Juan Huarte de San Juan. Examen de ingenios para las ciencias.

noviembre 21, 2014

Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias

Este libro, publicado en 1575, es según la wikipedia:

Se trata de una obra precursora de tres ciencias: la psicología diferencial, la orientación profesional y la eugenesia. También hace interesantes aportaciones a la Neurología, Pedagogía, Antropología, Patología y Sociología.

Suelo leer cosas raras pero ¿tanto? ¿Cómo llego hasta aquí? La culpa la tuvo una conferencia sobre el Quijote en la que se demostraba con pelos y señales la influencia de este libro en Cervantes. Como se dice en la introducción:

En el ámbito literario, cabe destacar su influencia en Cervantes, estudiada entre otros por Rafael Salillas36, quien partiendo del título de la obra de Cervantes El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, investiga la presencia de las teorías huartianas en este autor, demostrando no sólo que «El calificativo de Ingenioso Hidalgo es un transporte del Examen de ingenios», sino también que «la modalidad del trastorno mental de Don Quijote está previamente señalada en el Examen de ingenios», tratando, además, sobre «El licenciado Vidriera y el Examen de Ingenios», «Una imitación del Examen de Ingenios hecha por Cervantes» y «El origen de un simbolismo dramático en Persiles y Segismunda» 37. Así, Salillas concluye que queda «demostrada por modo indubitable la influencia que en Cervantes ejerce la constante lectura del Examen de Ingenios, que no es circunstancial, que es permanente de toda la historia literaria de Cervantes…» 38. Y a tal extremo llega su entusiasmo que no duda en afirmar que «… sin lo que a Huarte se le puede atribuir, que es la definición del tipo de loco, con su forma de locura y sus particulares tendencias, la obra ni podría ser ni hubiera sido.

Y si quieren más, pueden ir a este enlace: El ingenioso hidalgo y El examen de ingenios. Documento que leído no deja lugar a dudas.

Para mi sorpresa el libro me ha gustado mucho, está lleno de reflexiones interesantes y de anécdotas graciosas, incluyendo algunas sobre locos que demuestran que también fue un precursor de Oliver Sacks. Básicamente es un tratado sobre los diferentes tipos de ingenios que tiene el hombre (y lo podemos recalcar porque es bastante machista; las mujeres no tienen según el autor casi ingenio). Los divide en tres: memoria, entendimiento e imaginación. Dependiendo de en qué destaques así debes encontrar cual es tu profesión, y da indicaciones de cual se adecua a cada caso.

Esto ahora nos suena poco científico, pero en la época lo era bastante. Se pasaba de una situación en la que Dios te daba los dones a otra en la que se podían medir tres variables y deducir tu futuro profesional. Que estuviera equivocado es ya otra cuestión.

Hay cosas curiosas; tener buena letra indica falta de entendimiento. Para ser jefe militar es conveniente no ser muy alto, ir hecho un desastre (no darle importancia a los vestidos) y, para rematar, ser calvo. El autor analiza ejemplos históricos atreviéndose incluso con Cristo y Adán. También hace una defensa de no tener que expresarse en latín para hacer libros científicos, porque todas las lenguas sirven igual de bien y mejor escribir en la lengua que mejor domines.

El último apartado habla de lo que se tiene que hacer para tener hijos inteligentes. No veo yo que sea esto precursor de la eugenesia, aunque compadezco a quienes siguieron sus consejos, que se basan principalmente en la alimentación. También da recetas para tener hijos varones y no hembras, por la misoginia antes comentada.

He seleccionado muchos extractos que merecen destacarse. Para empezar una defensa de la experiencia y la razón frente a la autoridad:

También los médicos no tienen letra a qué sujetarse. Porque si Hipócrates y Galeno y los demás autores graves de esta facultad dicen y afirman una cosa, y la experiencia y razón muestran lo contrario, no tienen obligación de seguirlos. Y es que en la medicina tiene más fuerza la experiencia que la razón, y la razón más que la autoridad. Pero en las leyes acontece al revés, que su autoridad y lo que ellas decretan es de más fuerza y vigor que todas las razones que se pueden hacer en contrario.

Y los efectos observables son de la naturaleza, no de dios (negritas mías):

