Alba editorial, 2008. 520 páginas.
Tit. Or: Why people believe weird things. Trad. Amado Diéguez.
Pseudociencia, superstición y otras confusiones de nuestro tiempo
Lo primero que tengo que decir es que el título engaña -o al menos, me engañó a mí. Esperaba encontrar un estudio psicológico o antropológico acerca de las razones por las que el ser humano sigue creyendo en cosas con poca o ninguna evidencia y esto sólo aparece en las páginas finales del libro. Sin embargo me ha gustado más lo que me he encontrado que lo que me esperaba encontrar. Michael Shermer es el fundador de la Skeptics Society y en este libro se argumenta con amabilidad y una buena dosis de sentido común la poca fiabilidad de muchas creencias de moda.
La eficacia de la ciencia no requiere demostración. Que ustedes puedan estar leyendo estas líneas es una prueba de ello. Para el autor constituye nuestro bien más preciado. Personalmente no tengo ninguna duda de que vivimos hoy mejor que hace cien años, pero por si algún amante del retorno a la naturaleza discrepa lo que es indudable es que conocemos el universo cada vez mejor. En el libro se pone como ejemplo la precisión de los relojes, que ha tenido un incremento exponencial, pero hay muchos otros (la tasa de supervivencia en un transplante, la velocidad de los ordenadores…).
Pero paradójicamente seguimos creyendo en cosas sobrenaturales que nunca se han confirmado. En la encuesta que aparece en el libro -de 1990- se muestra que un 52% de los estadounidenses creen en la astrología, un 65% en el diluvio universal y un 67% cree haber tenido una experiencia parapsicológica. Aunque hoy los porcentajes son diferentes, la creencia en cosas tales como los mediums, los poderes de las pirámides o el triángulo de las Bermudas siguen gozando de buena salud.
Así que además de cantar sus bondades el autor nos explica las muchas diferencias que hay entre ciencia y pseudociencia. Por ejemplo, a partir de una anécdota no se puede desarrollar una teoría; que alguien se curara del cáncer por comer castañas asadas no las convierten en un tratamiento eficaz. Usar lenguaje científico parece dar enjundia a cualquier afirmación, pero tiene que tener un sentido. Decir que algo ‘equilibra homeostáticamente la energías cuántica de las protomoléculas’ realmente no tiene mucho sentido.
A continuación se dedica a exponer algunas ideas descabelladas que tienen bastante arraigo en la sociedad de los Estados Unidos, y que por suerte aquí no tienen tanta fuerza -y esperemos que no la tengan. Si en la edad media existía la caza de brujas, en pleno siglo XX tenemos la epidemia de recuerdos de abusos sexuales en la infancia, obtenidos bajo hipnosis, y que posteriormente se demostró que eran falsos. Pero para entonces el daño ya estaba hecho.
El grueso de los ataques se dedica al creacionismo, un movimiento con mucha fuerza en los Estados Unidos y que intenta de varias maneras conseguir que en las escuelas se enseñe la versión bíblica de la creación con la misma categoría que la teoría de la evolución. Parece mentira que un país con tantos premios Nobel tenga que pelear para defender la razón y evitar que la religión se cuele en las aulas, pero todos los grandes divulgadores científicos y las figuras señeras del escepticismo han tenido que dedicar mucho tiempo al tema. El autor resume veinticinco argumentos de los creacionistas y da otras tantas respuestas que deberían zanjar la cuestión -pero que no lo harán.
Otra parte importante del libro analiza los negacionistas del holocausto. Estos afirman que el genocidio nazi no existió, y que se trata de una exageración o un mito. Al igual que con los creacionistas parece increíble que haya gente que se dedique a ignorar y falsear los datos objetivos para que encajen con su ideología, pero la gran cantidad de libros que han escrito merece que alguien conteste alguna de sus afirmaciones. Puede parecer que es tarea fácil, pero los negacionistas son gente informada, con muchos datos en la mano, y hay que tener similar información para refutar sus afirmaciones.
La última parte del libro hace honor al título y se dedica a explicar el por qué personas inteligentes pueden llegar a creer en cosas raras. Para el autor, la gente lista cree en cosas raras porque es buena justificando cosas. El proceso vendría a ser que nosotros creemos en algo por razones irracionales, pero las justificamos racionalmente. Cuanto más inteligente, mejor la justificarás. Algo que determinados experimentos parecen corroborar (Ceguera a la elección). Aún estando totalmente de acuerdo con el autor me hubiera gustado encontrar una mayor justificación experimental de sus afirmaciones.
