Selección Fantasía 2

noviembre 3, 2010

Editorial Bruguera, 1976. 190 páginas.

Selección Fantasía 2
Realidad extendida

Lo que se entiende normalmente por fantasía me causa repelús. Las historias de elfos, enanos y demás fauna me producen aburrimiento y el trabajo que tuvo Tolkien para crear lenguajes imaginarios no hace que abra la boca de admiración. Pero por fantasía puede entenderse un tipo de relatos en los que se introducen en un entorno cotidiano elementos sobrenaturales.

Así se encuentra en muchos relatos versiones modernas del pacto con el diablo (Martinis: 12 a 1) o muertos que vuelven del más allá para rectificar sus disposiciones testamentarias (La cosa màs extrana, e incluso calaveras con una gran vocación de actor: ¡Ay, pobre Yorick, tanto como le conocía!). La lista completa es la siguiente:

Martinis: 12 a 1, Mack Reynolds
Informe sobre la emigración del material pedagògica, John Sladek
El que vuelve, John Berry
¡Ay, pobre Yorick, tanto como le conocía! Joan Patrícia Basch
El escarabajo, Jay Williams
La cosa màs extrana, Garson Kanin
Las wïlis, Baird Searles
En qué caverna de las profundidades, Robert F. Young

Los escritos en clave de humor se leen con bastante gusto (el de la calavera tiene momentos de gran comicidad) y uno de los más mediocres es el que cierra el volumen (que además ocupa casi la mitad del libro). El conjunto merece la pena (y lo compré muy barato).


Extracto:[-]

Les había ya empezado a recitar su monólogo, cuando calló y exclamó:

—Está actuando de nuevo. —¿Cómo que está «actuando de nuevo»? —gruñó Greg—. Es una calavera de sólido hueso, lisa y brillante.

—¿Y por eso no puede actuar? —gritó Les, perdiendo los estribos por primera vez en su vida—. ¡Usted no sabe nada de actuar desde dentro! ¡Está sólo obsesionado con la carne! ¡Y actuar sale del alma! ¡Los de su clase son todos iguales! Esto molestó a Greg, porque procede de la televisión.

—No hay papeles pequeños, sino actores mediocres —exclamó de pronto Marta, por fortuna. Luego sufrió una especie de ataque de histerismo.

Dan cruzó el escenario y la abofeteó. Yo corrí a los camerinos, localicé al fin un grifo que funcionaba y mojé un pañuelo, que me apresuré a colocar sobre la frente de Marta. Esta se recuperó y empezó a chillar:

—¡Quita ese trapo de mi cara, idiota! Lo cual más bien arrojó un cubo de agua fría a mi labor espiritual. Retrocedí, capté la mirada de Dan, el cual se rió desdeñosamente, como si se tratase de una broma secreta entre los dos, y me sentí mejor. (A veces creo que sabe leer en mi cerebro, lo cual es embarazoso, enfurecedor einconveniente, pero sin saber por qué esto me hace feliz, cubriéndome el rostro de rubor.) Marta se disculpó al fin, cogiéndome una mano y sollozando.

Greg fue a visitar al guardarropa convaleciente, el cual vivía muy cerca de allí. Yo fui a buscar café para todos. Lo tomamos al fondo del escenario, sentados de espaldas al mismo. De vez en cuando oíamos un «clic», como de unas mandíbulas al rechinar, de modo que hablábamos en voz baja. Casualmente, Moira rozó a Mefistófeles y éste chilló. Le había hecho derramar el café. Formulamos diversas sugerencias. ¿Incineración? Se necesitaría un crematorio, y no poseíamos ningún certificado de muerte. ¿Arrojar la calavera al río?

Mefistófeles explicó que entre bastidores tenía un bastón que entregaría de buen grado si Dan lo necesitaba para coger la calavera y enterrarla en cemento. Sin embargo, no teníamos cemento húmedo. El sonido rechinante sonaba más fuerte. A decir verdad, empezaba a sentir lástima de la calavera, aunque temía proclamarlo por miedo a que me obligaran a llevármela a casa como un obsequio. Me hallaba luchando entre estas ideas y sentimientos contradictorios cuando volvió ,Greg.

—Estábamos hablando —susurró Moira— de que tal vez el cemento blando nos serviría para…
De pronto, junto a Greg apareció un individuo con el pelo color de arena.

Llevaba unas ropas a cuadros, fumaba en pipa y sujetaba una cartera repleta de papeles. Debió de permanecer sentado al fondo del teatro, aunque nadie se había fijado en él, ni supimos cómo había entrado.

—Soy de Equidad —anunció escuetamente. Los ojos de Greg mostraban el blanco como los de un corcel al galope—. Me gustaría conversar dos palabras con el señor…, hum…, Martin.

2 comentarios

  • Maria abril 7, 2022en2:06 am

    Pues yo debo de ser muy rara, porque el relato que más me gustó es precisamente el último, «En qué caverna de las profundidades», y no me pareció nada mediocre. Me hizo replantearme el desprenderme de un librito cuyos relatos anteriores me aburrieron un montón (salvo «El escarabajo»).

  • Palimp abril 11, 2022en9:50 am

    O el raro soy yo ¿Quién sabe? Gracias por comentar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.