Anagrama 2021. 144 páginas.
Tit. or. The appointment. Trad. Inga Pellisa.
Una joven alemana residente en Londres se encuentra en la consulta de un doctor al que le suelta un largo monólogo acerca de sus fantasÃas sobre ser Hitler, sus extrañas relaciones sexuales y las razones de por qué lo ha escogido a él como médico y por qué se encuentra ahÃ.
Al leer los exagerados elogios de la contraportada tenÃa miedo de encontrarme con esos artefactos mediáticos de poco fuste que, disfrazados de provocación, se cuelan entre la literatura seria. Por suerte no es asÃ, es un libro muy divertido en ocasiones, provocador pero con gracia y con suficiente enjundia para disfrutarlo más allá de las sonrisas.
En la contraportada da la impresión de hay un misterio o giro final de guión en el por qué está la joven en esa consulta, y la verdad es que en el primer tercio yo creo que queda explÃcito. Aviso que lo cuento. Está en la consulta para transicionar a hombre y buena parte del libro es explicar sus sentimientos respecto a esta decisión. Es decir, es parte importante de la trama y no un golpe de efecto.
Me ha encantado. Como curiosidad decir que la provocadora portada con un dildo rosa lleno de esvásticas llamó la atención de una chica en el metro que se agachó para ver mejor la portada y confirmar que sus ojos no le habÃan engañado.
Muy bueno.
Describà con gran detalle cómo acaricié a los perros por última vez antes de devolver todas esas dulces pruebas de afecto, y cómo me las apañé para sacar a escondidas un mechón de sus famosos cabellos oculto en unas medias de nailon sucias, y una nota, escrita de su propia mano, en la que me pedÃa que llevara solo puesto uno de esos casquetes judÃos. Creo que Jason hizo literalmente una mueca cuando le conté que habÃa estado fantaseando con que mi pequeño A —asà llamaba yo a Hitler para mis adentros— me hacÃa decir «Me llamo Sarah», antes de castigarme con su poderosa fusta. En mis fantasÃas yo tenÃa el pelo muy oscuro y unos ojos preciosos también oscuros, como los que tiene esa gente, y todo parecÃa maravillosamente controvertido. Ja-son prometió firmar cualquier cosa que diera fe de mi naturaleza plácida y calmada a cambio de no tener que volver a oÃrme nunca más contándole que habÃa cogido la costumbre de correrme encima de pequeños retratos del Führer mientras imaginaba que me hacÃa cosquillas con el bigote en mis partes. Que me costaba llegar al orgasmo sin hacer el saludo. Hasta me ofrecà a dibujarle algunas de mis fantasÃas y sugerà que el role play podrÃa ser una buena manera de superar mis tensiones, pero lo único que consiguió balbucear es que no debÃa olvidar nunca que yo no soy mis pensamientos. En general, quedé bastante decepcionada con Jason y con su falta de imaginación, doctor Seligman, pero hay una cosa por la que le estoy agradecida. Antes de esas sesiones, yo tenÃa a Hitler por poco más que un caso severo de complejo napoleónico que habÃa terminado como el rosario de la aurora. Un luna diminuto y desesperado intentando cortejar a la sol, que pasaba por completo. Tal vez se esté preguntando por qué hablo de la sol en femenino, pero recuerde que en mi lengua materna el luna es un hombre y la sol una mujer, como una especie de valki-ria que trata de salvaguardar sus encantos de un hombrecillo desagradable. Igual es por eso por lo que tenemos una mente tan retorcida, e igual es por eso por lo que el denominado complejo napoleónico ha tenido consecuencias tan catastróficas en mi paÃs. No quiero ponerme otra vez a blanquear nada, pero a lo mejor sà que es verdad que Hitler sentÃa que no podrÃa satisfacer a la sol. Solo un canijo terminarÃa pensando en su propia potencia en semejantes términos
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