Ediciones B, 2000. 188 páginas.
Tit. or. The coming anarchy. Trad. Jordi Vidal.
Recopilación de artículos y reportajes del autor en el que hace incidencia en las fechas porque es cierto que en ocasiones parece tener una bola de cristal. Analista del mundo después de la guerra fría apuntó las direcciones en las que creía que irían diferentes conflictos y acertó bastante.
Las ideas que plantea -algunas tan polémicas que aparecen como frases en la contraportada- son bastante interesantes. Cuando un libro me hace pensar, aunque sea la contra como en este caso, siempre ha sido una lectura aprovechada.
Porque el autor tiene una ideología conservadora y un enfoque que él llama práctico con el que estoy en parte de acuerdo pero en otro no. Coincido en que el idealismo de la izquierda que piensa que con paz y amor se resuelven los conflictos es una visión infantil e incorrecta de las cosas. Pero tampoco es verdad que ir dando con un garrote se consigan mejores resultados. Ahí está el ejemplo de Vietnam que el autor intenta justificar como muestra de que los EEUU iban a por todas o más recientemente lo que ha pasado en Afganistán.
Afirma también que no todos los pueblos están preparados para la democracia, que algunos regímenes semiautoritarios consiguen buenos resultados económicos y puede ser verdad pero ¿A qué costa? Y ¿Cómo saber si un pueblo está preparado o no para la democracia? ¿Quién será el juez? Es cierto que la democracia no es un bálsamo que soluciona todos los problemas y estoy dispuesto a reconocer que en algunos casos puede ser contraproducente, pero no me atrevería a ser yo quien lo juzgue. Tampoco indica el autor que cuando la democracia va en contra de los intereses de determinadas empresas los EEUU han estado muy dispuestos a desestabilizar gobiernos. Las élites financieras en todo el mundo están muy empeñadas en enseñar a los ciudadanos que tienen que votar bien o que se atengan a las consecuencias.
Una lectura muy estimulante.
La muerte natural del marxismo en Europa del Este no es ninguna garantía de que no nos aguarden tiranías más sutiles, aquí y en otros lugares. La historia ha demostrado que no existe un triunfo definitivo de la razón, llámese cristianismo, Ilustración o, actualmente, democracia. Pensar que la democracia tal como la conocemos triunfará —o cuando menos perdurará— es en sí mismo una forma de determinismo inducida por nuestro etnocentrismo. De hecho, quienes citan a Alexis de Tocqueville en defensa de la inevitabilidad de la democracia deberían tener en cuenta su observación de que los norteamericanos, debido a su igualdad (comparativa), exageran «el alcance de la perfectibilidad humana». El despotismo, agregaba Tocqueville, «es particularmente más de temer en tiempos democráticos», ya que se nutre de la obsesión por uno mismo y por la propia seguridad que la igualdad fomenta.
Yo sugiero que la democracia que estamos estimulando en muchas zonas deprimidas del mundo es parte integrante de una transformación hacia nuevas formas de autoritarismo; que la democracia en Estados Unidos corre más peligro que nunca, por causas todavía oscuras, y que muchos regímenes futuros podrían parecerse más a las oligarquías de la antigua Atenas y Esparta que al gobierno actual en Washington. La historia enseña que es justamente en épocas prósperas como ésas cuando debemos conservar un sentido trágico, por innecesario que pueda parecer. El historiador griego Polibio, en el siglo n a.C., interpretó lo que consideramos la edad dorada de Atenas como el inicio de su decadencia. Para Tucídi-des, la propia seguridad y la vida satisfactoria que los atenienses disfrutaban bajo Pericles no les dejaban ver las fuerzas oscuras de la naturaleza humana, que iban a ser
paulatinamente su perdición en la guerra del Peloponeso.
Espero que mi pesimismo siente los cimientos de la prudencia. Los Fundadores de América solían lamentarse de la condición humana. James Madison: «Si cada ciudadano ateniense hubiera sido un Sócrates, cada asamblea ateniense habría sido una turba.» Thomas Paine:
• La sociedad es generada por nuestras necesidades, y el gobierno, por nuestra perversidad.» Era de la filosofía •«cruda» y «reaccionaria» de Thomas Hobbes —que situaba la seguridad por delante de la libertad en un sistema de despotismo ilustrado— de lo que los Fundadores obtenían alimento filosófico. Paul A. Rahe, profesor de historia de la Universidad de Tulsa, demuestra en su excelente obra en tres volúmenes Republics Ancient and Modern (1992) cómo los Fundadores rechazaron en parte las antiguas repúblicas, que se basaban en la virtud, y escogieron en cambio un régimen utilitarista que canalizaba el egoísmo humano y los instintos materialistas hacia fines benignos. El hombre, como dijo Benjamín Franklin en una evidente defensa del determinismo de Hobbes, es «un animal que fabrica herramientas».
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