Laura Freixas. Madres e hijas.

octubre 12, 2011

Anagrama, 1996. 240 páginas.
Madres e hijas
Cambiar la ley de los hombres

Mi mujer se estaba pensando comprar este libro en el mercado de San Antonio, cuando disipé sus dudas comprándoselo yo y pensando que si a ella no le gustaba igual me gustaba a mí. Como suele pasar lo leí yo antes y le dije que no lo dejara pasar. Que era muy bueno. La lista de los cuentos es la siguiente (sacada de aquí: Madres e hijas:

«Chinina Migone», de Rosa Chacel (también aparece en el libro Sobre el piélago)
«Al colegio», de Carmen Laforet (figura en la obra La niña)
«De su ventana a la mía», de Carmen Martín Gaite (publicado por primera vez en Desde la ventana)
«Cuaderno para cuentas», de Ana María Matute (viene del libro Algunos muchachos)
«Espejismos», de Josefina Aldecoa
«Carta a la madre», de Esther Tusquets
«Primer amor», de Cristina Peri Rossi
«Ronda de noche», de Ana María Moix
«La hija predilecta», de Soledad Puértolas
«Cari junto a una motocicleta roja» de Clara Sánchez
«La niña sin alas», de Paloma Díaz-Mas
«Ella se fue», de Mercedes Soriano
«La buena hija», de Almudena Grandes
«Mi madre en la ventana», de Luisa Castro

La selección tiene una calidad sorprendente teniendo en cuenta que algunos están escritos para este libro, y que el tema es muy concreto: la relación entre madres e hijas. Ya conocemos las relaciones entre padres e hijos, pero la literatura sobre mujeres sigue siendo escasa. Como dice Laura Freixas en el prólogo:

Ante todo, y para disipar suspicacias, habría que decir qué consecuencias no parecen justificadas. No suscribimos la actitud políticamente correcta consistente en medir las obras de arte por el rasero de su representatividad respecto a un sexo, una clase social, una raza, etc. Al contrario, la calidad literaria radica en la capacidad del texto de conferir a lo particular una dimensión universal. Por eso puede interesarnos una novela japonesa o un poema épico medieval, cuyos aspectos anecdóticos tan ajenos nos resultan.
Pero hay otra cosa que buscamos, legítimamente, en los libros: ver reflejadas nuestras propias vivencias, incluidas las más particulares. Por eso, en vez de releer eternamente a los clásicos, leemos también, quizá inferiores literariamente, las obras de nuestros contemporáneos, de nuestros compatriotas o escritas por alguien de nuestro mismo sexo: porque deseamos ver representadas e interpretadas las circunstancias que compartimos con ellos. Por eso nos parece importante que exista una literatura judía o una literatura homosexual, por mucho que ni Kafka ni Proust puedan definirse exclusivamente en función de esas características.

Las circunstancias individuales del autor son sólo un factor más, que se añade a muchos otros, sociales, históricos, lingüísticos… No haría falta decirlo, si no fuera porque periódicamente alguien alega que la simple lectura de un texto no permite adivinar si ha sido escrito por un hombre o una mujer. El argumento es curioso. Parte (aunque sea para negarla) de una visión de la feminidad y la masculinidad como algo determinante, hasta el punto de que ni la sociedad, ni la historia, ni la individualidad pueden siquiera matizarlo. Es decir, la única feminidad que reconocería sería aquella según la cual todas las mujeres, desde una cortesana medieval japonesa hasta una intelectual británica de entreguerras, deberían escribir igual. Si no es así, dictamina, la feminidad en literatura no existe. Una concepción del género sexual, como puede verse, no sólo esencialista, sino francamente totalitaria.

Para acabar con la lista de todo lo que esta antología no defiende: no defiende una literatura beligerante y exclusivamente femenina o feminista, tan maniquea y artificiosa como toda literatura de tesis. No defiende una miti-ficación acrítica y victimista de todo lo femenino. Sí defiende un debate abierto sobre la literatura y el género. Sí defiende una aportación propia de las mujeres a la literatura.
Se podrá argumentar que antologías como la presente, y en general cualquier libro o colección exclusivamente femeninos, refuerzan el gueto. El argumento es digno de consideración, pero sopesados los pros y los contras, personalmente creo que ese gueto es, temporalmente, positivo.

Primero, porque fuera de él, las mujeres están muy lejos de ser ciudadanas de pleno derecho. Decíamos antes que en el mundo editorial de aquí y ahora las mujeres funcionan; hay que añadir que ese reconocimiento suele ir acompañado de cierta condescendencia (se las llama las chicas), y que si están presentes (aunque, insistimos, de forma muy minoritaria) en la publicación y en los premios comerciales, su reconocimiento académico es harina de otro costal. De la Real Academia están prácticamente ausentes, así como de la nómina de los grandes premios institucionales; y como ha mostrado Geraldine Nichols, las historias de la literatura española las ignoran o rebajan sistemáticamente.

Justificaciones aparte es uno de los mejores libros de relatos que he leído este año, la calidad es muy alta y muchos me han conmovido. Muy recomendable.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (42/365)

Extracto:

Cuatro, cinco, seis timbrazos se acompasaron a la lentitud de mis pasos como la más torpe música de danza, pero no corrí, me había prometido que no volvería a correr, y escuché sin apresurarme el séptimo aviso, y el octavo, mientras recordaba cuántas cosas se habían congelado antes que mi voluntad, la fe y el futuro, la alegría, la edad, toda esperanza, el amor y hasta las matemáticas. Yo amaba las matemáticas, y como cualquier converso a una fe rara, árida, sospechosa incluso por el reducido número de sus adeptos, experimentaba un placer extraordinario al reclutar nuevos fieles para mi templo de lógica y cifras, por eso me gustaba tanto enseñar, y en mi pequeña vida de enfermera perpetua no existía una emoción comparable al asombro que brillaba en los ojos de un crío cuando una luz desconocida se derramaba en su mente y me anunciaba, gritando casi, que de pronto había entendido el mecanismo de las operaciones con decimales, esas comas que a principio de curso ninguno era capaz de colocar en su sitio. Me gustaba enseñar, y preparar las clases, encontrar la mañera más fácil de explicar lo más difícil, inventar yo misma los ejercicios que propondría cada mañana, y nunca utilicé un libro de texto, nunca seguí los programas diseñados por el ministerio, utilizaba mis propios métodos y procuraba no mandar a los niños con deberes a casa, pero mi clase era, invariablemente, la mejor preparada de todo el curso, a pesar de que cargaba con todos los repetidores, con todos los tarugos, con los peores estudiantes del colegio, y a todos les sacaba partido porque ninguno era capaz de agotar mi paciencia, y los niños me querían, me sonreían, me besaban, venían a verme tres y cuatro años después de haber pasado por mis manos, y a mí también me gustaba verles progresar, verles crecer, contemplarles el último día del último curso, corriendo como locos, las notas en la mano, preguntándose por dentro cómo se las arreglarían con los profesores del instituto.

2 comentarios

  • dsdmona octubre 12, 2011en8:15 pm

    Me leí hace ya algún tiempo «Cuentos de amigas» de la misma recopiladora y lo encontré muy interesante. Me apunto este para echarle un ojo

    D.

  • Palimp octubre 12, 2011en10:13 pm

    Si quieres te lo presto.

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