Mondadori, 2005. 316 páginas.
Tit. Or. Az ajtó. Trad. Márta Komlósi.
La puerta cuenta la relación entre la propia escritora y su peculiar señora de la limpieza. Nunca será una empleada, ya que en su opinión les hace un favor cuidando de su casa, no acata órdenes y acabarán teniendo una fuerte relación emocional.
Tiene una calidad literaria excelente. El retrato de las dos protagonistas, una Emerenc que desprecia el oficio de escritor porque el mundo se divide en dos partes: los que barren y los que mandan barrer, que tiene una historia detrás, cargada de manÃas pero fuerte y salvaje. Dos inteligencias de diferente tipo enfrentadas pero con un cariño de fondo que sólo se pone de manifiesto en un par de ocasiones ¡y que ocasiones! Hubo un momento en el libro que casi no me deja dormir.
Es el segundo libro que leo de la autora, y me ha gustado todavÃa más que el primero. Menos experimental en la narración, pero mucho más potente en la descripción de los sentimientos. Si, como parece, es autobiográfico, puede que el libro lo escribiera para expiar la culpa de las consecuencias de una mala decisión.
Maravilloso.
En una época las calles de nuestro barrio, zona residencial de polÃticos y sujeta a las medidas de seguridad pertinentes, estaban llenas de policÃas. Con el paso del tiempo y a medida que esos personajes públicos iban desapareciendo —unos se mudaron, otros fallecieron— la presencia de patrullas por la vÃa pública disminuyó también y volvió a un nivel normal. Cuando Emerenc empezó a trabajar con nosotros, el único uniformado que se veÃa pasar era el teniente coronel. Durante mucho tiempo no entendà qué relación mantenÃan esas dos personas y por qué a ese gallardo oficial no le molestaba la prohibición de entrar en la guarida misteriosa de la mujer; solo más tarde llegué a saber que la conocÃa y que sà habÃa cruzado el umbral. Aparte de las acusaciones de envenenar palomas y profanar una tumba, habÃan llegado denuncias de contenido polÃtico, lo que habÃa hecho ineludible que la policÃa comprobara si esa señora ocultaba realmente objetos de gran valor y de origen sospechoso. El teniente coronel, que en la época de los hechos era aún subteniente, fue encargado de ir a su casa acompañado por un agente y un sabueso, y de recorrer una por una las estancias de ese inhóspito hogar oculto a cualquier mirada extraña. Lo único que encontraron fue un gato voluminoso, el tercero de Emerenc desde que vivÃa allÃ, que nada más ver asomar al olfateador huyó a los altos del armario de la cocina. Ni emisora, ni fugitivo, ni ningún botÃn, solo un comedor de una limpieza inmaculada y una habitación donde saltaba a la vista que no vivÃa nadie, ya que más allá del conjunto de sofá y sillones cubiertos por una funda protectora no habÃa objetos personales. En honor a la verdad, la amistad entre el oficial y Emerenc no empezó con buen pie: una vez terminada La inspección ocular, ya puertas afuera, ella empezó .1 protestar a voces por la ley que la obligaba a dejar pasar a su Vivienda a cualquiera, y que en lugar de inspeccionarla a ella mejor fueran a buscar al maleante que hacÃa esas denuncias, ademas de resultarle del todo vergonzoso tener todo el tiempo a la policÃa en su casa. ¿Hasta cuándo la iban a hostigar on el pretexto de unas palomas muertas, o buscando el cadaver de un gato, armas o algún foco infeccioso? Esto habÃa llegado a un lÃmite que era inadmisible e inaguantable. ¡Hasta aquà hemos llegado!
Con los policÃas impresionados y a la defensiva en plena i (tirada, y con el subteniente haciendo uso de sus mejores do-tes de negociador para tranquilizarla, Emerenc se calentaba más y más y gritaba indignada que mientras todos esos polÃ-ncos del barrio podÃan utilizar impunemente, contando con la protección oficial, sus armas reglamentarias para diezmar por puro aburrimiento la población de grajos, a una pobre vieja como ella la perseguÃan con perros hasta en su casa. Que I )ios les dé su merecido y que los parta un rayo, a ellos, por supuesto, no al pobre perro que no tenÃa culpa de que lo usaran para hacer maldades, y que quedara claro que su enfado tÃo iba dirigido al animal sino al subteniente. La serie de humillaciones a las que sometió a las autoridades no terminó ahÃ: el perro policÃa, cuya misión era supuestamente descubrir el cadáver no exhumado asà como otros objetos provenientes de presuntos delitos, se dejaba, saltándose toda regla de adiestramiento, acariciar la cabeza por la vieja sin dejar de mover nervioso el rabo; lo peor fue que, en vez de realizar su trabajo, se quedó prendado de ella con la mirada turbada de un mamorado. SuponÃa todo un escándalo: con un aullido desarticulado comunicaba a sus superiores, en su código canino pero con una claridad inconfundible, que lo sentÃa muchÃsimo, pero una fuerza irresistible lo obligaba a rendir pleitesÃa a esa mujer desconocida y sucumbir a sus pies.
Un comentario
Ay, cómo me gustó…