Editorial Tusquets, Metatemas, 2000, 2002. 354 páginas.
Tit. Or. Unweaving the rainbow. Trad. JOandomènec Ros.
Ya hemos hablado por aquí de Richard Dawkins, inventor del termino meme -que se ha convertido autoreferentemente en un meme. Si en El espejismo de Dios el tema era la defensa del ateismo como opción espiritual válida, en este caso lo que se defiende es la capacidad poética de la ciencia.
Siempre se ha considerado que arte y ciencia son dos reinos separados y, al menos en la práctica, así es. En muy pocos suplementos de cultura se incluyen artículos científicos y cuando se hace, son pocos. El autor propone muchos ejemplos en los que los poetas critican a la ciencia o se quejan de que el conocimiento que ésta proporciona quita belleza al mundo.
Richard Dawkins opina lo contrario: la ciencia nos muestra un mundo más maravilloso aún, y si los poetas fueran capaces de entenderlo sin duda lo aprovecharían. La ciencia es bella. Algunos poetas así lo han entendido, con resultados dispares. Coleridge hacía algunas afirmaciones pseudientíficas acerca del color bastante peregrinas:
[…]el color es la grvitación bajo el poder de la luz, siendo el amarillo el polo positivo, el azul el negativo y el rojo la culminación o ecuador[…]
Dedica un capítulo a la mala poesía científica que incluye a la pseudociencia. La astrología no queda muy bien parada y se sorprende que, si bien consideraríamos insultante que se nos etiquetara con estereotipos por ser de un determinado país nos quedamos tan contentos cuando nos clasifican por el signo del zodiaco. O sea, que si nos dicen que somos agarrados por ser catalanes o borrachos por ser riojanos lo tomamos mal, pero no nos importa que nos digan soberbios por ser Leo o mentirosos por ser Cáncer.
También aprovecha para criticar -suavemente- a colegas científicos, como Stephen Jay Gould, del que dice que su posición como divulgador ha dado a sus ideas científicas un peso desproporcionado al que realmente tienen.
Personalmente no es un libro que me haya llamado la atención. No tiene una unidad temática clara, y cada capítulo parece de un padre diferente. No veo mucha relación entre la defensa de la belleza de la ciencia, el ataque a las pseudociencias y la divulgación general. Algunos me han interesado, pero otros, sinceramente, me han aburrido.
Críticas elogiosas aquí El mundo más allá del arco iris y en la wikipedia: Destejiendo el arco iris. Aunque en los dos sitios se vende como un libro escéptico de ataque a las pseudociencias sólo hay un capítulo dedicado al tema.
Extracto:[-]
No se trata, desde luego, de declamar la ciencia en verso. Los pareados rimados de Erasmus Darwin, el abuelo de Charles, aunque tuvieron una acogida sorprendentemente buena en su tiempo, no mejoran la ciencia. Tampoco se trata de que (a menos que tengan el talento de un Cari Sagan, un Peter Atkins o un Loren Eiseley) los científicos tengan que cultivar un estilo de prosa deliberadamente poética en sus exposiciones. La claridad simple y sobria será suficiente, porque los hechos y las ideas hablan por sí solos. La poesía está en la ciencia misma.
Los poetas pueden ser oscuros, a veces por buenos motivos, y reclaman justamente que se les exima de la obligación de explicar sus versos. «Dígame, señor Eliot, ¿de qué manera mide uno su vida con cucharillas de café?» no sería la mejor manera de iniciar una conversación; pero un científico, justamente, espera que se le hagan preguntas equivalentes. Por utilizar algunos temas de mis libros: ¿en qué sentido puede un gen ser egoísta? ¿Qué es exactamente lo que fluye del río que sale del Edén? Todavía aclaro, cuando se me pide, el significado del monte Improbable, y cuan lenta y gradualmente se escala el mismo. Nuestro lenguaje debe esforzarse por iluminar y explicar, y si no conseguimos transmitir lo que queremos decir, debemos buscar otro enfoque. Pero, sin perder lucidez, de hecho con lucidez añadida, debemos reclamar para la ciencia real ese estilo de maravilla reverente que emocionó a místicos como Blake. La ciencia real tiene todas las cualidades para producir ese hormigueo en la espina dorsal que, a un nivel inferior, atrae a los admiradores de series televisivas tan populares como Star Trek y Doctor Who, y que, al nivel más bajo de todos, ha sido lucrativamente secuestrado por astrólogos, clarividentes y psíquicos televisivos.
