Juan Jacinto Muñoz Rengel. De mecánica y alquimia.

mayo 11, 2011

Salto de página, 2009. 156 páginas.

Juan Jacinto Muñoz Rengel, De mecánica y alquimia
Astrolabio

Creo que me llamó la atención este libro cuando leí su reseña en La tormenta en un vaso. Lo que no caí, hasta hace bien poco, es que el autor es el que conduce el programa Literatura en breve que escucho desde hace tiempo.

Un libro de relatos que incluye los siguientes:

El libro de los instrumentos incendiarios
El relojero de Praga
Lapis philosophorum
La maldición de los Zweiss
El pescador de esponjas
El faro de las islas de Os Baixos
El sueño del monstruo
Res cogitans
Te inventé y me mataste
Brigada Diógenes
Pasajero 1/1

Con un proemio a modo de aviso que se insta a olvidar y un escolio para leer en un espejo.

Todos están muy bien escritos y crean unos ambientes de época muy satisfactorios. Por esto, aunque no todos los relatos tienen la misma calidad, y no estoy de acuerdo con la tesis que se adivinan en algunos, ninguno decepciona.

Por el contrario, cuando figura y fondo se complementan, las cotas que se alcanzan son muy altas. El relojero de Praga o El faro de las islas de Os Baixos están muy bien, y El sueño del monstruo junto con Res cogitans me han parecido excepcionales.

En general, muy bueno.


Extracto:[-]

—Es que con el moderno reloj mecánico ya no hay diferencia entre las horas del día y la noche, maestro —le decía yo con ingenuidad—, y eso lo hace todo más fácil.

—Tonterías. A veces pienso que los artilugios modernos despojarán vuestras jóvenes cabezas de todas las ideas sensatas. Y que acabaréis paciendo en el campo, como las vacas. Por eso hoy en día es tan fácil para los usureros engañar a la gente con sus préstamos…

—¿Qué quiere decir? Hace unos días mi padre se vio obligado a pedir a crédito cierta cantidad…

—Pues quiero decir, pequeño ignorante, que a tu padre le habrán prestado ese dinero por un determinado tiempo, ¿no es así?

—Así es, sí, cuatro años.

—Y por esos cuatro años le serán cobrados unos intereses. Luego en realidad tu padre está pagando por el tiempo. Le están vendiendo el tiempo, ese tiempo que es donación de Dios y que yo humildemente mido con mis relojes. Pero lo que es peor: el usurero le cobrará a tu padre lo mismo por el tiempo diurno que por el nocturno, como si las horas que marca el Sol fueran similares a las que tenemos que medir con ingenios. Las horas de la noche son para dormirlas, ¡y cómo vamos a pagar lo mismo por las horas de vigilia que por las que pasamos durmiendo!

El relojero se dejaba afectar en exceso por cualquier discusión que se terciase. Con el rostro enrojecido por la ira, y arrojando esputos contra un pañuelo, se volvió hacia un mueble vencido por el peso de los libros y los artilugios. Rebuscó en las repisas superiores y de allí extrajo un objeto cruciforme.

—Toma esta cruz de plata. Es para tu padre.

Cogí la cruz entre mis manos y abrí su parte superior. Bajo la cubierta de metal aparecieron unas imágenes grabadas en la madera, que representaban distintas escenas edénicas en cada uno de los brazos, y en la intersección de la cruz había un reloj.

—La aguja de este horlogeportative marca los doce estadios de la hora babilónica —explicó el anciano—, es decir, las horas de luz solar y sus variaciones en cada estación del año. Con este instrumento tu padre podrá explicarle al usurero cuáles deberían ser las verdaderas condiciones de su préstamo.

Luego supe que el regalo que me había hecho el relojero le había sido a su vez obsequiado, hacía años, por un alto mandatario francés. Era un regalo lujoso y valioso. Y es que no hubo un día, de entre todos los que pasé junto al maestro Hanus de Ruze, en el que sus labios no profirieran una queja sobre mí, un insulto, o incluso un desprecio; como tampoco hubo un día en el que yo dudara de que, en su oxidado interior de engranajes y muelles, en su herrumbroso corazón, había habido desde el primer momento un lugar reservado para mí.

Durante los años que duró el proyecto de la construcción del reloj astronómico del ayuntamiento de Praga, fue mucho lo que aprendí, y parca la ayuda que le presté a mi maestro. Mi inexperiencia, y mi falta de aptitudes para los números, la física o la astronomía, no me permitieron brindarle demasiada asistencia en las cuestiones más complejas del diseño del reloj. No obstante, Hanus descubrió en mí un buen artesano, y me encomendó, primero, la forja de las ruedas, volantes y manivelas que compondrían el esqueleto interno del mecanismo, y, luego, la elaboración de algunos de los detalles ornamentales, como las distintas agujas, los aros de las esferas, y los números arábigos y romanos que las acabarían graduando.

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