Roger Zelazny. Tú el inmortal.

junio 7, 2023

Roger Zelazny, Tú el inmortal

La tierra está devastada por una guerra nuclear, apenas hay cuatro millones de personas habitándola, hay grandes zonas radioactivas y numerosos mutantes. Una civilización extraterrestre ha ocupado el planeta que es un destino turístico. Aquí vive Conrad Nomikos, un terrestre inmortal (aunque lo oculta) y extraordinariamente fuerte que recibe el encargo de proteger a un extraterrestre que tiene que realizar una visita a los lugares más problemáticos de la tierra.

Los personajes de Zelazny son, como se comenta en muchos sitios, más semidioses que humanos. Nomikos es alguien que lucha por el planeta, que tiene unas mascotas peculiares, que es fuerte y resistente como Hércules, y que tiene un destino cuando menos curioso. La novela es más aventura que ciencia ficción, con esos toques de los sesenta que le dan un sabor peculiar y atractivo.

Ando recuperando títulos clásicos porque, como he dicho varias veces en esta página, mucha de la ciencia ficción actual es más antigua que mucha de la escrita en los sesenta.

Muy bueno.

—¿De veras andan todavía por ahí?
—¿Quiénes?
—Religiones y Divinidades, S. A. Los viejos dioses. Como Angelsou. Creí que todos los dioses se habían ido de la Tierra.
—No, no se han ido. El que muchos de ellos se nos parezcan no significa que actúen como nosotros. Cuando el hombre se marchó, no les pidió que le acompañaran, y los dioses tienen también su pizca de orgullo. Por otro lado, quizá no tuvieron más remedio que quedarse… Ya sabes… Eso que llaman ananké, la fatalidad, el destino ineluctable. Nadie puede nada contra él.
—¿Es como el progreso?
—Sí. Y hablando de progreso, ¿cómo va progresando Hasán? La última vez que le vi estaba bien estancado.
—Ya se ha levantado y anda por ahí. Con un buen chichón. Nada grave. Tiene la cabeza dura.
—¿Dónde está ahora?
—En el Salón de Juegos. Cruzando el vestíbulo a mano izquierda.
—Creo que debo ir un momento a darle la enhorabuena. ¿Me disculpas?
—Disculpado —dijo, asintiendo con la cabeza, y se fue a escuchar a Dos Santos que conversaba con Phil. Phil, naturalmente, se alegró de la distracción.
Nadie se fijó en mí al salir.
El Salón de Juegos estaba al otro extremo del vestíbulo. Al acercarme oí como un ruido seco: ¡zas!, seguido de un silencio, y luego otra vez lo mismo: ¡zas!
Abrí la puerta y eché una ojeada al interior.
Estaba solo. En aquel momento me daba la espalda, pero oyó el ruido de la puerta y se volvió rápidamente. Vestía un largo albornoz de color púrpura y blandía un cuchillo en la mano derecha. Un enorme vendaje envolvía la parte posterior de su cabeza.
—Buenas tardes, Hasán.
Tenía a su lado una bandeja llena de cuchillos, y un blanco aparecía colgado en la pared de enfrente con dos cuchillos clavados: uno en el mismo centro y otro a unos veinte centímetros de distancia.
—Buenas tardes —respondió con lentitud. Luego, después de pensárselo un momento, añadió—: ¿Cómo estás?
—Oh, bien. Precisamente venía a preguntarte lo mismo. ¿Qué tal va tu cabeza?
—Me duele mucho, pero ya pasará.
Cerré la puerta detrás de mí.
—Debiste tener un mal sueño anoche, cuando estábamos allí.
—Sí. El señor Dos Santos dice que me peleé con fantasmas. No recuerdo nada.
—¿No estarías fumando eso que el doctor Emmet, el gordinflón, llama Cannabis sativa?
—No, Karagee. Fumaba una strige-fleur que había bebido sangre humana. La encontré junto al Antiguo Lugar de Constantinopla y sequé sus pétalos con cuidado. Una vieja me dijo que me ayudarían a tener visión del futuro. Mintió.
—¿Y la sangre del vampiro incita a la violencia? Bien, eso es algo nuevo que merece la pena archivar. A propósito, me acabas de llamar Karagee. Preferiría que no lo hicieras. Mi nombre es Nomikós, Conrad Nomikós.
—Sí, Karagee. Me sorprendí al verte. Creí que habías muerto hace tiempo, cuando tu barco se estrelló en la bahía.
—Karagee murió entonces. Espero que no hayas mencionado a nadie mi parecido con él. ¿Lo has hecho?
—No. Ya sabes que no me gustan los chismes.

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