros planetas. Pero su vida cambiará de una manera brusca ante la aparición de una mujer, I-330.

Novela precursora de 1984 -y, en cierta medida, de Un mundo feliz-. Los paralelismos son más que notables y no vamos a discutir aquí cual de las dos es mejor (aunque el prologuista y traductor lo tiene clarísimo, hace una defensa de este libro tan exagerada que roz lo ridículo), pero sí que no tendríamos el libro de Orwell sin éste.

En esta sociedad son las matemáticas el centro, la perfección vía las tablas de la ley, pero como en todo paraíso hay una serpiente, y el exterior (del que están protegidos mediante un muro) acabará extendiendo sus tentáculos. No contaremos el final pero se asemeja al de 1984.

Una lectura obligada para conocer el origen de tantas distopías que vinieron después.

Muy bueno.

Estamos en primavera. Desde la salvaje lejanía, desconocida al otro lado del Muro Verde, el viento trae el polen de las flores. Este polvillo dulzón reseca los labios —a cada instante es menester humedecerlos con la lengua— y todas las mujeres que se cruzan conmigo tienen los labios dulces (los hombres también). Esta circunstancia aturde nuestro cerebro.
¡Y qué cielo! Azul intenso, sin la menor sombra de nubes (¡qué mal gusto debieron de tener nuestros antepasados, si aquellas masas de vapor, deformes, burdas y tontas, eran capaces de emocionar a sus poetas!). Me gusta un cielo estéril, rigurosamente puro. Y no solamente me gusta a mí, sino que estoy seguro de que todos amamos este cielo. Todo este mundo ha sido construido en el vidrio eterno, irrompible, que forma el Muro Verde y, también, nuestros edificios. En nuestra Era se ve la azulada profundidad de las cosas, se adquiere una magnitud inédita en ellas y observamos unas ecuaciones maravillosas, que se pueden descubrir en lo más cotidiano, hasta en lo más vulgar.
Esta mañana, por ejemplo, estuve en la factoría donde se construye el Integral. De pronto mi mirada se fijó en las máquinas. Con los ojos cerrados, como abstraídas, giraban las bolas de los reguladores. Las relucientes palancas se inclinaban a derecha e izquierda, el balanceo era soberbio en los ejes, el puntero de la máquina taladradora crujía al son de una música imperceptible. Entonces se me reveló la hermosura de aquella danza en las máquinas inundadas de la azulada luz solar.
Luego me pregunté casi involuntariamente: «¿Por qué es hermoso todo esto? ¿Por qué es bella la danza?». La respuesta fue: «Es un movimiento regulado, no libre, porque su sentido más profundo es la sumisión estética perfecta, la idealizada falta de libertad. Si es cierto que nuestros antepasados, en los instantes de mayor entusiasmo, se abandonaban a la danza (en los misterios religiosos, en los desfiles militares), este hecho puede significar tan sólo: el instinto de no ser libre es innato en el hombre, y nosotros, en nuestra existencia actual, lo hacemos conscientemente…». Me interrumpen: en mi numerador se ha abierto una casilla. Alzó la visita: «Claro, es O-90, dentro de medio minuto llegará aquí, viene a buscarme para dar juntos un paseo».
¡La querida O! Desde el principio me di cuenta de que su aspecto está de acuerdo con su nombre, tiene diez centímetros menos de estatura de lo corriente; es totalmente curvada, como si estuviera torneada, y cuando habla su boca es una O sonrosada. En las muñecas tiene profundos hoyuelos, como los niños.
Cuando llegó a mi habitación, el volante de la lógica oscilaba todavía en mi interior y la fuerza de la inercia me hizo hablar a O de aquella fórmula que acababa de descubrir, la fórmula que abarca a todo y a todos: seres inteligentes, máquinas y danza.
—Es maravilloso, ¿verdad? —le dije.
—¡Sí, es maravillosa la primavera! —me contestó O con una sonrisa radiante.
La primavera…, habla de la primavera. ¡Qué absurdas son estas mujeres!, pensé. Pero no dije nada.

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