Atalanta, 2017. 740 páginas.
Tit.or. The masks of God: Creativemythology. Trad. Belén Urrutia.
Llego al último y más largo volumen de la saga extasiado, zarandeado, y agotado. Como comentaba con una amiga la lectura de esta obra te debería convalidar alguna asignatura de antropología. Otro amigo me comentaba que esta es una obra de consulta, no de lectura, y no estoy de acuerdo, porque está narrada como una historia y no como una enciclopedia. Pero después de 4000 páginas de análisis mitológico tenía ganas de acabar.
En esta ocasión se analizan diferentes obras literarias y artísticas influidas notablemente por un hálito mitológico. Desde los amores de Abelardo y Eloísa, reales pero casi míticos hasta la tradición artúrica, con sus amores trágicos y sus héroes imperfectos o increíblemente puros, y ese Grial que se va transformando de plato poderoso a cáliz de la santa cena.
También se analizan mitos modernos, como el recorrido que realiza Bloom en el Ulysses y las desventuras de Hans Castorp en la montaña mágica, el uso que hace Picasso de elementos mitológicos clásicos en sus cuadros, especialmente en el Guernica o la relación entre las fórmulas de los alquimistas y los mitos primitivos.
También la tierra baldía, elemento central en muchas historias que puede representar, entre otras muchas cosas, la calcificación de los relatos mitológicos en una religión opresora. O la muerte de dios, de la mano de la ciencia, que nos abre un nuevo mundo libre de referencias.
La lectura de esta obra monumental no es un viaje del héroe, pero ha resultado toda una experiencia muy enriquecedora.
Muy bueno.
Todo esto nos trae a la memoria los ritos y el arte religioso de audaz obscenidad que se estaban desarrollando durante esos siglos en la India; por ejemplo, en los templos tallados de Belur, Khajuraho, Bhuvaneshvara y Kanarak[154]. Y de la misma forma que los cristianos gnósticos buscaban liberarse de los engañosos sufrimientos de este mundo violando ritualmente los códigos morales de su cultura, en la India los seguidores de la «Vía de la Mano Izquierda» practicaban los ritos antinómicos de las Cinco Cosas Prohibidas —llamadas las «cinco M’s»— que son el vino (madya), la carne (maṁsa), el pescado (matsya), las posturas de yoga en relación con la mujer (mudrā) y la unión sexual (maithunā)[155]. Más aún, se observa un parecido inconfundible particularmente entre los ritos del «culto del corpiño (kancuḷi) practicados al sur de la India, que ya tratamos en Mitología oriental[156], y cierta costumbre galante de la aristocracia del sur de Francia en el siglo XII. Como se recordará, en los ritos indios, las fieles, al entrar en el santuario, depositan sus corpiños en una caja a cargo del guru y al final de las ceremonias preliminares, cada hombre toma un corpiño de la caja y la mujer a la que pertenezca —«aunque sea un familiar próximo»— será su pareja durante la consumación. La versión europea de esta inusual ceremonia —transformada al gusto de un espíritu más secular y lúdico, donde la mujer, y no el hombre, es quien debe tomar la iniciativa— sólo conserva vestigios de su oscuro pasado religioso en su aire de mascarada carnavalesca y en su conexión con una parodia de la misa y con el nombre de un mártir del siglo III, San Valentín (m. 14 de febrero, ca. 270 d.C.), de quien se dice que el día que fue decapitado, los pájaros comienzan a aparearse. Los ritos de aquellos «Valentines» pudieron haberse originado en una suerte de matrimonio espiritual de los gnósticos valentinianos de Alejandría (Valentín, el fundador, fl. 137-166 d.C.) y habrían llegado al sur de Francia junto con los demás rasgos gnósticos de la época.
La sensación experimentada por los amantes, ya al cruzarse sus miradas por primera vez, de haber descubierto en el mundo exterior el perfecto complemento de la verdad de cada uno y, por tanto, de una maravillosa coincidencia del destino y la casualidad, del mundo exterior y el interior, puede conducir, con el florecimiento de ese amor en el transcurso de la vida, a la convicción poética de una armonía universal de lo visto y lo no visto.
