Duomo ediciones, 2009. 306 páginas.
Tit. Or. Descartes’ bones. Trad. Claudia Conde.
Buscaba otro libro del autor, me encontré éste, me interesó el tema, me lo llevé.
Los huesos de Descartes tienen una historia curiosa, que yo ya conocía en parte gracias a Nieves Concostrina, pero el autor aprovecha para enseñarnos historia del pensamiento filosófico, intentar definir qué entendemos por modernidad, y defender la idea de un estado laico alejado de las influencias de la religión.
Se da la paradoja de que siendo el autor con el que comienza la modernidad, atacado en su momento porque sus ideas conducirían al ateísmo (y, en parte, así ha sido), sus huesos fueron y son tratados como reliquias de un santo laico. Así mismo el dualismo cartesiano es en estos momentos uno de los últimos refugios del alma.
La única manera de avanzar en el conocimiento es poniendo en duda lo que ya sabemos. De esta manera de pensar nació el actual método científico, donde el principio de autoridad no tiene validez. Como se cita en el libro:
Tal como dijo Descartes, de manera demoledora: «No hay mejor manera de demostrar la falsedad* de los principios de Aristóteles que señalar que los hombres no han logrado ningún progreso en los muchos siglos en que los han seguido».
Se aprovecha para reflexionar sobre la muerte:
«la muerte -escribió una vez el filósofo Ludwig Wittgenstein-no es un acontecimiento de la vida.»* Tal vez quiso decir (aunque no es fácil saberlo con certeza, ya que Wittgenstein solía ser colosalmente críptico) que la muerte no es algo que experimentemos en realidad y que, al no poder ser conscientes de la no existencia, se trata de un estado que carece literalmente de sentido, por lo que en lugar de pasar la vida preocupándonos por el futuro, deberíamos considerar cada instante como una eternidad. Deberíamos vivir el momento.
Quizá sea cierto y razonable, pero en un sentido corriente y vulgar, Wittgenstein estaba totalmente equivocado. La muerte es el gran acontecimiento de la vida. Es nuestro principal principio organizador. Es lo que nos hace darnos prisa y perder el tiempo, adular a nuestros jefes y mimar a nuestros hijos; es la razón por la que nos gustan los coches rápidos y las flores efímeras, la causa de que escribamos poesía y nos apasione el sexo. Es lo que nos hace preguntarnos por qué estamos aquí.
Y no falta alguna anécdota curiosa:
La Sociedad de Antropología de Broca tuvo problemas desde el comienzo. Broca necesitaba que el Gobierno aprobara la fundación de su sociedad científica; sin embargo, para los que ostentaban el poder, la idea de una disciplina que estudiara al hombre como si fuera un animal parecía terriblemente humillante. Gracias a su perseverancia y a su insistencia en diversos departamentos burocráticos, Broca consiguió al fin una cautelosa autorización a fin de que su Sociedad de Antropología empezara a sesionar, con la condición de que un oficial de policía asistiera a todas las reuniones, para asegurarse de que no eran subversivas. (Durante dos años, un agente dormitó durante los incomprensibles debates, hasta que finalmente, sin decir nada, dejó de acudir a las reuniones.) El episodio de las liebres y los conejos estaba lejos de ser anecdótico. Broca hablaba en serio cuando proponía un estudio completo y objetivo de las interacciones humanas, que abarcara incluso el sexo y la reproducción. Su enfoque seguía escandalizando a algunos de sus colegas, pero a diferencia de Cuvier o Flourens, Broca tendía tanto política como temperamentalmente a desafiar el statu quo y a cuestionar las verdades absolutas y el poder establecido. Por su actitud desafiante ante la religión y la superstición, y por abrir nuevos caminos a la indagación y el estudio, se convertiría en un héroe para los científicos de las generaciones posteriores.
Pero aunque durante todo el libro se respira una defensa del laicismo y un ataque a la religión como estructura inmovilista enemiga del progreso, al final aboga por una vía intermedia entre la religión y la razón. Algo que puede entenderse porque en Estados Unidos la religión tiene mucho poder. Pero no deja de ser curioso que critique al islam en párrafos como éste:
Las convicciones de Hirsi Ali son cortantes como la hoja de una navaja. Para ella, la razón es la gran luz de la humanidad, mientras que la religión es una fuerza que tiende al caos y la oscuridad. «Occidente -me dijo- se ha salvado por haber separado la fe de la razón. De ese modo se ha llegado a un gobierno secular. El gobierno secular está basado en la razón humana, con toda su falibilidad. En cambio, la fe parte de la infalibilidad y ahí radica su peligro. Nuestro profeta Mahoma no puede cometer ningún error, de modo que no podemos librarnos de él.» La falla tectónica sobre la cual se sitúa Hirsi Ali discurre a través de los siglos de la era moderna; las tensiones que se arremolinan constantemente a su alrededor (mientras comíamos, los escoltas de su equipo de seguridad no dejaban de moverse) evocan las fuerzas que se dispusieron a luchar en la Universidad de Utrecht en la década de 1630, cuando Regius, el primer discípulo de Descartes, presentó una forma de cartesianismo ante un público enmudecido de asombro, o aquellas que alimentaron la Revolución Francesa, sólo que las tensiones actuales son mundiales. Para muchos, el desafío que plantea el Islam es el de una cultura que no ha experimentado los siglos de la modernidad, que no ha convivido con los huesos de Descartes.
Pero no se atreva a dar el salto hacia un laicismo total. En cualquier caso, un libro muy interesante, ameno, con mucha capacidad para hacernos reflexionar.
Una buena reseña aquí: Los huesos de Descartes
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (310/365)
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