Ediciones Destino, 2006. 383 páginas.
Seguimos con el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro, gracias tato por los regalos. En esta ocasión tienen que encargarse del asesinato de una mujer que han encontrado apuñalada en un pueblo de Zaragoza. La víctima es una conocida periodista casada con un famoso escritor catalán. Deberán ir a Barcelona para poder encontrar la solución del caso.
Como en otras obras con estos protagonistas la trama gira alrededor de los cuerpos policiales. La ubicación geográfica da pie para hablar de los problemas del despliegue de los mozos de escuadra en Cataluña. Aunque madrileño, el autor es bastante diplomático con los temas del idioma. Algo de sensatez y sentido común siempre es de agradecer.
Me está gustando la serie, aunque a veces el lado psicológico de Bevilacqua me parezca un poco artificial. Todavía me queda otro libro por reseñas -aunque debo confesar que no lo encuentro. Y tengo ganas de hincarle el diente a El alquimista impaciente.
Escuchando: Nobody Move Nobody Get Hurt. We Are Scientists.
Extracto:[-]
—¿Estás haciendo proselitismo? —se burló Robles.
—No, yo no me he apuntado. Pero tal vez lo acabe haciendo. Hay que reconocer que se han fajado y han logrado avances. Si no es por ellos nos seguirían aplicando a tacón el Código de Justicia Militar.
—Yo no me apuntaré porque mi instinto gregario está atrofiado desde la infancia —dije, acaso desinhibido por el vino—, y eso me hace sentir de forma atenuada tanto el espíritu de cuerpo como la resistencia frente a ese espíritu. Pero coincido contigo en que han servido para liquidar anacronismos. Lo que no acabo de ver es que se salgan con la suya en la desmilitarización. Los políticos, aunque a veces se esmeren en parecer lo contrario, son listos. Y todos, de todos los colores, siempre han visto la ventaja que es tener a la pandilla del tricornio firmes y en primer tiempo de saludo para comerse lo que nadie más se quiera comer. No es por desilusionarte, pero eso es lo que me parece.
Tena y Chamorro asistían al debate con la contención que su poco grado y acaso también su inteligencia femenina les sugerían. Por ambos caminos, podían llegar a una misma convicción: no merece la pena discutir lo que decidirán otros. Pero es sabido que a los hombres, aquí y en Estambul, nos gusta gastar saliva inútilmente. Después de sopesar en silencio mis palabras, el subteniente hizo su alegato:
—Yo soy de la vieja escuela. Mi padre era guardia. Y mi abuelo. Y mi bisabuelo. Al bisabuelo no lo conocí, pero al abuelo sí, y me imagino si alguien le hubiera dicho que la Guardia Civil iba a dejar de ser militar. Le habría dado una apoplejía. Y a mi padre, tres cuartos de lo mismo. Yo no llegaría a tanto, a fin de cuentas ya he vivido la mayor parte de mi vida en este mundo sin moral y sin principios, pero no me sentiría identificado con una Guardia Civil que no fuera militar. Al final nos haríamos como la pasma, y una vez igualados, nos absorberían ellos a nosotros, y nunca al revés. Para qué mantener rarezas. Todos maderos y a tomar por saco el espíritu de servicio que estableció el carcamal del duque de Ahumada en el punto veintidós de la cartilla.
—De eso cada vez quedará menos por la mutación general de la población —pronostiqué—. Ten en cuenta que ahora hay muchos que no han conocido más sacrificio al llegar a la academia de guardias que quedarse sin jugar con la Play cuando sacaban malas notas.
—Dicho lo cual —continuó Robles—, cómo no vas a entender el descontento de la gente. Mira lo que ha pasado aquí, por ejemplo. Alguien toma una decisión política, que en eso no soy quién para meterme y ellos son los que disponen: fuera la Guardia Civil y ahora vengan los Mos-sos d’Esquadra. Pues muy bien, si hay que dar autonomía y eso es lo moderno, pues de puta madre. Pero nadie piensa en toda la gente que tiene que moverse de golpe, con sus familias, cuando muchos ya lo tenían todo montado aquí. Y no creas que les dan facilidades. Pide destino y búscate la vida, y si tu mujer trabaja, que pierda el empleo o pasáis a vivir a cientos de kilómetros el uno del otro y os las apañáis como podáis. Eso es lo malo de la Guardia Civil, que con ese jodido prurito de obedecer y no rechistar nunca, acaba siendo más madrastra que madre para los suyos. Por eso a nadie le sorprenderá que el que sepa catalán se pase a los Mossos y le diga ahí te quedas. Algunos de los mejores de los míos lo han hecho. Y no marchan nada mal. Con la experiencia y la costumbre de tragar que tienen, van en moto.
—¿Tienes algún buen amigo en los Mossos? —le pregunté.
—Yo tengo buenos amigos hasta en el infierno, que nunca se sabe. Y en los Mossos, lo que quieras, desde seguridad ciudadana hasta policía judicial. Que en todos los negociados se han colocado chavales de los que yo he criado a mis pechos y que me siguen respetando.
4 comentarios
Recuerdo que leí hace ya muchos años el Alquimista Impaciente, y aunque no está mal del todo, me supo a poco. Es decir me pareció algo simple la novela, aunque tenia una resolución ingeniosa. Será que no me gusta el género policiaco.
Precisamente el único libro que he leído de Lorenzo Silva es El alquimista impaciente, y coincido con Mendoza, me supo a poco, me pareció algo simple, pero está bien en general. De todas formas no es un autor que me llame demasiado. Ya nos contarás tu impresión cuando leas esa novela.
Un saludo
gracias guapetón 😉
Pues crudo me lo pintáis. Ya os diré.
De nada, bro.