Una pareja se muda a un pueblo animados por una misteriosa organización en un mundo que parece estar desintegrándose. Me costó horrores acabarlo; ni me interesaba la historia ni la prosa. Y eso que el ambiente -pueblo con pocos habitantes en un ambiente ligeramente postapocalíptico- podía haber dado mucho de sí. Hay alguna escena interesante, pero son las menos. Enrique vive encima del bar. Desde el interior oscuro de su local, unas escaleras de madera suben hacia el primer piso. Los techos son bajos, dan sensación de agotamiento, pero el interior es cálido. Enrique ha quedado con Nadia allí arriba y ha dejado la puerta del bar abierta. Sobre las siete de la tarde, con un sol tardío que alumbra de naranja el dorso de sus manos, Nadia atraviesa la puerta del granero. Sorbe el olor a queso viejo y a vino mientras oye el ruido de sus botas. Imagina animales, mayormente roedores y arácnidos, durmiendo en las esquinas, tras las mesas plegadas y las sillas. No se mueven, sus ojos no brillan. Probablemente no existan. Agarra fuerte la escalera y sube. Cuando su cabeza emerge por el hueco siente que ha entrado en un mundo distinto a todo lo…