Impedimenta, 2023. 194 páginas.
Tit. or. Mojot Maz. Trad. Krasimir Tasev.
Incluye los siguientes cuentos:
Mi marido, poeta
Sopa
Adúltero
Genes
Néctar
Un nido vacío
Un hombre de rutina
Papá
Sábado, cinco de la tarde
Lili
El Ocho de Marzo
Cuyas protagonistas, mujeres, hablan de las relaciones con sus maridos, buenos, malos y regulares, presentes y ausentes, importantes o irrelevantes. El primer cuento, Mi marido, poeta es, sencillamente, perfecto. Y da el tono del resto. Situaciones cotidianas en las que no hay héroes ni villanos, ni grandes gestas, solo el ir tirando como se pueda, aunque nuestra vida no sea lo que habíamos soñado.
Destacables son también los relatos como Un nido vacío, donde la primera persona nos dibuja a alguien despreciable que no se da cuenta de que lo es. Porque hay mucha retranca en estos cuentos que, por momentos, me han recordado a Empar Moliner, mucho humor negro, y desgracias de andar por casa en las que no es difícil reconocerse.
Me ha encantado.
Tal vez no sea el mejor ejemplo, pero es el único que me sé de memoria, puesto que los últimos versos —«las palabras / hacen mía / esta canción»— son los que a veces le recito «espontáneamente» para que se le pase el enfado. O, mejor dicho, los canturreo, lo cual le resulta particularmente halagüeño, porque siempre acarició el sueño de que algún compositor le pusiera música a sus versos. No es capaz de entender que sería una empresa imposible. A sus poemas les falta ritmo y, muchas veces, hasta sentido. No son más que frases huecas, borroneadas en versos sin pies ni cabeza, con el único objetivo de que el ignorante, al encontrarse con palabras exóticas como canela o terciopelo, los considere el no va más.
¡Dios mío, qué tonta fui! ¡Parece mentira! Es que no me lo puedo perdonar. Me refiero a cómo nos conocimos. Ya he mencionado que sucedió en un festival de poesía. Yo estaba allí en calidad de traductora, ya que, antes de llegar a profesora de Historia, de vez en cuando hacía traducciones para ganar algo de dinero. Una noche, en el vestíbulo del enorme hotel donde estábamos alojados todos los poetas y traductores, nos reunimos para cantar. Ahora sé que todos aquellos poetastros se daban ínfulas: querían demostrar que no solo sabían escribir poesía y que eran unas almas sensibles, sino que, además, entendían de música tradicional, tenían muy buen oído y sabían cantar. Fue allí donde hizo su aparición nuestro Goran. A tono con el espíritu de la noche, llevaba una camisa blanca bordada con motivos tradicionales. Debo reconocer que le quedaba muy bien. Ai fin y al cabo, Goran era muy atractivo. Pensándolo bien, sobre todo por eso me enamoré de él. Tenía el pecho como el de una estatua muy bien esculpida, unos hombros, unos brazos fuertes y peludos… que daban ganas de que no te soltase, de que te abrazase todo el tiempo y te llevase a algún lugar apartado. Bueno, pues Goran no estaba sentado con los demás, sino que permanecía de pie, un poco a un lado, apoyado en una pared, observando con la cabeza ladeada. De pronto, aprovechando un instante en que todos guardaron silencio, se irguió y entonó una canción popular (estoy segura de que era «More sokol pie», porque ahora ya sé que no conoce otra). Voceaba de una manera tan teatral, con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la nuez moviéndosele arriba y abajo en la garganta, que me pareció un gallo haciendo quiquiriquí. Me dio risa, pero al mismo tiempo le miraba los brazos y el pecho, y me lo imaginaba dándome un achuchón. Cuando dejó de hacer quiquiriquí, recibió un aplauso y me miró. Tenía los ojos ligeramente húmedos, probablemente como resultado del esfuerzo que había supuesto su canto de gallo. En aquel momento me parecieron llenos de tristeza. En seguida me dieron ganas de consolarlo. Eso hice por la noche, en su habitación, y así empezó todo.
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