Editorial Bruguera, 1976. 190 páginas.
Lo que se entiende normalmente por fantasÃa me causa repelús. Las historias de elfos, enanos y demás fauna me producen aburrimiento y el trabajo que tuvo Tolkien para crear lenguajes imaginarios no hace que abra la boca de admiración. Pero por fantasÃa puede entenderse un tipo de relatos en los que se introducen en un entorno cotidiano elementos sobrenaturales.
Asà se encuentra en muchos relatos versiones modernas del pacto con el diablo (Martinis: 12 a 1) o muertos que vuelven del más allá para rectificar sus disposiciones testamentarias (La cosa mà s extrana, e incluso calaveras con una gran vocación de actor: ¡Ay, pobre Yorick, tanto como le conocÃa!). La lista completa es la siguiente:
Martinis: 12 a 1, Mack Reynolds
Informe sobre la emigración del material pedagògica, John Sladek
El que vuelve, John Berry
¡Ay, pobre Yorick, tanto como le conocÃa! Joan PatrÃcia Basch
El escarabajo, Jay Williams
La cosa màs extrana, Garson Kanin
Las wïlis, Baird Searles
En qué caverna de las profundidades, Robert F. Young
Los escritos en clave de humor se leen con bastante gusto (el de la calavera tiene momentos de gran comicidad) y uno de los más mediocres es el que cierra el volumen (que además ocupa casi la mitad del libro). El conjunto merece la pena (y lo compré muy barato).
Extracto:[-]
Les habÃa ya empezado a recitar su monólogo, cuando calló y exclamó:
—Está actuando de nuevo. —¿Cómo que está «actuando de nuevo»? —gruñó Greg—. Es una calavera de sólido hueso, lisa y brillante.
—¿Y por eso no puede actuar? —gritó Les, perdiendo los estribos por primera vez en su vida—. ¡Usted no sabe nada de actuar desde dentro! ¡Está sólo obsesionado con la carne! ¡Y actuar sale del alma! ¡Los de su clase son todos iguales! Esto molestó a Greg, porque procede de la televisión.
—No hay papeles pequeños, sino actores mediocres —exclamó de pronto Marta, por fortuna. Luego sufrió una especie de ataque de histerismo.
Dan cruzó el escenario y la abofeteó. Yo corrà a los camerinos, localicé al fin un grifo que funcionaba y mojé un pañuelo, que me apresuré a colocar sobre la frente de Marta. Esta se recuperó y empezó a chillar:
—¡Quita ese trapo de mi cara, idiota! Lo cual más bien arrojó un cubo de agua frÃa a mi labor espiritual. RetrocedÃ, capté la mirada de Dan, el cual se rió desdeñosamente, como si se tratase de una broma secreta entre los dos, y me sentà mejor. (A veces creo que sabe leer en mi cerebro, lo cual es embarazoso, enfurecedor einconveniente, pero sin saber por qué esto me hace feliz, cubriéndome el rostro de rubor.) Marta se disculpó al fin, cogiéndome una mano y sollozando.
Greg fue a visitar al guardarropa convaleciente, el cual vivÃa muy cerca de allÃ. Yo fui a buscar café para todos. Lo tomamos al fondo del escenario, sentados de espaldas al mismo. De vez en cuando oÃamos un «clic», como de unas mandÃbulas al rechinar, de modo que hablábamos en voz baja. Casualmente, Moira rozó a Mefistófeles y éste chilló. Le habÃa hecho derramar el café. Formulamos diversas sugerencias. ¿Incineración? Se necesitarÃa un crematorio, y no poseÃamos ningún certificado de muerte. ¿Arrojar la calavera al rÃo?
Mefistófeles explicó que entre bastidores tenÃa un bastón que entregarÃa de buen grado si Dan lo necesitaba para coger la calavera y enterrarla en cemento. Sin embargo, no tenÃamos cemento húmedo. El sonido rechinante sonaba más fuerte. A decir verdad, empezaba a sentir lástima de la calavera, aunque temÃa proclamarlo por miedo a que me obligaran a llevármela a casa como un obsequio. Me hallaba luchando entre estas ideas y sentimientos contradictorios cuando volvió ,Greg.
—Estábamos hablando —susurró Moira— de que tal vez el cemento blando nos servirÃa para…
De pronto, junto a Greg apareció un individuo con el pelo color de arena.
Llevaba unas ropas a cuadros, fumaba en pipa y sujetaba una cartera repleta de papeles. Debió de permanecer sentado al fondo del teatro, aunque nadie se habÃa fijado en él, ni supimos cómo habÃa entrado.
—Soy de Equidad —anunció escuetamente. Los ojos de Greg mostraban el blanco como los de un corcel al galope—. Me gustarÃa conversar dos palabras con el señor…, hum…, Martin.
2 comentarios
Pues yo debo de ser muy rara, porque el relato que más me gustó es precisamente el último, «En qué caverna de las profundidades», y no me pareció nada mediocre. Me hizo replantearme el desprenderme de un librito cuyos relatos anteriores me aburrieron un montón (salvo «El escarabajo»).
O el raro soy yo ¿Quién sabe? Gracias por comentar.