Tres biografías extremadamente extrañas, con un pie en el territorio de los sueños. Interesante por lo diferente.
Otra reseña: El gran vidrio
Existe la posibilidad de hacer una biografía filmada. Espero que no se haga evidente mi hablar híbrido y mi tartamudeo ocasional, aquel que debo conjurar haciendo girar una cuchara, un cuchillo, un tenedor o un palillo chino frente a mis ojos. Delante de la cámara, de una vez por todas voy a dejar atrás las personalidades necesarias para seguir escribiendo. La imagen del niño encerrado en una institución mental, donde idea una serie de visitas a unos baños públicos para que su madre saque provecho de su cuerpo desnudo. La representación de números de marionetas para evitar los seguidos juicios de desahucio que amenazan a la familia. No sé, en cambio, cómo puede representarse ante la cámara una comunidad musulmana en Occidente, dirigida por una sheika. ¿Qué hay de verdad y qué de mentira en cada una de las tres autobiografías? Saberlo carece totalmente de importancia. Hay una cantidad de personajes reales comprometidos. Un antecedente personal que tiene que ver con la estirpe de corte fascista de la que provengo, una secretaria enferma, la imposibilidad de habernos conformado como una familia normal. La necesidad de borrar todas las huellas del pasado, de difuminar lo más que se pueda una identidad determinada
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