Por si no tuviera pocas recomendaciones pendientes pillo lo primero que veo en la sección de novedades de la biblioteca. Se trata de un extenso estudio sobre los dioses que se adoran en diferentes culturas. Tan voluminoso catálogo de lo que el ser humano se empeña en creer haría flaquear las esperanzas de cualquier ateo. Estamos dispuestos a hacer una religión de cualquier cosa.
Sin embargo, y aunque el autor no lo dice claramente, tal variedad es también capaz de debilitar la fe del más fuerte. Es difícil creer que uno tiene al único dios verdadero a la vista de tantos, que abarcan todos los reinos. Desde las adoraciones a piedras hasta el reino animal, pasando por los cultos vegetales. Cultos que en muchos casos de variedades alucinógenas además de proporcionar una buena base a movimientos contraculturales de los años 60 y 70 tienen un extraordinario parecido con la comunión de los cristianos.
Como se afirma en la contraportada no pretende ser un catálogo de dioses; el autor intenta relacionar los datos antropológicos y su dilatada experiencia personal en artículos que intentan ir más allá, aunque no siempre lo consigue. Las referencias a la ciencia actual, por ejemplo, están muchas veces traídas por los pelos, cuando no imperfectamente entendidas. Aún así hay momentos de gran perspicacia y los datos que aporta son de gran interés (pueden ver ejemplos en los extractos del final).
Los últimos libros de ensayo que leído me han resultado más entretenidos que la ficción, pero en este caso ha sido al contrario. Me ha costado bastante acabarlo. Sobre si esto es culpa del autor o de la incapacidad del que esto escribe yo me inclino por lo primero, pero doctores tiene la iglesia. Pero interés no le falta.
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (211/365)
Extractos:
El asunto, con toda su carga de improbabilidad y fantasía, no se desaprovechó para ciertas extravagancias. De ahí que el cocodrilo de Lutembe fuese escogido en 1948 como miembro del Colegio de Patafísica perdiendo desde entonces su encanto etnográfico. O biológico, pues de existir se hubiese tratado de todo un señor cocodrilo del Nilo, el mayor reptil viviente, con seis imponentes metros rematados en unas mandíbulas que partían un cuerpo humano como si fuese una perca. Ya decía Malinowski que la religión ayuda al hombre a soportar «situaciones de stress emocional». La religión según Malinowski ofrecería «.. .salidas para escapar a tales situaciones y callejones que no ofrecen los medios empíricos, salvo los ritos y la creencia en el dominio de lo sobrenatural»132. Tiene su lógica, pero sin olvidar la cantidad de desasogiego, de coerción, que la religión puede infiltrar también en los humanos. Con lo cual no parece que se acaba tan fácil el malestar. «Del problema del sufrimiento se pasa rápidamente al problema del mal y la injusticia»133, sostiene Clifford Geertz, quien no habla de derramar lágrimas de cocodrilo, pero que conoce a la perfección el relativismo javanés, o lo que es lo mismo, las fronteras que menguan como la lluvia después del sol. «La lluvia cae sobre los justos / y sobre los injustos: pero principalmente sobre los justos, /
porque los injustos tienen el paraguas de los justos»
«El reverendo Mr. Mac Queen de Skye dice que en casi todas las aldeas se representa al sol, llamado Gruagach, o el de la rubia cabellera, por una tosca piedra; y añade que se hacen libaciones de leche sobre la misma»360. Es otra vez la nostalgia del sol hecho piedra. Ya hemos visto que antaño en Tokelau envolvían a su deidad hecha de coral en una esterilla. No hay que ir a la Polinesia, ni a Japón, para ver que piedras, cuarzos, y si no cristales de botella, se insinúan ahora como entes poderosos a falta de mejor religión. Es un modo de pensar en que se piensa algo, por raro que sea. Y algunos lo acompañan de una nueva oración: «Ámbar: para el chakra sacro, calma los nervios»
Ya en 1903 llegó a la isla un médico, llamado por el hijo de Patón, para echar una mano en la lucha contra ese combinado letal de esclavitud, alcoholismo, enfermedades y la superstición del nahak, que llamado otras veces ne-tik, no había sido desterrado. El doctor en medicina J. Campbell Nicholson, nacido en Bangor (Irlanda), se instaló en Lenakel y construyó un pequeño hospital donde demostrar que las hechicerías del nahak no podían compararse con sus técnicas. Por otro lado, puso a prueba la superstición dando a un jefe unos alimentos tocados por sus manos, y el jefe en vez de morir, tal como predecían los espíritus, siguió tan campante. Eso dio confianza a los nativos y muchos concedieron al doctor Campbell Nicholson capacidad para curar, cayéndole desde entonces una avalancha de casos infecciosos, gangrenas y demás. La mayor parte de las enfermedades se agravaban por la negligencia y la suciedad. El médico recetó antes que nada agua y jabón, y el poder de los brujos menguó considerablemente. Lomai, un antiguo jefe caníbal, se iba acercando al hospital de la misión, reconociendo su poder, y tras él lo hicieron muchos otros comprobando que la higiene blanca no era tan mala, otra cosa serían sus ocultas intenciones.
1906 fue un año que debe ser señalado en los anales de la pequeña historia positiva del Pacífico sur. Por fin, el gobierno australiano prohibió la importación de trabajadores forzosos y los canacos de Nuevas Hébridas fueron repatriados masivamente desde Queensland. El impacto cultural fue tan grande que constituyó el detonante de movimientos de revitalización, a lo que se añadió el problema del uso extendido de las armas de fuego en las peleas intertribales. La caza en Tanna es del hombre más que de otras especies insignificantes. El doctor Campbell Nicholson se empleó a fondo en esa cuestión mientras llevaba adelante su particular campaña de higiene, quemando muchas cabanas donde se habían producido casos infecciosos. Por fortuna, a veces saltaba el sentido del humor, el mejor choque cultural. El doctor iba a caballo a poblados del interior donde nunca habían visto un animal así, y lo llamaban: «Cerdo que lleva a un hombre»
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