Leonie Swann. Las ovejas de Glennkill.

enero 6, 2015

Leonia Swann, Las ovejas de Glennkill
Salamandra, 2007. 318 páginas.
Tit. Or. Glenkill. Trad. María José Díez y Diego Friera.

Me vino recomendado de varias fuentes, pero que estuviera editado por Salamandra de daba repeluco. Que publican cada libro ñoño que tira p’atrás. Me alegro de haberme animado.

Estamos ante una novela de misterio: un pastor es asesinado en pleno campo con una pala. Pero sus ovejas, inteligentes y curiosas, entrenadas por largas sesiones de lectura que el pastor les ofrecía por las tardes, decidirán descubrir quien ha sido el asesino. Se inicia así una peripecia en la que descubrirán la verdad y, de paso, aprenderán mucho sobre si mismas.

El libro es una delicia. Entretenido, original, nada pasteloso. Además -y esto es lo que más me ha gustado- la autora se descuelga aquí y allá con algunas páginas de exquisita prosa. La historia bien hilvanada, pese a la dificultad de hacer avanzar la trama a ritmo de oveja. Repleto de guiños, empezando por el nombre de la oveja que lidera la investigación.

Aire fresco y de calidad, entretenimiento que desatasca el cerebro sin estropearlo. Otras reseñas: [Lectura para el Verano] ‘Las ovejas de Glennkill’, de Leonie Swann, Las ovejas de Glennkill, Leonie Swann y Reseña: Las ovejas de Glennkill de Leonie Swann

Calificación: Bueno.

Extracto:
Las ovejas no tardaron en caer en la cuenta de que Melmoth no era sólo una oveja más en el rebaño, aunque no lograban comprender por qué. Lo primero que les llamó la atención fue el efecto diseminador de Melmoth. Cuando éste pastaba con ellas, apenas les resultaba posible mantener la formación habitual. Se dispersaban sin querer como si un lobo hubiese irrumpido en el rebaño. Sólo que al ritmo de su pastar, es decir, muy despacio, casi sin percatarse de ello. Empezaba a parecerles inquietante.
Luego estaba lo de los pájaros: nada de regordetes pájaros cantores, sino carroñeros de voz ronca como cornejas y urracas. Melmoth dejaba que se le subieran y los llevaba de paseo mientras pacía. Claro que las ovejas no le temían a las cornejas (salvo Mop-ple, quizá), pero olían demasiado a muerte. Cuando le preguntaron a Melmoth, éste bufó burlón.
—Son un rebaño como vosotras, un pequeño rebaño de alas negras. Vigilan y pacen y se rascan la piel. No es culpa suya que su pasto sea la muerte. Dejan el recuerdo en paz. Y son más listas que el hambre. Entienden al viento.
¡Demencial!, pensaron algunas, pero nadie se atrevió a decirlo en alto. Lo cierto es que el lenguaje de Melmoth era raro como el balido de una cabra, pero no causaba perplejidad mucho tiempo. Era como si sus palabras giraran en torno a lo que quería decir describiendo extrañas líneas. Les resultaba complicado, pero no demencial. Cordelia era la única que insistía en que el lenguaje de Melmoth era más preciso que el de las demás ovejas.
—No dice las cosas como las piensa. Dice las cosas como son —solía argumentar siempre que se reunía un grupito de ovejas melmothescépticas.

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