Luciana Peker. Putita golosa.

noviembre 20, 2023

Luciana Peker, Putita golosa
Galerna, 2018. 384 páginas.

Ensayo en defensa de un feminismo que reivindique el goce, que tanto miedo ha dado siempre a los hombres, hasta el punto que cualquier mujer que sea objeto deseante tiene que sufrir adjetivos poco edificantes.

El estilo es bastante novedoso, hay poesía, artículos, textos de ficción, referencias a programas y revistas de salseo… a mí me costó un poco entrar y no lo logré del todo, en parte por las referencias a unos referentes argentinos que me son por completo desconocidos.

A veces se repiten los temas e incluso las afirmaciones y la edición deja bastante que desear, pero en conjunto es interesante y esclarecedor.

Bueno.

Una mujer que quiere acostarse después de acostarse —sin pensar en irse, en huirse, en blindarse— sabe que si los dos cuerpos se rinden y se dan vuelta, se reinventan. Entonces el cuerpo gira, se acomoda y así se hace noche y se rehace el día. Una mujer que duerme con un cuerpo desnudo, abrazado, despatarrado, sabe que es su atrás, su columna vertebral, su trasero, su cuerpo sin voz, sin palabra, sin siquiera mirada, el que arrima. Una mujer que sabe desandar sus maratones y volverse caminante con sus manos apoyadas, sabe que ahí —ahí donde un soplido puede dividir el cuerpo—, ahí donde el cuerpo hace una vertical entre las piernas y la espalda, ahí el cuerpo se pone redondo.

«¡Estalló el verano!» es el grito con el que las placas rojas comenzaban a buscar el mar y con el mar las notas de verano y las notas de verano son colas y colas y colas. Al menos antes de que Julia Mengolini lograra masificar la palabra cosificación que, en la Argentina, era una culificación sin cabeza, un culo solo, enfocado en primer plano y desfocado, incluso de de las portadoras de culos. Estar en contra de la cosificación no es estar en contra de quien quiera jugar, mostrar o disfrutar de su culo, como explica Marta Dillon, cosificar es quitar subjetividad y convertir en cosa, objeto sin identidad ni voluntad propia a una persona. Una cosa es apuntar la cámara para afilar el hilo dental de una bombacha sin permiso, buscar la imagen de dos cachetes como si fueran globos voladores de casualidad juntados arriba de las piernas y debajo de la cintura, hablar de la cola como una cosa inanimada del cuerpo femenino e incluso, preguntar, en vivo, «¿Esa cola tiene novio?» y otra, otra muy distinta, es que las que quieran se paren sobre sus caderas latinas y hagan con ellas todo el zucundum que se les plazca.

Zarandearse es una decisión con cuerpo propio. «Digámoslo, mover el culo no es solo responder a los deseos de los otros ni convertirse en una cosa. Mover el culo, treparse en un caño, exponer el cuerpo también pueden ser actos de libertad en los que no están implicados otros consumidores. Actos políticos a veces, deseos personales otras, expresiones de libertad frente a los deber ser que se imponen cotidianamente sobre todo a las mujeres, pero también a las travestis, a los gays, a los trans, a cualquiera que no quepa en la manera correcta de encarnar los cuerpos para ser perfectamente legibles según las normas heterosexuales y patriarcales de comportarse», escribió Dillon en «A mover el culo»

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