Por supuesto, a aquellos a quienes ni el amor, ni la naturaleza ni el símbolo ha conferido un espejo cónico, tal romanticismo suena a música celestial. Además, como afirma Schopenhauer en sus reflexiones: «No obstante, a esta idea puede oponerse que la relación ordenada que nosotros creemos haber reconocido en los acontecimientos de nuestras vidas sólo es un efecto inconsciente de nuestra fantasía organizadora y esquematizadora, como cuando miramos una pared manchada y vemos con claridad figuras y grupos humanos, cuando somos nosotros mismos los que introducimos relaciones intencionadas en unas manchas diseminadas por la ciega casualidad»[47].
El lector moderno recordará el test de Rorschach, con sus manchas de tinta en las que diferentes personas distinguen formas diferentes, sintomáticas de la psicología de sus mentes. Y el mundo mismo, dicen algunos, es como una de esas manchas, en la que las personas leen sus propias mentes: el universo ordenado, el gran curso de la historia y la evolución, las normas de la vida humana. Hay en Ulises un pasaje en ese sentido, la escena en que Stephen está discutiendo con John Eglinton en la biblioteca. «Caminamos —dice Stephen— a través de nosotros mismos, encontrando ladrones, fantasmas, gigantes, viejos, jóvenes, esposas, viudas, cuñados adulterinos. Pero siempre encontrándonos a nosotros mismos.»
No es extraño, pues, que en el apocalíptico Guernica, el héroe caído se revele como una estatua hueca y su Rocinante traspasado por la lanza como un extraño objeto de papier-mâché. A la izquierda, el hijo muerto de la pietà es un muñeco y todo el lienzo, a pesar de su gran tamaño (350 × 780 cm), recuerda a un guiñol: los únicos centros de vida posible son las cabezas y las bocas, con sus lenguas fulgurantes, del toro, la madre y el caballo relinchando, más las colas de los dos animales, el pelo de la madre y la humilde flor a la derecha del héroe caído. Las otras bocas no tienen lengua. Incluso las llamas de la mujer extática de la derecha (¿levantándose o cayendo?) son irreales. Las figuras son recortes bidimensionales, sin profundidad, como se supone ahora que somos en este mundo-máquina que se mueve a sí mismo: sólo máscaras sin nada detrás. Esta parece ser una forma exclusivamente moderna de concebir el universo y la humanidad. No obstante, en la gran perspectiva que nos ha abierto el estudio de la mitología universal comparativa, hay que reconocer que fue anticipada, junto con sus implicaciones morales, en la cosmología espacio-temporal matemática, absolutamente impersonal, y en el orden social de aquellos sacerdotes que escrutaban el firmamento en las antiguas ciudades-templo mesopotámicas (cuarto milenio a.C.), de cuya mirada dirigida al cielo y sus correspondientes ritos ha recibido el mundo todos los elementos básicos de una civilización arcaica superior: la astronomía del calendario, las matemáticas, la escritura y la arquitectura simbólica monumental; la idea de un orden moral del universo, revelado en el cielo nocturno, donde el signo focal es la luna creciente y menguante (el toro lunar, muriendo y reapareciendo rítmicamente, cuya luz se apaga durante tres noches) y, subordinado a éste, el orden moral y los ritos simbólicos del estado hierático sacerdotal, cuyo rey y corte, igualmente simbólicos, representan, además de imponer sobre la tierra el orden de la muerte en la vida y la vida en la muerte revelado en el cielo. Hemos examinado todo esto con detenimiento en los volúmenes anteriores de esta serie: en Mitología primitiva, páginas 177-84 y 473-520, a lo largo de todo Mitología oriental y en Mitología occidental, páginas 25-70. No puede haber en ello nada nuevo o sorprendente para nosotros. No obstante, lo que sí me parece sorprendente, y no puedo evitar detenerme en ello un momento, es el hecho de que en las torturadas figuras de la obra maestra de Picasso (y él sabía lo que estaba haciendo —como se verá más tarde—) estamos contemplando una constelación de símbolos mitológicos perfectamente tradicionales, dispuestos de tal forma que nos transmiten en su lenguaje silencioso (tanto si ésa era la intención del artista como si no) un mensaje que armoniza perfectamente con el espíritu y la cultura del antiguo toro lunar sumerio: «Ese Uno —leemos en el Shatapatha Brahmana— que es la Muerte de la que depende nuestra vida… Es uno allí, pero muchos aquí, en sus criaturas»
¿Qué es, entonces, la Tierra Baldía?
