José C. Valdés. Cabaret Biarritz.

noviembre 2, 2015

José C Valdés, Cabaret Biarritz
Destino, 2015. 450 páginas.

Un regalo de San Jordi que por lo inesperado me hizo mucha ilusión. Autor también sorpresa, ya que no lo tenía en mi punto de mira.

Supuestamente son una serie de entrevistas que realizó un periodista sobre un suceso ocurrido en Biarritz en 1925. Un aparente suicidio que puede esconder muchos secretos.

El libro tiene dos esqueletos: la trama detectivesca para desentrañar los misterios alrededor de la muerte de la joven, y la estructuración en forma de entrevistas a los diferentes personajes. La investigación cumple su cometido de ir desvelando pistas hasta la resolución final. La segunda nos permite conocer a una serie muy diferente de personajes, pero me resultó un poco artificial que casualmente las entrevistas fueran siguiendo el hilo de la trama.

Aunque tiene un evidente tono comercial no está mal escrito, lo que ya es mucho decir para los tiempos que corren. Entretenido. Más reseñas aquí: “Cabaret Biarritz” de José C. Vales y Cabaret Biarritz, de José C. Vales .

Calificación: Se deja leer.


Es curioso, señor Miet: por alguna razón, la muerte nos obliga a lloriquear y a hacer aspavientos, y a darnos golpes en el pecho y embadurnarnos la frente y la cabeza con ceniza… como si no supiéramos que la muerte es lo que ocurre siempre. La gente se muere, mi querido amigo. Y siempre se ha muerto: no debería sorprendernos. La gente tiene la costumbre de morirse desde tiempos inmemoriales: una costumbre ancestral. Y, sin embargo, nos conmueve hasta derrumbarnos y nos atrae en los periódicos y en los libros, y nos obliga a leer los obituarios, y a indagar en todos los aspectos luctuosos de esos episodios mortuorios, y a asistir emocionados a los espectáculos fúnebres…

«Hace siglos que nadie se suicida por amor», apuntó Vilko.
Yo estaba de acuerdo con mi amigo. Por aquel entonces era común pensar que los jóvenes se suicidaban por una dolencia que llamábamos dínamarquismo; con ese término nos referíamos a las teorías de los pensadores daneses, que eran los más tristes en aquellos años. Como todos los filósofos que desprecian la vida, aquellos daneses tardaban una eternidad en morirse. Igual que los poetas, que constantemente están muriéndose de amor y ni siquiera cogen un resfriado.

Mírelos. Ahí los tiene: olisqueándose el trasero los unos a los otros, como los perros sin dueño de Les Halles. Entre ellos se catalogan y se etiquetan como modernistas, parnasianos o vanguardistas, pero yo los divido en miserables, botarates y majaderos. Y muchos de ellos cuadran en dos o más casillas.
¿Ve a aquel grupo de jóvenes muchachas junto a la ventana? Son las representantes del sentimiento sentimental. No habrá visto usted sentimientos más sentimentales y emociones más emocionantes reunidas en un solo cenáculo. Son las adoratrices de las realidades evanescentes, las sacerdotisas del lloriqueo y la quejumbre, de la incomprensión del mundo, de la neurosis, del suicidio superior, de la clase nobiliaria y esnob de la cultura, del refinado esteticismo, del flujo de la conciencia… Algunas se apuntaron a la moda de la literatura psiquiátrica, pero son las menos. En general, optan por el sentimiento sentimental de emociones emocionantes. Ya se lo digo, señor Miet: esas jóvenes son capaces de generar un flujo de conciencia sentimental de tal envergadura que el Nilo parecería a su lado un humilde arroyo montaraz. Su corriente de conciencia emocional se despeña en sus poesías y sus novelas como las cataratas del Niágara, y la bruma de sus sentimientos aéreos, etéreos, incomprensibles —teñidos de la divina locura, oh— se desliza por sus poemas doloridos, arrebatados, suspirantes, quejumbrosos, crueles, amargos, punzantes, feroces, Lacerantes… Se esfuerzan en versos incomprensibles para expresar después su dolor por la incomprensión del mundo. Les duele tanto la vida y la existencia que siempre están al borde del suicidio, y tanto padecimiento se acumula en sus versos que uno creería que van a arrojarse a un precipicio en cuanto terminen el poemita. Por fortuna, la mayoría de nuestras jóvenes modernistas de elevados sentimientos y emociones parnasianas se conforma con la quejumbre y sólo hablan de quitarse la vida cuando hay alguien prestándoles atención.
Venga conmigo, señor Miet.
Disimule. ¿Ve a ese grupo de jóvenes tomando café? Bueno, ese es el grupúsculo literario más relevante de nuestro tiempo. Literatura dura, implacable, seria, grave, ofensiva, inflexible, digna-, de una altura intelectual… ¿qué le diría yo?, como M los cuentos de Perrault, pero con más enjundia. Lo importante en la literatura de este grupúsculo es la enjundia. Puede que no hayan visto ni las tapas de Quintilano o de Blair, pero acumulan suficiente enjundia eí sus obras como para que al Penseur de monsieur Rodin le estallen las meninges. Una frase seca, una sentencia incomprensible, un pensamiento abismal, una idea misantrópica hasta la necedad…: eso es enjundia, señor mío. El desprecio del mundo es enjundioso, y la torpeza gramatical, asombro moderno.

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