Mariano Azuela. Los de abajo.

julio 21, 2017

Mariano Azuela, Los de abajo
Vicens Vives, 1962. 200 páginas.

Me ha costado encontrar una edición de esta novela, y no será por falta de méritos. Retrato de la Revolución Mexicana, acompañamos a Demetrio Macías, que va avanzando de bandido a oficial dejando muchos ideales por el camino.

Impagable el lenguaje, lleno de modismos y sabor local, la galería de personajes, la deriva ideológica de los mismos, nobles al principio, cínicos al final.

Se incluye un extenso prólogo y un epílogo orientado a estudiantes, ya que es una edición escolar, profusamente anotada. Y aunque normalmente aborrezco del exceso de pies de página, más de una vez me han aclarado el texto.

Recomendable.


—No quiero yo otra cosa, sino que me dejen en paz para volver a mi casa.
—Allá voy… No he terminado: «Ustedes, que me levantaron hasta la Presidencia de la República, arriesgando su vida, con peligro inminente de dejar viudas y huérfanos en la miseria, ahora que he conseguido mi objeto, vayanse a coger el azadón y la pala, a medio vivir, siempre con hambre y sin vestir, como estaban antes, mientras que nosotros, los de arriba, hacemos unos cuantos millones de pesos.»
Demetrio meneó la cabeza y sonriendo se rascó.
—¡Luisito ha dicho una verdad como un templo! —exclamó con entusiasmo el barbero Venancio.
—Como decía —prosiguió Luis Cervantes—, $e acaba la revolución, y se acabó todo. ¡Lástima de tanta vida segada, de tantas viudas y huérfanos, de tanta sangre vertida! Todo, ¿para qué? Para que unos cuantos bribones se enriquezcan y todo quede igual o peor que antes. Usted es desprendido, y dice: «Yo no ambiciono más que volver a mi tierra.» Pero ¿es de justicia privar a su mujer y a sus hijos de la fortuna que la Divina Providencia le pone ahora en sus manos? ¿Será justo abandonar a la patria en estos momentos solemnes en que va a necesitar de toda la abnegación de sus hijos los humildes para que la salven, para que no la dejen caer de nuevo en manos de sus eternos detentadores y verdugos, los caciques?… ¡No hay que olvidarse de lo más sagrado que existe en el mundo para el hombre: la familia y la patria!…
Macías sonrió y sus ojos brillaron.
—¿Qué, será bueno ir con Natera, curro?
—No sólo bueno —pronunció insinuante Venancio—, sino indispensable, Demetrio.
—Mi jefe —continuó Cervantes—, usted me ha simpatizado desde que lo conocí, y lo quiero cada vez más, porque sé todo lo que vale. Permítame que sea enteramente franco. Usted no comprende todavía su verdadera, su alta y nobilísima misión. Usted, hombre modesto y sin ambiciones, no quiere ver el importantísimo papel que le toca en esta revolución. Mentira que usted
ande por aquí por don Mónico, el cacique; usted se ha levantado ! contra el caciquismo_que asóla toda la nación. Somos elementos dé~un£f gran movimiento social que tiene que concluir por el engrandecimiento de nuestra patria. Somos instrumentos del destino para la reivindicación de los sagrados derechos del pueblo. No peleamos por derrocar a un asesino miserable, sino contra la tiranía misma. Eso es lo que se llama luchar por principios, tener ideales. Por ellos luchan Villa, Natera, Carranza; por ellos estamos luchando nosotros.
—Sí, sí; cabalmente lo que yo he pensado —dijo Venancio entusiasmadísimo.
—Pancracio, apéate otras dos cervezas…


Porque Valderrama, poeta romántico, siempre que de fusilar se hablaba, sabía perderse lejos y durante todo el día.
Valderrama oyó la voz de Anastasio y debió haberse convencido de que los prisioneros habían quedado en libertad, porque momentos después estaba cerca de Venancio y de Demetrio.
—¿Ya sabe usted las nuevas? —le dijo Venancio con mucha gravedad.
—No sé nada.
—¡Muy serias! ¡Un desastre! Villa derrotado en Celaya por Obregón. Carranza triunfando por todas partes. ¡Nosotros arruinados!
El gesto de Valderrama fue desdeñoso y solemne como de emperador:
«—¿Villa?… ¿Obregón?… ¿Carranza?… ¡X… Y… 2…! ¿Qué se me da a mí?… ¡Amo la Revolución como al volcán que irrumpe! ¡Al volcán porque es volcán; a la Revolución porque es Revolución!… Pero las1 piedras que quedan arriba o abajo, después del cataclismo, ¿qué me importan a mí?…
Y como al brillo del sol de mediodía reluciera sobre su frente el reflejo de una blanca botella de tequila, volvió grupas y con el alma henchida de regocijo se lanzó hacia el portador de tamaña maravilla.
—Le tengo volunta a ese loco —dijo Demetrio sonriendo—, porque a veces dice unas cosas que lo ponen a uno a pensar.

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