Patricia Highsmith. El talento de Mr Ripley.

noviembre 6, 2013

Patricia Highsmith, El talento de Mr Ripley

Entiendo que poner la foto de la película debe ayudar mucho a vender libros, pero es una costumbre que no me gusta. Igual que la propia película, de la que no tengo muchos recuerdos (por no decir ninguno), a pesar de que tuvo 5 nominaciones a los Óscar.

En este libro se inicia la saga de Ripley, una de las creaciones más famosas de la autora, que aquí aparece inseguro y tímido, lleno de temores y con un evidente complejo de inferioridad. Tras recibir el encargo de convencer al hijo de un millonario de que regrese con su familia viaja con los gastos pagados a Moxx. Allí establecerá una relación con él y su amiga Marge que se irá torciendo hasta acabar de una manera inesperada.

La novela me ha recordado mucho a Ese dulce mal, los dos protagonistas quieren tener otra identidad y tienen sus particulares obsesiones. Pero aquí la cosa no acaba mal, y no desvelo ningún final porque al empezar el libro ya sabes que la vida de Ripley sigue… esto le quita el suspense, porque buena parte de la segunda mitad del libro parece que le van a pillar, pero ya sabes que no.

Lo mejor la descripción psicológica del protagonista, con fragmentos que se acercan muy bien a una mente perturbada, la evolución del personaje (y no digamos en futuros libros) y esa ambigüedad sexual que, más que lo que he leído por ahí de bisexualidad reprimida da la impresión de asexualidad.

Tiene entrada en la wikipedia: El talento de Mr. Ripley y aquí una buena reseña: El talento de Mr. Ripley (es difícil encontrar del libro porque la película se come las búsquedas).

Calificación: Muy bueno.

Marge se sentó y Tom fue a por el coñac que guardaba en el otro extremo de la habitación. Llenó las copas y, al volverse, la muchacha no estaba. Tuvo el tiempo justo de ver cómo el borde de la bata y los pies desnudos desaparecían en lo alto de la escalera.
Supuso que prefería estar sola y decidió subirle el coñac, pero luego lo pensó mejor. Probablemente el coñac no iba a servirle de nada. Tom comprendía cómo se sentía ella. Con movimientos solemnes, volvió a dejar las copas en el mueble bar. Tenía pensado verter en la botella el contenido de una copa solamente, pero vertió las dos y luego guardó la botella entre las otras.
De nuevo se dejó caer en el sofá, con un pie colgando hacia fuera, demasiado cansado incluso para quitarse los zapatos. Tan cansado como después de matar a Freddie Miles, o a Dickie en San Remo. Había estado tan cerca de volver a matar… Empezó a recordar la frialdad con que había pensado golpearla con el zapato, procurando no levantarle la piel por ninguna parte, y luego, con las luces apagadas para que nadie pudiese verles, arrastrarla por el vestíbulo hacia la puerta principal: la rapidez con que su mente había improvisado una explicación, que ella había resbalado por culpa del musgo y que, creyéndola capaz de regresar nadando, él no se había lanzado al agua para rescatarla ni había gritado pidiendo ayuda hasta que… En cierto modo, incluso había llegado a imaginar las palabras exactas que él y míster Greenleaf, consternados por el accidente, hubiesen dicho después; en su caso, la consternación hubiera sido pura apariencia. En su interior se hubiese sentido tan tranquilo y seguro de sí mismo como después del asesinato de Freddie, porque su historia hubiese sido perfecta, igual que la de San Remo. Sus historias eran buenas porque siempre las imaginaba intensamente, tanto que él mismo llegaba a creérselas. Durante un momento oyó su propia voz que decía:
—… yo estaba allí, en los escalones, llamándola, convencido de que regresaría en cuestión de segundos, incluso sospechando que me estaba gastando una bromita… Pero no estaba seguro de que se hubiese hecho daño y ella estaba de tan buen humor allí en los escalones, junto a mí, escasos segundos antes…
Tom se puso tenso. Era como un gramófono que estuviese sonando dentro de su cabeza, como un pequeño drama que se estuviera representando allí mismo, en la sala de estar, sin que él pudiera hacer nada para interrumpirlo. Podía verse a sí mismo de pie, junto a las enormes puertas que se abrían al vestíbulo principal, hablando con la policía y con míster Greenleaf. Podía oír su propia voz y ver que le creían.
Pero lo que parecía aterrorizarle no era aquel diálogo, ni la alucinante creencia de haberlo hecho (porque sabía que no era así), sino el recordarse a sí mismo de pie ante Marge, con el zapato en la mano e imaginándose todo aquello de un modo frío y metódico. Y el hecho de que hubiese sido la tercera vez. Las otras dos veces eran hechos, no frutos de su imaginación. Podía decirse que no había querido hacerlo, pero lo había hecho, ésa era la verdad. No quería ser un asesino. A veces llegaba a olvidarse por completo de que había asesinado. Pero a veces, como le estaba sucediendo en aquellos momentos, le resultaba imposible olvidar. Sin duda, aquella noche lo había conseguido durante un rato, al pensar sobre el significado de las posesiones y sobre por qué le gustaba vivir en Europa.
Con un gesto brusco, se volvió sobre un costado, y apoyó los dos pies en el sofá, sudando y temblando, preguntándose qué le estaba pasando, qué le había pasado; si al día siguiente, al ver a míster Greenleaf, empezaría a soltar una serie de incoherencias sobre Marge cayéndose en el canal y él gritando para pedir ayuda, luego tirándose al agua sin poder encontrarla. Aunque Marge estuviera allí con ellos, temía perder el control de sí mismo y delatarse como un maníaco.

2 comentarios

  • Cities: Walking noviembre 7, 2013en10:52 am

    Grandísima la Highsmith. En general esta escritora hace una descripciones impagables de las perturbaciones psicológicas de sus protagonistas. Recuerdo que cuando la leí, hace demasiados años me agobió muchísimo el doble juego y el fingimiento constante de Ripley. Me superaba pensar que alguien pudiera vivir así toda su vida.

  • Palimp noviembre 11, 2013en5:35 pm

    Te tiene en un ¡ay! contínuo… aún sabiendo que de alguna manera se saldrá con la suya.

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