Hay un par de cosas muy destacables en este libro. La primera es que la información es de primera mano. El autor ha entrevistado y hablado con creacionistas, negacionistas y muchas de las personas que aparecen en estas páginas. No hace falta conocer a alguien para refutar sus ideas, pero puede ayudar a entender mejor su postura. La segunda es que en ninguna ocasión ataca a quienes refuta. Discutirá sus ideas con vigor, pero a ellos les dedica epítetos como amable, brillante o experto. Una actitud que da la impresión de que al autor va de buena fe, alejado de rencillas personales y que creo más eficaz para que quienes no compartan sus ideas puedan, por lo menos, escucharlas.
Un libro de lectura muy amena, imprescindible en cualquier biblioteca escéptica.
Extracto:[-]
Otras ideas populares de nuestro tiempo con poco o ningún respaldo científico son el arte de los zahoríes, el Triángulo de las Bermu-das, los duendes, los biorritmos, el creacionismo, la levitación, la psi-coquinesia, la astrologia, los fantasmas, los detectives videntes, los ovnis, la visión remota, las auras de Kirlian, que las plantas tienen emociones, que hay vida después de la muerte, los monstruos, la gra-fología, la criptozoología, la clarividencia, los médiums, el poder de las pirámides, la curación por la fe, el yeti, la prospección paranormal, las casas encantadas, las máquinas en movimiento perpetuo, los lugares con antigravedad y una idea muy divertida: el control de natalidad astrológico. En estos fenómenos no sólo creen un puñado de raros o lunáticos. Han calado en nuestra sociedad mucho más de lo que la mayoría de nosotros pensamos, lo cual es curioso considerando lo lejos que ha llegado la ciencia desde la Edad Media. ¿No deberíamos saber ya que los fantasmas no existen a no ser que las leyes de la ciencia sean defectuosas o incompletas?
El movimiento de recuperación de recuerdos como caza de brujas
Un paralelo espeluznante con las cazas de brujas de la Edad Media es lo que ha llegado a conocerse como «movimiento de recuperación de recuerdos». Los recuerdos recuperados son, presuntamente, recuerdos de abusos sexuales en la infancia que las víctimas han reprimido pero recuerdan décadas después mediante técnicas terapéuticas especiales como preguntas sugestivas, hipnosis, regresión hipnótica, visualización, inyecciones de amital sódico (el suero de la verdad) e interpretación de sueños. Lo que hace que este movimiento se explique como un bucle de retroalimentación es el ritmo cada vez más acelerado de intercambio de información. Normalmente, el terapeuta aconseja a su cliente que lea libros sobre recuperación de recuerdos, vea en vídeo tertulias sobre recuperación de recuerdos y participe en grupos de ayuda junto a otras mujeres que hayan recuperado sus recuerdos. Ausente al principio de la terapia, el recuerdo de haber sido víctima de abusos sexuales en la infancia se crea muy pronto tras aplicar durante semanas y meses técnicas terapéuticas especiales. Y entonces aparecen los nombres: padre, madre, abuelo, tío, hermano, amigos del padre, etcétera. A continuación sigue el careo con los acusados, quienes, inevitablemente, niegan los cargos y ponen fin a su relación con los acusadores. La consecuencia: familias rotas (véase Hochman, 1993).
Y es posible que encontrara su solución tras consultar «Reviewing and Correcting Encyclopedias» [Revisión y corrección de enciclopedias] , del bibliotecario Ray Martin, guía para cristianos sobre la manipulación de libros:
Las enciclopedias constituyen una parte esencial de muchas bibliotecas escolares. […] representan la filosofía de los humanistas de hoy. Esto resulta obvio por el atrevido despliegue de ilustraciones que acompañan a los textos dedicados a pintura, arte y escultura […]. Una de las partes que es necesario corregir es la falta de decoro de la desnudez y las posturas. Esto se puede conseguir dibujando ropa sobre las figuras o tachando toda la ilustración con un rotulador mágico. Hay que hacerlo con cuidado o el rotulador mágico se puede borrar del papel satinado que se usa para las enciclopedias. Para que no se borre hay que raspar suavemente con una cuchilla de afeitar hasta que el papel pierda brillo. […] [En cuanto a la evolución,] cortar las partes [que se dedican a ella] resulta práctico si lo que quitamos no es lo bastante grueso para dañar el lomo del volumen y éste se puede abrir y cerrar normalmente. Cuando las partes que necesitan corrección son demasiado gruesas, hay que pegar las páginas con cuidado de no manchar las secciones del libro que no se quieren corregir. (Christian SchoolBuilder, abril de 1983, pp. 205-207.)