Es la tierra donde el mito está modelado por la autoridad, no emerge de la vida; donde no hay ojo de poeta que pueda ver, aventura que pueda vivirse, donde todo está definido de una vez para siempre: ¡Utopía! Es la tierra donde el poeta languidece y florecen los espíritus sacerdotales, cuya misión sólo es repetir, aplicar y elucidar clichés. Y esta enfermedad del espíritu se extiende hoy desde la catedral hasta el campus universitario. Nietzsche ya lo percibió hace casi un siglo.
De vez en cuando tengo contactos con Universidades alemanas [escribió Nietzsche en su Crepúsculo de los ídolos, 1888]: ¡qué atmósfera la que reina entre sus doctos, qué espiritualidad yerma, qué espiritualidad contentadiza y entibiada! Sería un malentendido profundo que aquí se me quisiera replicar con la ciencia alemana —y además una prueba de que no se ha leído ni una palabra de mí. Desde hace diecisiete años no me he cansado de poner de relieve el influjo desespiritualizador de nuestro cultivo actual de la ciencia. El duro hilotismo a que la extensión enorme de las ciencias condena hoy a todo individuo es una razón capital de que naturalezas con unos intereses más completos, más ricos, más profundos, no encuentren ya ni una educación ni unos educadores adecuados en ellas. De ninguna otra cosa adolece más nuestra cultura que de la profusión de presuntuosos mozos de esquina y humanidades fragmentarias; nuestras universidades son, contra su voluntad, los auténticos invernaderos para este especie de atrofia de los instintos del espíritu. Y Europa entera tiene ya una noción de esto —la gran política no engaña a nadie… Alemania es considerada cada vez más como el país plano de Europa
Como el soñador imaginario de Nietzsche, Hans también fue trasladado a una escena de nobleza y belleza idílicas. Y como a aquél le había enseñado un guía cuán grande debía ser la terrible fuerza del dios de la locura ditirámbica, cuando era necesaria tal belleza radiante para controlarla; Hans, lanzando en su interior una exclamación ante la belleza de su visión, percibió que detrás había un templo de oscuridad, muerte y sangre, donde dos brujas de cabellos grises, medio desnudas y con las ubres colgando, en un feroz silencio estaban descuartizando a un niño sobre una crátera. Y cuando despertó horrorizado por esta revelación, todavía hechizado por su belleza, se le reveló su significado, resumido en un término que había escuchado por primera vez en sus conversaciones con Naphta y Settembrini, pero que ahora había adquirido un sentido desconocido para ambos: Homo Dei. «El mito —afirma Jung— es la revelación de una vida en el hombre»[33], y eso fue este sueño para Hans.
Es el hombre, pensó Hans, el Homo Dei, el señor de la vida y la muerte: sólo él es noble, no éstas. Más noble que la vida es la piedad de su corazón; más noble que la muerte la libertad de su pensamiento. Y el amor, no la razón, es más fuerte que la muerte. El amor, no la razón, origina nobles pensamientos, y el amor y la bondad confieren forma: forma y civilización —teniendo presente silenciosamente la fiesta de la sangre. «Seré fiel a la muerte en mi corazón —concluyó—, pero recordando que la fidelidad a la muerte y a lo pasado sólo es maldad, turbia lascivia y misantropía, cuando gobierna nuestros pensamientos y acciones. Para conservar la bondad y el amor, el hombre no debe conceder a la muerte dominio alguno sobre sus pensamientos. Y con esto despierto»
2 comentarios
Juan Pablo, alabo tu tenacidad en el leer y en el acometer proyectos de la envergadura de la tetralogía de Campbell. Una lectura que algún día me gustaría llevar a cabo.
Saludos,
Francisco
Se disfruta un montón, no es un ensayo árido sino todo lo contrario, estupendo de leer. Lo peor es manejar los tochazos de los libros 😀