Nick Carter es el pseudónimo de José Mallorquí, que figura en la portada como adaptador de la novela. En aquella época las novelas de ‘a duro’ se presentaban siempre bajo nombres anglosajones, pero las escribían gente de aquí.
Lo he leído más que nada por leer algo del padre de mi admirado César Mallorquí, y también por curiosidad. La novela es lo que promete; aventuras policiales con misterios, mujeres atractivas y misteriosas, un detective famoso y con gran habilidad para el disfraz y acción, mucha acción. Lo que más me ha rechinado ha sido la abundancia de ‘mostrose’, ‘girose’, acercose y otros oses que hoy en día suenan arcaicos.
Solvente, que no es poco.
Jim F. Wallace nanea había oído -hablar del hotel West, y otro tanto le pasaba al chofer del taxi en que subió. Ambos tuvieron que entrar en una tienda para buscar la dirección en el listín telefónico. No era, desde luego, un hotel de primera categoría, y se hallaba a poca distancia del muelle.
El detective entró en el sombrío vestíbulo y, sin mover la cabeza, observó a todos los ocupantes del mismo. Eran siete hombres sentados en viejas y polvorientas sillas y enfrascados en la lectura de los periódicos del día.
Encima del despacho de recepción veíase un letrero que anunciaba :
«Habitaciones 50 centavos, doce horas; 75 centavos, veinticuatro horas.» «Camas, 25 centavos, ocho horas.»
Wallace dirigióse al nuoetrador y miró fijamente al empleado.
—i Se han marchado ya los «polis» ?—preguntó.
El empleado le miró como si no comprendiese lo que decía.
—; Qué epolisj ? — di; o al fin.
—Los que venían por Jack O’Brien—contestó Jim—. Si se han marchado me gustaría echar nn vistazo a la habitación que ocupó. Si ann están no he dicho nada ni he venido por a:
—¿ Es usted lino de los compañeros de O’Brien ?
Wallace movió afirmativamente la cabeza y después de vacri’ir un 1111 mu lili>. dejó sobre el mostrador un billete de cinco dólares.
—Siento no poder dar más — I
Esto convenció al horrare. :-:en, recogiendo el billete, apresuróse a tender mu llave a Jim al mismo tiempo qne co* el pulgar le señalaba la escalera.
—Si por casualidad llegase la epoli> haría sonar cinco veces el teléfono del ::■ rredor — dijo.
Jim dio las gracias por el favor y dejóse en la dirección indicada. La liare tenia marcado el número 312, que correspondía a un cuarto del segundo piso.
Jim, al llegar ante la habitación, metió la llave en la cerradura, abriendo bruscamente la puerta por si dentro se ocultaba alguien. El aposento mostraba evidentes señales de haber sido registrado, sin duda por la Policía.
Jim no perdió tiempo buscando en los cajones del escritorio y en el armario. Sólo investigó los lugares que usaría un ladrón si tuviese algo que esconder.
Ante todo desenroscó los boliches de la cama y, con la ayuda de una linterna-eléctrica, inspeccionó su interior sin ene n-trar nada.
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