Jürg Schubiger y Franz Hohler. Así empezó todo.

junio 21, 2012

Jürg Schubiger y Franz Hohler, Así empezó todo
Anaya, 2007. 124 páginas.
Tit. Or. Aller Anfang. Trad. Moka Seco Reeg.

Pensaba que era una recopilación de historias de diferentes fuentes, pero no, son cuentos originales sobre como pudo haber empezado este mundo. Y son muy buenas, me han gustado mucho. Originales y tiernas.

Son, además, cuentos para todas las edades, para niños y adultos a los que le guste fantasear sobre como empezó todo. Los tres ejemplos que les dejo les darán una idea cabal. Las ilustraciones, estupendas.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (294/365)

Extracto:
La Creación
Al principio, solo existía Dios. Un día recibió una caja de madera llena de guisantes. ¿Quién se la podría haber mandado? Desde luego, él no conocía a nadie más. Aquel asunto le daba mala espina, así que dejó la caja -es decir, la dejó flotando- en el lugar donde la había encontrado.
Siete días después, las vainas de los guisantes reventaron. La explosión fue tan violenta que los guisantes salieron disparados hacia la Nada. Los guisantes que habían estado en la misma vaina casi siempre permanecían juntos y giraban alrededor de sus otros compañeros. Empezaron a crecer y a brillar, y así, de la Nada, surgió el universo.
Dios estaba perplejo. Más tarde, en uno de esos guisantes, se desarrollaron todas las formas imaginables de vida, incluida la de los seres humanos. Como aquellos hombres sabían quién era Dios, le atribuyeron la creación del universo y le adoraron como a su creador.
Aunque Dios nunca intentó convencerles de su error, todavía hoy se pregunta quién demonios pudo enviarle una caja con guisantes.

Las estrellas
Hace mucho tiempo, cuando la Madre Tierra todavía ensayaba la Creación, los hombres tenían flores en la cabeza. Aunque quedaban muy bonitas, sobre todo en primavera, cuando todos se paseaban con un pequeño prado multicolor encima, a las abejas les encantaban las flores. Así que los hombres, además de llevar prados en la cabeza como si fueran sombreros, tenían que aguantar todo el día un enjambre de abejas zumbando a su alrededor, y por si esto fuera poco, un simple movimiento en falso y, ¡paf!, se les echaban todas las abejas encima para picarles. Era un fastidio, pero un fastidio de verdad, por eso los hombres se quejaron a la Madre Tierra.
-Tenéis razón -dijo-, no fue muy buena idea.
Les arrancó las flores de la cabeza y las lanzó al cielo con toda su fuerza. Allí se quedaron, y desde entonces brillan sobre la Tierra, y las conocemos como estrellas. Los tallos sin flores que les quedaron a los hombres en la cabeza se convirtieron en el pelo.
Hoy en día, todavía se dice que la gente calva, aunque no sepa muy bien por qué, es a la que más le gusta mirar las estrellas.

Un hombre hecho y derecho
Había una mujer tan guapa, tan inteligente y tan joven que todos los hombres se querían casar con ella. Sus pretendientes venían de todas partes: de Inglaterra, de Holanda, de Groenlandia y de Samarcanda.
Entre ellos había hasta un oso polar vestido con traje y corbata.
Obviamente, la mujer quería un marido que fuese como ella: guapo, inteligente y joven. Así que les fue examinando uno por uno.
El primero era rubio como los príncipes, pero al andar se hacía un lío con las piernas. El segundo se disculpaba una y otra vez sin que se supiera muy bien por qué. El tercero parecía que se había metido a presión unos cojines en los pantalones por delante y por detrás, y encima era más tonto que un haba. Cuando la mujer le preguntó’ «¿Cuántas son tres por tres?», empezó a contar con los dedos de la mano y encima se equivocó. Y a la pregunta de: «¿Qué animal rima con Nilo?», contestó: «Supongo que los hipopótamos que viven allí». El cuarto hablaba tanto que la mujer no consiguió preguntarle nada.
El quinto no dijo ni una palabra.
El sexto, el oso polar trajeado, le pareció que tenía demasiado pelo en el cuello y en la cara. La mujer le ordenó que se fuera. No quería que nadie la molestara mientras lloraba. El oso polar le dio su dirección. «Por si acaso», dijo en inglés. Se despidió con una reverencia y se fue.
-¡Ay! -sollozó la mujer-. Tantos hombres y ninguno digno de mí.
Como además de ser guapa, inteligente y joven, era decidida, rápidamente se volvió a animar. Gritó:
-Pues muy bien, pues muy bien, pues entonces… ¡Yo misma me haré un hombre! Y se puso manos a la obra. Aserró, atornilló, lijó, pegó, cosió y rellenó. Tras una semana de trabajo, ya tenía al hombre perfecto frente a ella. Muy guapo, muy joven y recién afeitado. Todavía no era muy inteligente, pero todo a su tiempo.
La mujer le enseñó todo lo que sabía… de animales, de plantas, de los otros países y de los tiempos pasados. Le enseñó a leer, a escribir y a calcular. Muy pronto llegó a ser tan inteligente como ella.
-¿Tres por tres?
-Nueve.
-¿Qué animal rima con Nilo?
-El cocodrilo.
La mujer estaba muy orgullosa de su hombre, y completamente enamorada.
-¿Cuándo nos casamos? -preguntó ella.
Él contestó:
-Nunca. Me voy a recorrer el mundo. Quiero ir al Nilo, al Misisipi, al Amazonas. Me quiero ir hasta el quinto pino, y si encuentro un sexto, hasta allí también -gritó, y luego desapareció.
La mujer lloró durante mucho tiempo, hasta que se le deshizo en la mano el último pañuelo.
-Pues muy bien, pues muy bien, pues entonces… -dijo, pero no supo cómo terminar la frase-. Pues muy bien, pues muy bien…
Solo lo supo meses después, cuando, rebuscando entre unos papeles viejos, tropezó con la dirección del oso polar. Le escribió una carta muy larga. Él contestó con otra muy corta.
Ponía: «¡Voy!».

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