Estando un filósofo natural razonando con un gramático, llegó a ellos un hortelano curioso, y les preguntó qué podía ser la causa que, haciendo él tantos regalos a la tierra en cavarla, ararla, estercolarla y regarla, con todo eso nunca llevaba de buena gana la hortaliza que en ella sembraba, y las yerbas que ella producía de suyo les hacía crecer con tanta facilidad. Respondió el gramático que aquel efecto nacía de la divina providencia, y que así estaba ordenado para la buena gobernación del mundo; de la cual respuesta se rió el filósofo natural, viendo que se acogía a Dios por no saber el discurso de las causas naturales, ni de qué manera producían sus efectos. El gramático, viéndole reír, le preguntó si burlaba de él, o de qué se reía. El filósofo le dijo que no se reía de él, sino del maestro que le había enseñado tan mal; porque las cosas que nacen de la providencia divina, como son las obras sobrenaturales, pertenece su conocimiento y solución a los metafisicos (que ahora llamamos teólogos), pero que la cuestión del hortelano es natural, y pertenece a la jurisdicción de los filósofos naturales, porque hay causas ordenadas y manifiestas de donde tal efecto puede nacer . Y, así, respondió el filósofo natural diciendo que la tierra tiene la condición de la madrastra, que mantiene muy bien a los hijos que ella parió y quita el alimento a los del marido; y así vemos que los suyos andan gordos y lucidos, y los alnados, flacos y descoloridos. Las yerbas que la tierra produce de suyo, son nacidas de sus proprias entrañas, y las que el hortelano le hace llevar por fuerza, son hijas de otra madre ajena, y así les quita la virtud y alimento con que habían de crecer, por darlo a las yerbas que ella engendró.

Los talentos los traemos de serie y poco puede hacer el profesor (y esto cuantas veces lo he pensado, aunque no esté totalmente de acuerdo):

Viene la experiencia con esto tan clara, que vemos entrar en un curso de cualquier ciencia gran número de discípulos (siendo el maestro o muy bueno o muy ruin) y, en fin de la jornada, unos salen de grande erudición, otros de mediana, otros no han hecho más, en todo el curso, de perder el tiempo, gastar su hacienda y quebrarse la cabeza sin provecho ninguno. Yo no sé de dónde pueda nacer este efecto, oyendo todos de un mesmo maestro, y con igual diligencia y cuidado, y por ventura los rudos trabajando más que los hábiles. Y crece más la dificultad, viendo que los que son rudos en una ciencia tienen en otra mucha habilidad, y los muy ingeniosos en un género de letras, pasados a otras no las pueden comprender.

Antecedentes de la frenología:

La buena figura del celebro arguye Galeno considerando por defuera la forma y compostura de la cabeza, la cual dice que sería tal cual conviene tomando una bola de cera perfectamente redonda, y apretándola livianamente por los lados quedaría de esta manera la frente y el colodrillo con un poco de giba2. De donde se sigue que tener el hombre la frente muy llana y el colodrillo remachado, que no tiene su celebro la figura que pide el ingenio y habilidad.

Si eres blanco y te sale un hijo moreno, no creas que es porque la mujer pensó en otra cosa:

También se cuenta por ahí que una señora parió un hijo más moreno de lo que convenía por estar imaginando en un rostro negro que estaba en un guadamecil, lo cual tengo por gran burla, y si por ventura fue verdad que lo parió, yo digo que el padre que lo engendró tenía el mesmo color que la figura del guadamecil.

La imaginación nos mueve el cuerpo, incluyendo erecciones:

Conócese claramente ser éste su uso considerando los movimientos de la imaginativa y lo que sucede después en la obra. Porque si el hombre se pone a imaginar en alguna afrenta que le han hecho, luego acude la sangre arterial al corazón y despierta la irascible, y le da calor y fuerzas para vengarse. Si el hombre está contemplando en alguna mujer hermosa, o está dando y tomando con la imaginación en el acto venéreo, luego acuden estos espíritus vitales a los miembros genitales y los levantan para la obra. Lo mesmo acontece cuando se nos acuerda de algún manjar delicado y sabroso: luego desamparan todo el cuerpo y acuden al estómago, y hinchen la boca de agua; y es tan veloz su movimiento, que si alguna mujer preñada tiene antojo de cualquier manjar y esta siempre imaginando en él, vemos por experiencia que viene a mover si de presto no se lo dan; y es la razón natural que estos espíritus vitales, antes del antojo, estaban en el vientre ayudando a tener la criatura, y con la nueva imaginación del manjar viénense al estómago a levantar el apetito: en el ínterin, si el útero no tiene fuerte retentriz, no la puede sustentar, y así la viene a mover.

El posible origen del licenciado vidriera:

