Seix Barral, 2005. 356 páginas.
Emigrante latinoamericano en ParÃs que tendrá que ganarse la vida antes de hacer carrera como escritor.
La novela oscila entre personajes de interés y otros, si no tópicos, bastante planos. Con la prosa pasa lo mismo, no es mala, pero no termina de levantar vuelo. En general un poco decepcionante y la historia, poco creÃble.
Si querÃa retratar lo duro de la inmigración falla por completo, porque el protagonista apenas tiene un trabajo malo -fregaplatos en un restaurante- y sólo tres dÃas a la semana. Le da tiempo a tener diferentes aventuras amorosas, hasta el punto que cualquiera se cambiarÃa por él. Para acabar, un deux ex machina en la figura del gran escritor Ribeyro, cuyos cuentos sà que son ejemplares.
Le pregunté de dónde venÃa tanta sabidurÃa y me habló de una novia en Ceuta, hija de un amigo de sus tÃos, un amor algo estrambótico cuya caracterÃstica principal fue que nunca llegó a darse, jamás se besaron o tocaron de forma Ãntima, todo transcurrió entre miradas, y asà ambos lograron expresarse el amor, un sentimiento en estado puro. Dios misericordioso, le dije un poco por reÃr, qué cosa tan triste, y él repuso que sÃ, cambiarÃa toda esa lÃrica por un buen polvo. Bueno, esto no lo dijo asÃ, Salim nunca usarÃa esa expresión, pero la idea era ésa, y continuó con su historia, explicando que al no realizar el amor habÃa quedado la poesÃa, le habÃa escrito un libro de versos, se llamaba Fatyah y tenÃa los ojos muy negros, de piel aceitunada y pelo castaño, asà la describió, otro dÃa te traigo los poemas, y entonces le pregunté, ¿y ella te escribe?, ¿qué opina de que te hayas ido de Ceuta?, ¿te espera? Salim se inclinó sobre la mesa y respondió que no. No me escribe y para ser sincero, nunca hemos hablado. Fue más una cuestión de miradas, y entonces me atrevà a preguntar: pero si es asÃ, ¿cómo sabes que ella te quiere?, y él me miró con ojos volátiles, como mirarÃa el muftà al alumno que pide consejo ante una pregunta estúpida, y dijo, lo sé porque lo sé, porque lo dijo mil veces con sus ojos, y ya no seguà preguntando, Salim era un tipo especial, eso sà que estaba claro. Bebà la cerveza y cambiamos de tema.
Me habló de un autor marroquà que admiraba. Hace dÃas quiero hablarte de él, dijo, se llama Mohammed KhaÃr-Eddine, creo que te podrá interesar, mira. Abrió su bolso, un bolso de cuero que tenÃa siempre terciado, y sacó un viejo volumen titulado Moi L’aigre, algo asà como «Yo, el agrio», y me dijo que debÃa leerlo. Era un marroquà nacido en el sur, en Tafraout, un hombre de 50 años. Explicó que su obra literaria habÃa sido escrita desde el exilio, en Francia, pero también desde el odio al padre, una especie de Kafka del Maghreb, asà lo definió, léelo, te gustará, está en ParÃs y otro dÃa iremos a verlo, es amigo de mi familia. Guardé
el libro en mi mochila y seguà pensando en lo que Salim habÃa dicho de Sabrina, y al despedirnos, en la entrada del Metro, me preguntó por la fiesta del otro dÃa. Bien, le dije, bien. No le di detalles, pero recordé a Paula, serÃa agradable verla de nuevo.
Al llegar a mi chambrita la llamé, pero no estaba, asà que dejé un mensaje: «Espero que hayas encontrado todo bien en tu casa, me llevé una botella de whisky pero prometo reponerla, gracias por todo.» Luego me recosté en la colchoneta con la cabeza hirviendo de imágenes, Sabrina desnuda saliendo de la ducha, las piernas abiertas de Paula y la escritura de Ben Jelloun. Luego empecé a leer el librito del marroquÃ, Mohammed Khair-Eddine, hasta que acabé el último cigarrillo.
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