Leonor Zozaya Montes. Clarita y las gemelas en la bodega encantada.

octubre 3, 2011

Leonor Zozaya Montes, Clarita y las gemelas en la bodega encantada

Leí sobre este libro en un blog que ahora descubro que no existe, lo que es una pena. No hay muchos libros infantiles ambientados en una taberna, cuando aquí es muy típico ir con los niños a todas partes, tabernas incluídas.

Clarita descubrirá que la bodega de la taberna esconde a unos seres mágicos con los que vivirá algunas aventuras.

Además de los cuentos me ha gustado que haya un espacio en blanco para que los niños puedan dibujar como se imaginan los diferentes personajes y situaciones que van pasando… lástima que sea de un solo uso.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (33/365)

Copio del blog desaparecido:

Las hadas también van a las tabernas. Y las sirenas. Y los fantasmas abstemios, aunque estén emborrachados por los vapores etílicos. Al menos yo conozco una taberna donde se han juntado esos especímenes y otros seres fantásticos. Los hay de todo tipo: torpes, alegres, tristes, engreídos, criticones y hechizados. Les gusta hablar con los humanos, aunque sólo sea para chincharlos. Viven a gusto conviviendo con los amigos y enemigos fantásticos que habitan en las cuevas de las tabernas.

Ahí abajo abundan, aunque a simple vista parezcan especies en extinción. Si se les busca acuden y charlan con quien sea. Así lo comprobaron las gemelas con Clarita. La pequeña ya ha tenido que librarlas de varios líos donde la han metido, las muy inconscientes… aunque ellas sean de la edad de su madre, de treinta y tantos, y la pequeña no supere los cinco años. Siempre está salvándolas de los seres fantásticos. Eso demuestra, o bien que para salvar no importa la edad, o bien que para salvar importa la edad y hay que ser cuanto más pequeño mejor. Porque intuyo que en general se pierden cualidades al hacerse mayor, cuando a uno se le frunce el ceño, cuando cree que hay que ser serio o aburrido.

De todo ello habla la obra Clarita y las gemelas en la bodega encantada. Un cuento para que mayores y pequeños dibujen los que imaginen. Como su título indica, no tiene imágenes. Los personajes fantásticos no han querido salir fotografiados para salvaguardar sus derechos de imagen: aprovechando que escasean las fotos de hadas y de sirenas –fantasmas borrachos en cambio abundan por el mundo– pedían unas cantidades astronómicas que la autora no podía financiar. Así que cada quien puede dibujarlas como imagine. Desgraciadamente, la autora tampoco puede regalar los libros a todos, aunque quisiera, pero se pueden adquirir en la web www.publicarya.com o en la librería madrileña Bajo el volcán (calle Ave María 42), donde unos amigos medio transparentes guardan algunos ejemplares.

Además, el cuento habla de lugares fantásticos igualitos a otros que existen en muchas tabernas cuyas cuevas aún no han sido descubiertas por los humanos…

Todos sus muebles eran antiguos, de madera marrón oscura, del mismo color que los barriles de vino que se apilaban junto a la barra. En sus paredes amarillentas colgaban antiguos cartelitos metálicos que advertían de que no se debía cantar ni escupir en el suelo.
Aunque normalmente las tascas de vinos no tienen animales, aquello parecía un zoológico. Allí vivía Lola, una gata peculiar y distante (por no decir antipática), que disfrutaba sacando la zarpa. Tenía atemorizada a toda la clientela.
También vivía allí una perra muy buena llamada Turca. Le gustaba limpiar el suelo lamiendo el vino de las copas caídas y comiendo las sobras que la gente tiraba. Tanto engullía que cuando desapareció los clientes la dieron por muerta. «Habrá fallecido de un entripado», dijeron en la tasca. Tanto la apreciaban, que convinieron que inaugurara El panteón de canes ilustres.
Lo mejor de la taberna eran los animales, porque sus entrañables clientes tenían un gran defecto: nunca se iban. Podían pasarse allí todo el día charlando, bromeando entre vino y vino, engañando al hambre con unas tapas. Siempre había que echarles.
Incluso un día, el padre de Clarita tuvo que hacer uso de la escoba para amenazar a los parroquianos diciendo que, o se iban, o barrían las copas que habían roto aquella tarde. El rayo es lento comparado con la velocidad a la que huyó la concurrencia.
Clarita conocía a todos, aunque sólo era amiga de unos pocos. Sus amigas favoritas eran las gemelas; en lo que a los demás respecta, pensaba que eran un poco aburridos, prefería estar con los animales. En cualquier caso, ella estaba muy cómoda en la taberna. Era como su segundo hogar.

Un comentario

  • Sara Madrid enero 29, 2015en11:33 am

    Un libro de vinos y bodegas, qué bueno!!

    Voy a ver si lo encuentro!

    Gracias por compartirlo,

    Sara

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