Paco Obregón, Grande Place. Lourdes Ortiz, Yudita. Teresa Calo, el día en que inventé tu nombre.

abril 1, 2012

Paco Obregón, Grande Place. Lourdes Ortiz, Yudita. Teresa Calo, el día en que inventé tu nombre.
Primer Acto, 2006. 230 páginas.

No se imaginan la alegría que me da escribir el comentario sobre estas obras cuando ETA ha cesado su actividad. El conflicto vasco se ha cobrado gran cantidad de víctimas y ha dividido a una sociedad. Las tres obras que se recogen en este volumen dan fe de ello, y, por suerte, ahora nos hablan del pasado.

Desde fuera se tiende a juzgar en blanco y negro: los de ETA y su entorno son unos asesinos. El bando contrario esgrimía argumentos similares. Pero la realidad tiene muchos más matices, como se descubre en estos textos. Un ejemplo:

Cuando mi hijo Daniel, de 6 años, al año y medio del asesinato de su padre me preguntó: «¿Mamá, por qué no hacemos lo que quiere ETA para que no maten a más papas?», reconozco que me encontré sin respuesta. ¿Cómo explico a un niño de seis años, lo que es la democracia y que no se puede ceder, aunque haya costado la vida de su padre? A mi hijo Daniel, que con 14 años llevaba la foto de Franco en su cartera, ¿cómo le explico que la dictadura de Franco era otro fanatismo?

Cuando leí este libro pensé que, al menos en el escenario, conseguían algo que parecía imposible: dialogar. Hoy lo imposible es real y espero que en un futuro cercano, si se representan estos textos, nos parezcan historia antigua.

Para la reflexión, recomiendo leer los extractos que pongo al final.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (214/365)

Extractos:
Me interesan los hechos y las personas. Me interesan sus vivencias, sus contradicciones, sus temores y sus alegrías, sus proyectos utópicos, sus sueños. No me gusta que la gente se mate o muera, aunque entiendo, como el padre Vitoria, que en determinadas situaciones uno deba coger las armas en legítima defensa. El tema está ahí. En esas situaciones límites: ¿cuáles lo son y cuáles no lo son? Puede haber -lo vemos todos los días en los televisores en distintos pueblos de la tierra— quien crea que el momento ha llegado, empecinado por sus propias ideas, por el dolor acumulado, por el resentimiento o la convicción, y puede haber quien no conciba que en una situación de paz y democracia, de tranquilidad y bienestar haya quien se empeñe en seguir viendo el lado negro de las cosas. Pero así ha sido siempre aquí y en otras partes.Y ojalá llegue el día en que la paz, la justicia y la tranquilidad lleguen a regir sobre la tierra, esa «navidad para todos» que Rim-baud cantaba en Una temporada en el infierno y que él nunca llegó a disfrutar, enzarzado como estaba en el tráfico de esclavos y de armas. Así de raro es el ser humano; la escritura pervive y aclara u oscurece, pero, a pesar de su riqueza, nunca llega del todo a abarcar su inextricable complejidad, sus deseos, sus expectativas, sus invenciones, sus desidias, sus terrores y sus sueños.

Yo todas esas pamemas de la patria, de la tierra, de las tradiciones… todo eso me parecen monsergas que ni me iban, ni entendía demasiado, pretextos para discriminar a mi padre y a los míos, un modo más de racismo, como allá en Almería con los gitanos: «que si no son más que advenedizos, gente de paso, gente que no se integra», ya sabes… lo he vivido desde pequeña. Allí en la escuela si un payo tenía la mala suerte de que un gitano se empeñara en llevar a sus hijos, era como si todo el cuerpo comenzara a tener un hormigueo, chinches o piojos, y fíjate, al fin y al cabo, nosotros aún más muertos de hambre que ellos, porque ellos se lo han montado más o menos bien, quinquis unos y los demás con los arreglillos, el comercio, la chamarilería y todo eso, hambre lo que se dice hambre no pasaban, pero en cambio nosotros… y mira si es absurdo que sin embargo también nosotros nos considerábamos entonces superiores… mi padre mismo, todavía le oigo decir: «Es un gitano» y escupe como diciendo, «tate, el diablo», él que es un pobre diablo, uno que no tenía antes donde caerse muerto…

¡Si le hicieran algo a mi viejo te juro que…! …pero a pesar de todo sé que sería distinto de lo que sentí en aquel momento… sé que nada puede compararse a lo que yo viví aquella mañana… era como si el mundo entero se abriese de golpe… Tenía veintiún años ¿sabes?… Había muerto en la comisaría y luego dijeron que se había escapado y esas cosas… pero el cuerpo… ¡Tenías que haber visto aquel cuerpo…! (Solloza.) Porque luego vino el forense, las fotos en la prensa, las denuncias… todo eso… así que pude verlo…
Hay como luces que atontan al hombre y ella erguida ahora habla en voz muy alta.
Y entonces entendí a los apóstoles, entendí que uno puede volverse loco… que cuando ha visto el madero, el cuerpo joven allí, la lanza, el costado que sangra… cuando ha visto la carne crucificada, torturada… uno se lanza con las sandalias a los caminos y comienza a predicar la buena nueva y hay como unas lenguas de fuego sobre las frentes porque de pronto… es como si la luz que salía de aquel cuerpo, aquella carne despedazada, aquel gemido, aquel «perdónalos porque no saben lo que hacen» se le atragantara a uno y le viniera el don de lenguas…Y así fue… todo lo que él me había contado…

Dejó de preguntar cuando supo que estaba al parecer muy relacionada con la izquierda radical y comprendió que su desaparición tenía que ver con ello. Meses más tarde, volviendo juntas de un viaje, vimos la foto de la joven en el periódico. Se le buscaba por haber cometido un atentado, había matado a una persona. Mi amiga lloraba inconsolable. A pesar de saber ya en qué andaba metida, no podía imaginar a aquella chiquilla empuñando un arma, matando. ¿Se puede llorar al mismo tiempo por la víctima y su verdugo? Parece imposible, pero, en Euskadi, es algo que ha venido sucediendo con cierta frecuencia. No es lo mismo leer en la prensa que una joven etarra ha muerto al manipular una bomba que reconocer en esa joven a una compañera de colegio de tu hija a la que has visto crecer. Inevitablemente, el alivio que supone el saber que muchas vidas se han salvado en un atentado frustrado, se mezcla con el dolor por esa chica, que podría ser tu hija, y, por encima de condenas y grandes palabras surgen las preguntas: ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo?

Bego.- ¿Se han cargado a algún colega tuyo?
Espe.- Gracias, Bego. Gracias por el resquicio de esperanza que me da ese «Se han cargado». (BEGO va a decir algo, pero su madre le tapa la boca con delicadeza, pidiéndole que le deje continuar.) Y sí. Ha sucedido.Y he sabido después que la pistola la empuñaba el hermano de una amiga.
Bego.-Tiene que ser fuerte, pero…
Espe.- Es más que fuerte. Porque la tragedia no se reduce a cada una de esas muertes. Su efecto es como el del mercurio que se sale de un termómetro roto. Se desparrama de tal forma que es imposible recogerlo. El negocio de su mujer apareció con enormes pintadas tras su muerte. «Fascistas, traidores, el pueblo no perdona…» No tenían suficiente con haberla dejado viuda, la echaron del pueblo, Bego. No pudo soportar más y se fue.
Bego.- Ya estamos. ¿Cómo crees que lo pasan los familiares de los presos? Tienen que viajar en grupo para verles. Por miedo.
Espe.-Ya lo sé.

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