José Miguel Pallarés. Cuentos fantásticos de la España profunda.

abril 9, 2012

José Miguel Pallarés, Cuentos fantásticos de la España profunda
AJEC, 2003. 168 páginas.

Imaginaba una recopilación de cuentos populares de corte fantástico pero me he encontrado mucho más; relatos originales contemporáneos pero ambientados en esa España profunda que todavía sigue existiendo y que yo, siendo de pueblo, tengo tan cerca. Los cuentos son los siguientes:

Ritos. Elia Barceló
Un pueblo turístico que parece normal pero que conserva sus tradiciones antiguas, y siniestras.

Gómez Meseguer y el ogro Santaolaya. Daniel Mares
Ya he comentado por aquí lo redondo de este cuento, donde un cazador de ogros se enfrenta a la horma de su zapato.

Ojalà pudiera olvidarte. Javier Cuevas.
Recién enamorado es fácil ser comprensivo con las manías de nuestras parejas, y en algunos casos es saludable.

Las sombras peregrinas. Ramon Munoz.
Una especie de asesino de niños asola los pueblos, y sólo un cojo parece empeñado en darle caza.

Las Varillas. José Maria Faraldo.
Puede que debajo de este mundo se esconda otro, y que algunas personas sean capaces de verlo.

Crónica del niño sapo de Cascajar. Eugenio Sànchez Arrate.
Una historieta con mucho humor sobre un niño con caracteres batracios.

De los mitos y leyendas de Espana. Alejando Gonzàlvez.
Recorrido por leyendas tradicionales de nuestro país.

Aunque a JJ no acabó de convencerle del todo (Cuentos fantásticos de la España profunda) a mí me ha entusiasmado. Tiene tres cuentos muy buenos: Ritos, Gómez Meseguer y el ogro Santaolaya y Las sombras peregrinas. Crónica del niño sapo de Cascajar es muy divertida, y De los mitos y leyendas de Espana cumple correctamente la misión de informarnos. Los más flojos Ojalà pudiera olvidarte (aunque tiene fragmentos buenos) y, sobre todo, Las Varillas, algo deslavazada.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (222/365)

Extracto:
Hay una foto en la que se ve a Mariana mirando a la cámara, la cabeza ladeada, un dedo doblado cruzando los labios, como si quisiera decir algo que por fin no va a decir. La expresión de sus ojos es ambigua: hay algo de miedo, desconfianza tal vez, amor, o deseo, un principio de desesperación. Ralf la estuvo mirando mucho rato al revelarla, tratando de comprender su mensaje, tratando de saber si había un algo de advertencia en los ojos oscuros que lo miraban desde la cubeta en la penumbra roja del cuarto de Tony. Le había hecho esa foto al decirle que se quedaba para las fiestas. Ella estaba desnuda, sentada en la cama, la cabeza apoyada contra la pared, los ojos cerrados, una sonrisa insinuándose en su rostro. Él había sacado la cámara y había empezado a hablarle a través del aparato, a contarle cosas de Munich, de sus clases de español, de los asquerosos inviernos de centroeuropa, mientras disparaba tratando de captar sus sonrisas, el brillo de sus ojos, el verdadero rostro que él conocía y que tanto añoraba durante el invierno, el rostro que ninguna foto había conseguido apresar.
Le dijo que se quedaba sin darle importancia, como jugando, que Manolita le había concedido la gracia, que por primera vez en tres años abriría los ojos el uno de septiembre y Santa Rosa, limpia de turistas, estaría ahí para él. Ella no contestó. Se quedó un momento así, el dedo sobre los labios, la mirada herida, un momento eterno. Luego gateó sobre la cama hasta donde estaba él, le quitó la cámara de la mano e hicieron el amor furiosamente, con una pasión desconocida que podía ser agradecimiento o desesperación o entrega. O algo que, como tantas cosas, sólo existía en Santa Rosa y para lo que Ralf no tenía nombre.
Mariana salió de la habitación convertida en piedra. Al principio pensó que acabaría por suceder, pero en los últimos tiempos había empezado a tener esperanzas; Ralf estaba siendo aceptado. No podía ser. Y, sobre todo no podía ser que llegara tan pronto. Todos habían estado seguros de que esta vez sería el holandés gordo y pelmazo que llevaba años fastidiando a Rosa, la del hostal, para que le alquilara un cuarto. No era posible. Ralf aún no se podía quedar. Sentía como un líquido frío quemándola por dentro, pulsando con el ritmo del cronómetro que acababa de ponerse en marcha en su interior. Ese día estropeó dos permanentes y se pasó de tiempo en un tinte. Al día siguiente cerró y, sabiendo que no había nada que hacer, fue a hablar con Manolita.
Mucho después, en octubre, se sintió agradecida de no haber sabido que Ralf le había comprado a Paco un anillo de brillantes. Si entonces hubiera sabido que Ralf había pasado una tarde en la joyería eligiendo su anillo de compromiso, no lo hubiera podido soportar, mientras que así, sin saberlo… Paco se había portado bien. Había esperado las cuatro semanas hasta que la policía lo había dado por muerto para quedar con ella en el muelle una tarde de sol y darle la cajita roja con el anillo dentro, un solitario montado en platino que destellaba como una estrella al sol de las cuatro. Con una notita dentro, unas líneas en la letra casi ilegible de Ralf: «Como cuando leas esto, yo estaré delante de tí, si aceptas no tienes más que mirarme a los ojos. Si cierras la caja sin mirarme, no tendrás que decirme que no. ¿Quieres casarte conmigo, princesa del sur?» Las dos primeras lágrimas, gordas y calientes, cayeron una tras otra en la taza de café con leche. Quizá hubiera debido quemar la nota sin mirarla, murmuró Paco. Ella negó con la cabeza. Él siguió murmurando palabras que ella no oía hasta que comprendió y la dejó sola con el sol que se marchaba y el café que se iba poniendo frío. Desde entonces lleva el anillo y en Navidad se va de Santa Rosa. Lucas, el del Banco, dice que ha sacado casi todo lo que tenía y ha mandado un cheque a unos cursos de esteticién de Barcelona.

3 comentarios

  • Juanma abril 10, 2012en10:48 am

    No recuerdo si este detalle se comentaba en el prólogo, pero en su momento (principios de década) estos cuentos eran una derivación de la ciencia ficción cañí que recibió el nombre de «cachava y boina», por aquello de hacer el chiste con «espada y brujería». La idea era hacer una recopilación de los cuentos de «cachava y boina» más conocidos. Años después, el tiempo sigue demostrando que los de Elia Barceló, Ramón Muñoz y Daniel Mares eran cojonudos. El resto tienen sus cositas, pero estos tres siguen siendo los destacables.

  • JJ abril 14, 2012en8:34 am

    Bueno, también dije que merecía la pena tenerlo. El problema es que hay cuentos que están ahí sólo por temática, más que por calidad.

  • Palimp abril 14, 2012en1:25 pm

    Juanma, sí, se comenta en el prólogo. Y tendríamos que tener más cuentos de este tipo.

    JJ, lo sé. En lo que estamos más en desacuerdo es sobre Gómez Meseguer y el ogro Santaolaya, que a mí me gustó mucho.

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