Tusquets, 2009. 138 páginas. El padre Almida y el sacristán de la iglesia tienen que abandonarla para evitar perder unas subvenciones de las que dependen buen parte de sus ingresos. Dejarán en las manos del padre Matamoros, un misacantano aficionado a la bebida la misa y a Tancredo, jorobado, en manos del acoso de Sabina, la lúbrica ahijada del sacristán. Las tres Lilias, encargadas de los servicios domésticos, se alegrarán de la llegada del nuevo cura. Es fascinante como el autor consigue crear, en tan pocas páginas, un ambiente tan asfixiante, tan desquiciado bajo una apariencia respetable, que insinue tantos secretos oscuros, que lo pueble de personajes que parecen sacados de las tragedias griegas pasadas por el molinillo del cinismo contemporáneo. Me ha fascinado esa iglesia, y me he quedado un poco huérfano cuando ha acabado el libro, porque hay más historia de la que se cuenta y me hubiera gustado leerla. Muy recomendable. De una edad indefinible, el padre Matamoros -el reverendo padre San José Matamoros del Palacio- resultaba de verdad un raro pájaro en la parroquia, gris y desplumado, venido de Dios sabe qué cielos. Vestía de paño oscuro y en lugar de alzacuellos usaba un suéter gris,…