8. En realidad, la teoría de la evolución es, junto con su compañero de cama, el humanismo secular, una religión; por tanto, no es apropiado enseñarla en los colegios.
Calificar de «religión» la ciencia de la biología evolutiva es ampliar la definición de religión hasta tal extremo que el término llega a carecer de sentido. En otras palabras, es como decir que religión es cualquier lente a través de la cual miramos el mundo. La religión tiene que ver con la adoración y la dedicación a Dios o a lo sobrenatural; la ciencia, con los fenómenos físicos. La religión está relacionada con la fe y lo que no se ve; la ciencia se centra en los datos empíricos y en el conocimiento comprobable. La ciencia es un conjunto de métodos diseñados para describir e interpretar fenómenos observados o inferidos del pasado o del presente y tiene como meta la organización de un cuerpo comprobable de conocimientos que se pueden desechar o confirmar. La religión puede ser muchas cosas, pero desde luego no es comprobable ni se pueden encontrar testimonios que la confirmen o la descarten. Por su metodología, la ciencia y la religión son totalmente opuestas.
Los escépticos y los científicos no son inmunes. Martin Gardner -uno de los fundadores del movimiento escéptico moderno y azote de todo tipo de credos raros- se define como teísta filosófico o con un término más amplio: fideísta. Y explica:
El fideísmo alude a la creencia en algo sobre la base de la fe o de las razones emocionales más que intelectuales. Como fideísta, no creo que existan argumentos que demuestren la existencia de Dios o la inmortalidad del alma. Es más, creo que los mejores argumentos están del lado de los ateos. Así que más bien se trata de un caso de fe quijotesca verdaderamente en contra de las pruebas. Si contamos con grandes razones emocionales para la fe metafísica y ni la ciencia ni el razonamiento lógico las contradicen tajantemente, tenemos derecho a un salto de fe si nos proporciona satisfacción suficiente. (1996)
De igual modo, a la frecuente pregunta «¿Cuál es su opinión sobre la vida después de la muerte?», yo suelo dar la siguiente respuesta: «Estoy a favor, naturalmente». El hecho de que yo esté afavorde que haya vida después de la muerte, no significa que la haya. Pero ¿quién no la querría? Y ésa es la cuestión. Es una respuesta muy humana creer en cosas que hacen que nos sintamos mejor.
Sin embargo, en 1977 James McGarry y Benjamín Newberry dieron un interesante giro a estos resultados con un estudio sobre personas que creían firmemente en las experiencias extrasensoriales y en la videncia y las practicaban. Sorprendentemente, este grupo tenía un alto locus de control interno. Los autores proponían la siguiente explicación: «A raíz de estas creencias [percepción extra-sensorial] los problemas de la persona pueden volverse menos difíciles y más solubles, disminuye la probabilidad de sucesos impredeci-bles y se alberga la esperanza de que se puede influir en las decisiones políticas y gubernamentales». Es decir, creer con firmeza en la percepción extrasensorial, lo cual, normalmente, conlleva creer que uno goza de ella, cambia el locus de control, que pasa de ser externo a ser interno.
También el entorno mitiga la influencia del locus de control en las creencias, porque existe una relación entre la incertidumbre de un entorno y el nivel de creencias superticiosas (cuando la incertidumbre crece, también aumenta la creencia en las supersticiones). El antropólogo Bronislaw Malinowski (1954), por ejemplo, descubrió que, cuanto más se internaban en el océano para pescar, los habitantes de las islas Trobriand (junto a las costas de Nueva Guinea) más rituales supersticiosos desarrollaban. En las tranquilas aguas de la laguna interior, los rituales eran muy escasos. En las peligrosas aguas de alta mar, los habitantes de las islas Trobriand también practicaban la magia. Malinowski llegó a la conclusión de que el pensamiento mágico derivaba de las condiciones del entorno, no de estupideces internas: «Vemos magia donde los elementos de azar y accidente, y el juego emocional entre la esperanza y el miedo, tiene un gran alcance. No vemos magia donde la búsqueda es segura, fiable y está bajo el control de métodos racionales y procesos tecnológicos. Además, vemos magia donde el elemento de peligro es conspicuo».
