Clásicos Universales Planeta, 1989. 120 pág.
Edición, introducción y notas de Ramón Andrés.
Una ventana al romanticismo español
Este es el segundo de los libros que compré al módico precio de 50 céntimos. La colección de clásicos universales de Planeta es un clásico (y valga la redundancia) en los mercadillos de saldo; lo que está muy bien porque puedes hacerte una buena colección sin dejarte el bolsillo en ello.
Además, las anotaciones y el prólogo siempre están muy bien cuidadas, llegando el caso (como este que nos ocupa) en que son más interesantes que la obra en sí. Hay clásicos que, cuando se leen, sorprenden por lo modernos e interesantes que son (por eso son clásicos; porque han envejecido bien). Recuerdo cuando me embarqué en la lectura del ‘Guzmán de Alfarache’, temeroso porque eran dos tomos bien nutridos, y pensaba para entre mí ‘Como sea un tostón, la llevo clara’; entre otras cosas porque tengo la manía de acabar los libros que empiezo, además de la disciplina de obligarme a leer obras que considero deben ser leídas. Pues bien, me encontré con una novela muy entretenida, que se leía con placer, y en ocasiones muy moderna. Todo un hallazgo, vamos. Y así me ha pasado con cantidad de ‘Clásicos’ a los que se les coge un poco de aprensión cuando te los obligan a leer en la escuela, pero que si te los encuentras sin prejuicios suelen ser una maravilla.
No es el caso de esta obra que estoy contento de acabar y para no volver a saber nada más del autor. Menos mal que es una obra de teatro y se lee rápido. La historia se basa en la famosa leyenda de los amantes de Teruel, que paso a copiar del prólogo:
En la iglesia de San Pedro, en la capilla de San Cosme y San Damián, de la dicha ciudad, está la sepultura de los amantes, que llaman de Teruel, y dicen que era un mancebo y una doncella que se querían mucho, ella rica y el al contrario; y como el pidiese por mujer la doncella, y por ser pobre no se la diesen se determinó a ir por el mundo a adquirir hacienda y ella aguardarle ciertos años, al cabo de los cuales y dos o tres días más, volvió rico y halló que aquella noche se casaba la doncella. Tuvo trazas de meterse debajo de su cama y, a media noche, le pidió un abrazo dándose a conocer; ella le dijo que no podía ser por no ser ya suya, y él murió luego al punto. Lleváronle a enterrar, y ella fue al entierro, y cuando le querían echar en la sepultura, se arrimó al ataud y quedó allí muerta, y así los enterraron juntos en una sepultura, sabido el caso.
Sobre este armazón, y con el añadido de una reina mora, un rival celoso y algo de artificio construye Hartzenbusch su drama. Un drama que tuvo un éxito arrollador en su tiempo y le valió a su autor una fama que no desmereció su escasa en cantidad y calidad obra posterior. Esta obrita que, al menos en mi humilde opinión, no merecía tantos elogios y menos la entrada de su autor en el panteón de ilustres, con lo que generaciones de escolares hemos tenido que lidiar con su apellido alemán tan difícil de recordar (hay una calle en Sants con ese nombre y siempre que pasaba por ahí me hacía la promesa de leer ‘Los Amantes…’. Promesa cumplida.). Fuera de bromas, el romanticismo fue un estilo que ha envejecido muy mal, pero Becquer siempre será recitado, aunque sólo sea por los adolescentes, y el ‘Don Juan’ seguirá teniendo la misma fuerza cada noche de difuntos. Pero ‘Los Amantes de Teruel’ sólo podemos leerlo como un ejemplo más de la generación romántica española.
Así pues, me quedo con la introducción (casi más larga que la propia obra) que nos despliega una información muy interesante acerca de la leyenda de los amantes, del romanticismo y de la situación del teatro en el siglo XIX, y aunque no me arrepiento de haberla leído, dejo de lado la obra, bastante decepcionante. Para filólogos y poco más.
P.D. Por poco se me olvida poner el famoso dicho popular dedicado a los dos amantes: ‘Los amantes de Teruel; tonta ella y tonto él’. Lo que, una vez leída la obra, no puedo por menos que suscribir.
(Un día, un libro 35/365)
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