El secuestro por los pseudocientíficos no es la única amenaza a nuestro sentido de la maravilla. Otra es la «estupidización» populista, de la que luego hablaré. Una tercera es la hostilidad de algunos académicos sofisticados. Una moda caprichosa ve la ciencia como uno de tantos mitos culturales, no más verdadero ni válido que los mitos de cualquier otra cultura. En Estados Unidos esta moda está alimentada por un sentimiento de culpabilidad justificado hacia el tratamiento histórico de los nativos norteamericanos. Pero las consecuencias pueden ser ridiculas; tal es el caso del Hombre de Kennewick.
El Hombre de Kennewick es un esqueleto descubierto en el estado de Washington en 1996, y cuya edad, estimada por el método del carbono radiactivo, es de más de 9000 años. Los antropólogos estaban intrigados por ciertos rasgos anatómicos que indicaban que podía no estar relacionado con los amerindios típicos, y por lo tanto podía representar una migración antigua y distinta a través de lo que ahora es el estrecho de Bering, o incluso desde Islandia. Cuando se disponían a realizar pruebas de ADN de suma importancia, las autoridades legales se apropiaron del esqueleto con la pretensión de cederlo a representantes de las tribus indias locales, que propusieron enterrarlo e impedir cualquier estudio ulterior. Naturalmente, hubo una protesta generalizada por parte de la comunidad científica y arqueológica. Incluso si el Hombre de Kennewick es un amerindio de alguna clase, es muy improbable que tenga afinidades con cualesquiera de las tribus que viven casualmente en la misma región 9000 años después.
Los nativos norteamericanos tienen una fuerza legal impresionante, y «El Antiguo» podría haber sido cedido a las tribus locales de no ser por un giro inesperado. La Asamblea Popular Asatru, un grupo de adoradores de los dioses escandinavos Tor y Odín, interpuso una reclamación legal afirmando que el Hombre de Kennewick era en realidad un vikingo. Esta secta nórdica, cuyo ideario puede consultarse en el número de verano de 1997 de la publicación de magia y misterio The Runestone, obtuvo el permiso de las autoridades para realizar una ceremonia religiosa sobre los huesos. Pero esto enfadó a la comunidad Yakama, cuyo portavoz temía que el rito vikingo pudiera «impedir que el espíritu del Hombre de Kennewick encontrara su cuerpo». La disputa entre indios y escandinavos podría zanjarse mediante el estudio del ADN, y los nórdicos están completamente dispuestos a aceptar esta prueba. El estudio científico de estos restos arrojaría una luz fascinante sobre la cuestión de los primeros pobladores de América. Pero los cabecillas indios rechazan la idea misma de investigar esta cuestión, porque creen que sus antepasados han vivido en Norteamérica desde la creación. Como dice Armand Minthorn, líder religioso de la tribu Umatilla: «Por nuestras tradiciones orales, sabemos que nuestro pueblo ha formado parte de esta tierra desde el principio de los tiempos.
3 comentarios
Y en los capítulos donde se pelea con los colegas el rencor le gana al rigor, la enemistad a la claridad. En fin, como ud lo dice.
Este señor me desconcierta : tiene ganada una fama de divulgador increíble y lo he visto en Ted talks leyendo una conferencia – algo bastante feo para un buen conferenciante y más en el ambiente anglosajón según tengo entendido –
Incluso recuerdo haber leído en la singularidad desnuda – que no se caracteriza por críticas feroces – algo negativo sobre una conferencia suya.
Sus libros son famosísimos pero me parece que ha encontrado un filón inagotable – y que resulta algo cansino – en el ataque a la religión : hay un público , y me incluyo, que quizá ha buscado argumentaciones inteligentes contra la religión, las pseudociencias las supercherías y charlatanerías. Este hombre parece que va a vivir de ello para siempre. De ello y de dos palabras : ‘gen egoísta’.
Saludos.
Se nota el rencor, Ericz; aunque las críticas no son duras, parecen fuera de lugar. Sobretodo viniendo de alguien a quien se le podía criticar lo mismo.
Panta, lo de leer la conferencia no lo veo tan mal -las de la fundación March son todas leídas- otra cosa es su calidad como conferenciante. No me parecen mal sus críticas a la religión, y tampoco me parece que haya escrito tanto sobre el tema, pero estoy de acuerdo en que su labor como divulgador ni es mucha ni es excelente.