La observación y la predicción estaban vinculadas dentro de un círculo de confirmación mutua en vez de ser independientes la una de la otra, como cabe esperar en lo que es nuestra idea tradicional de prueba experimental». Dicho de otro modo: Eddington encontró lo que estaba buscando. Naturalmente, la ciencia tiene un mecanismo de autocorrección para evitar el prejuicio de la confirmación: otras personas comprueban los resultados de tu experimento o lo repiten. Si los resultados son producto del prejuicio de confirmación, tarde o temprano alguien acabará por pillarte. Es lo que diferencia a la ciencia de otras formas de conocimiento.
Por último, y es lo más importante para lo que aquí nos proponemos, el prejuicio de confirmación opera para confirmar y justificar la creencia en cosas raras. Por ejemplo, los videntes, los echadores de cartas, los quirománticos y los astrólogos dependen del poder del prejuicio de confirmación a la hora de decirles a sus clientes (algunos dirían que son sus «blancos») qué esperar del futuro. Con lecturas de una sola cara (en vez de lecturas de dos caras, en las que es posible más de un resultado), en las que se da importancia a que el suceso ocurra y ninguna a que no ocurra. Pensemos en la numerolo-gía. La búsqueda de relaciones significativas en las diversas cifras y medidas que nos ofrecen casi todos los elementos del mundo (incluidos el propio mundo y también el cosmos) ha conducido a numerosos observadores a encontrar un significado profundo en la relación entre esas cifras y medidas. El proceso es sencillo. Se puede empezar con el número que se está buscando e intentar encontrar alguna relación que concluya en él o en alguno próximo a él. O, lo cual es más frecuente, se les da vueltas a los números y se ve qué sale de los datos que parezca familiar.
La segunda parte del cursillo era práctica. Aprendimos a meditar y luego cantamos un tipo de mantra para centrar nuestras energías. Esto requirió algún tiempo. Jack explicó que algunas personas podían experimentar emociones sorprendentes. A mí no me ocurrió, por mucho que lo intenté, pero a otros sin duda sí. Algunas mujeres se cayeron de la silla y se retorcieron en el suelo, respirando con dificultad y gimiendo en lo que a mí me pareció un estado orgásmico. Estado que algunos hombres alcanzaron también. Para ayudarme a sintonizar con mis chakras, una mujer me llevó a un cuarto de baño con un espejo de pared, cerró la puerta y apagó las luces para intentar enseñarme las auras de energía que rodean nuestros cuerpos. Yo me esforcé cuanto pude, pero no vi nada. Una noche en que íbamos en coche por una tranquila carretera de Ore-gón, la mujer me señaló el arcén, donde, dijo, había pequeñas criaturas luminosas. Pero tampoco pude verlas.
Asistí a otros cuantos seminarios de Jack Schwarz, y puesto que eso sucedió antes de mi conversión al escepticismo, puedo decir que intenté experimentar con toda honradez lo que otros parecían experimentar… y nunca lo conseguí. Considerándolo ahora, creo que el caso es que algunas personas son propensas a la fantasía, otras susceptibles a la sugestión y a la influencia del grupo, y otras, aún que tienen facilidad para entrar en estados alterados de conciencia.
2 comentarios
Creo que, si somos imparciales, tenemos que reconocer que estamos amenazados por una serie de corrientes de oscurantismo bastante poderosas como lo son el creacionismo y otras tendencias basadas en la interpretación literal de libros sagrados, entre otras; pero también que sobrevaloramos los avances y la capacidad de la ciencia para resolver nuestros problemas. Pienso que el conocimiento científico es uno de nuestros más valiosos tesoros, sin embargo existen en algunos científicos un envaramiento mental y una prepotencia que dificultan el avance del conocimiento. existen infinidad de cosas que desconocemos o en las que estamos en pañales, porque el mundo es una maravilla en sí mismo, y un misterio que los hombres vamos desvelando con asombro.
Es cierto que algunos científicos son prepotentes, por ejemplo Von Neumann, pero otros son todo lo contrario, como mi admirado Feynmann. Respecto a los que conozco personalmente son más del tipo ‘A ver como funciona esto’ que del envaramiento mental. Prepotencia hay en todos los campos, sea la ciencia, el arte o los entrenadores de fútbol.