Pero esto es cifra y caso de poco momento respecto de las delicadezas que dijo un paje de un grande de estos reinos, estando maníaco. El cual era tenido en sanidad por mozo de poco ingenio; pero caído en la enfermedad, eran tantas las gracias que decía, los apodos, las respuestas que daba a lo que le preguntaban, las trazas que fingía para gobernar un reino del cual se tenía por señor, que por maravilla le venían gentes a ver y oír, y el proprio señor jamás se quitaba de la cabecera rogando a Dios que no sanase. Lo cual se pareció después muy claro. Porque, librado el paje de esta enfermedad, se fue el médico que le curaba a despedir del señor, con ánimo de recebir algún galardón o buenas palabras; pero él le dijo de esta manera: «Yo os doy mi palabra, señor doctor, que de ningún mal suceso he recebido jamás tanta pena como de ver a este paje sano; porque tan avisada locura no era razón trocarla por un juicio tan torpe como a éste le queda en sanidad. Paréceme que de cuerdo y avisado lo habéis tornado necio, que es la mayor miseria que a un hombre puede acontecer». El pobre médico, viendo cuan mal agradecida era su cura, se fue a despedir del paje; y en la última conclusión de muchas cosas que habían tratado, dijo el paje: «Señor doctor, yo os beso las manos por tan gran merced como me habéis hecho en haberme vuelto mi juicio; pero yo os doy mi palabra, a fe de quien soy, que en alguna manera me pesa de haber sanado, porque estando en mi locura vivía en las más altas consideraciones del mundo, y me fingía tan gran señor que no había rey en la tierra que no fuese mi feudatario. Y que fuese burla y mentira, ¿qué importaba, pues gustaba tanto de ello como si fuera verdad? ¡Harto peor es ahora, que me hallo de veras que soy un pobre paje y que mañana tengo de comenzar a servir a quien, estando en mi enfermedad, no le recibiera por mi lacayo!»

Y posible inspiración del gobierno de Sancho:

Pero si este muchacho que vamos examinando no salió bien con el latín, ni aprobó en la dialéctica como convenía, es menester averiguar si tiene buena imaginativa antes que lo echemos fuera de las leyes. Porque en esto hay un secreto muy grande, y es bien que la república lo sepa. Y es que hay letrados que, puestos en la cátedra, hacen maravillas en la interpretación del Derecho, y otros en el abogacía; y, poniéndoles una vara en la mano, no tienen más habilidad para gobernar que si las leyes no se hubieran hecho [a] aquel propósito. Y por el contrario, hay otros que con tres leyes mal sabidas que aprendieron en Salamanca, puestos en una gobernación, no hay más que desear en el mundo. Del cual efecto están admirados algunos curiosos, por no atinar la causa de dónde pueda nacer; y es la razón que el gobernar pertenece a la imaginativa, y no al entendimiento ni memoria.

Aquí discute de lingüística y de paso aparece otra inspiración del Quijote:

La respuesta del tercer problema depende de una cuestión que hay entre Platón y Aristóteles muy celebrada. El uno dice l9 que hay nombres propios que naturalmente significan las cosas, y que es menester mucho ingenio para hallarlos; la cual opinión favorece la divina Escritura diciendo que Adán ponía a cada cosa de las que Dios le puso delante el propio nombre que le convenía. Pero Aristóteles no quiere conceder que haya en ninguna lengua nombre ni manera de hablar que signifique naturalmente la cosa, porque todos los nombres son fingidos y hechos al antojo y voluntad de los hombres 20. Y, así, parece por experiencia que el vino tiene más de sesenta nombres y el pan otros tantos, en cada lengua el suyo, y de ninguno se puede afirmar que es el natural y conveniente, porque de él usarían todos los hombres del mundo. Pero, con todo eso, la sentencia de Platón es más verdadera. Porque puesto caso que los primeros inventores fingieron los vocablos a su plácito y voluntad, pero fue un antojo racional, comunicado con el oído, con la naturaleza de la cosa, con la gracia y donaire en el pronunciar; no haciendo los vocablos cortos ni largos, ni fuese menester mostrar fealdad en la boca al tiempo del pronunciar, asentando el acento en su conveniente lugar, y guardando otras condiciones que ha de tener la lengua para ser elegante y no bárbara. De esta opinión de Platón fue un caballero español cuyo entretenimiento era escrebir libros de caballerías, porque tenía cierta diferencia de imaginativa que convida al hombre a ficciones y mentiras. De éste se cuenta que, introduciendo en sus obras un gigante furioso, anduvo muchos días imaginando un nombre que respondiese enteramente a su bravosidad; y jamás lo pudo encontrar hasta que, jugando un día a los naipes en casa de un amigo suyo, oyó decir al señor de la posada: «Hola, muchacho, tra qui tantos a esta mesa». El caballero, como oyó decir este nombre (traquitantos), luego le hizo buena consonancia en los oídos, y sin más aguardar se levanto diciendo: «Señores, yo no juego más, porque ha muchos días que ando buscando un nombre que cuadrase con un gigante furioso que introduzgo en esos borrones que compongo, y no lo he podido hallar hasta que vine a esta casa, donde siempre recibo toda merced». La curiosidad de este caballero en llamar al gigante traquitantos, tuvieron los primeros inventores de la lengua latina, y así hallaron un lenguaje de tan buena consonancia a los oídos. Por donde no hay que espantar que las cosas que se dicen y escriben en latín suenen tan bien, y en las demás lenguas tan mal, por haber sido bárbaros sus primeros inventores.

Otros apuntes sobre el autor: Juan Huarte de San Juan
Calificación: Muy bueno.

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