Anagrama, 2010. 380 páginas.
Tit. Or. La llavor inmortal. Trad. Joaquí Jordá.
Hay un dicho que dice que los libros nacen de otros libros. También las películas beben de la tradición; lo que afirman Balló y Pérez (y demuestran con gran cantidad de datos) es que hay una serie de argumentos tipo que se van reciclando en diferentes películas.
En concreto nos dan la siguiente lista:
A la busca del tesoro: Jasón y los argonautas.
El retorno al hogar: La Odisea
La fundación de una nueva patria: La Eneida
El buen intruso: El mesías
El mal intruso: El maligno
La venganza: La Orestiada
Mártir y tirano: Antígona
Lo viejo y lo nuevo: El jardín de los cerezos
El amor voluble: Sueño de una noche de verano
El amor redentor: La bella y la bestia
El amor prohibido: Romeo y Julieta
La mujer adúltera: Madame Bovary
El seductor infatigable: Don Juan
Ascensión por el amor: Cenicienta
El ansia de Poder: Macbeth
El pacto con el demonio: Fausto
El ser desdoblado: Jekyll y Hyde
El conocimiento de sí mismo: Edipo
En el interior del laberinto: El castillo
La creación de vida artificial: Prometeo y Pigmalión
El descenso al infierno: Orfeo
Para cada argumento nos proporcionan la obra original y una serie de libros y películas inspiradas en el mismo. Por ejemplo, la fundación de una nueva patria es la inspiradora de tantos westerns de pioneros. El amor prohibido deriva en West Side History. Incluso algo tan concreto como el descenso al infierno de Orfeo puede dar una obra fantástica como Legend y otras más metafóricas como El rey pescador.
En total 21 argumentos, de los cuales 8 vienen de los griegos y, 3 de Shakespeare, la mitad. Y es que algunos genios ya lo inventaron todo, y el resto nos dedicamos a reciclar.
Muy sugerente.
El jardín de los cerezos, la última pieza teatral de Chéjov, fue estrenada bajo la dirección de Stanislavski en 1904, el mismo año de la muerte del autor, y es la culminación de la gran dramaturgia del escritor ruso a caballo entre un teatro burgués bien hecho y un teatro revolucionario. Chéjov, inventor de los tiempos muertos y potenciador de la impresión por encima de la acción, encuentra los detalles mínimos capaces de conferir una intensidad sin precedentes a escenas donde aparentemente no ocurre nada. Chéjov canta en sus textos el tránsito entre el mundo viejo de la aristocracia rusa venida a menos y las nuevas formas de un incipiente capitalismo burgués, que la revolución hará entrar en crisis. Lúcido sobre el curso de la historia pero alejado de la agitación política, Chéjov es el creador de inolvidables seres visionarios, empeñados en creer en una utopía que sabía expresar en páginas llenas de ambigua fascinación por un futuro donde se instaurará una vida nueva, una vida feliz, como dice uno de los personajes de Las tres hermanas.
El argumento, pese a su sencillez, configura un referente utili-zadísimo en la ficción posterior, especialmente la cinematográfica. La casa de Liudiov Andreievna, la protagonista de la obra, tiene unos magníficos cerezos, símbolo del esplendor que un día había alcanzado. Cuando la obra se inicia, Andreievna regresa de un largo viaje al extranjero, adonde se había desplazado siguiendo a un amante que ha terminado por arruinarla. A su vuelta, la casa comienza a manifestar indicios de decadencia; las deudas de Andreievna obligan a subastarla. Los restantes habitantes de la mansión familiar ven perder irremisiblemente sus años dorados. Entre los personajes sólo Trofimov, estudiante y amigo de la familia, que cree en los ideales revolucionarios, intenta hacerles ver que aquella mansión es signo de un pasado que ya no puede volver. Menos sentimental, Lopachin, un pragmático comerciante, les aconseja que dividan la hacienda, construyan chalets, y especulen con ellos aprovechando la proximidad de la estación de ferrocarril. Pero el orgullo familiar es demasiado fuerte para desprenderse así de la histórica mansión y del jardín que simboliza su fastuosidad. Cuando, finalmente, cargados de deudas, no tengan otro remedio que vender el bellísimo jardín, será el tal Lopachin quien lo compre para llevar a término por su cuenta el pro-
yecto especulativo. La obra finaliza con el rumor de los obreros talando los árboles del jardín, mientras los personajes de la familia, desalojados, tienen que abandonar la casa para iniciar una vida sin futuro.
Una radiografía del tedio
El jardín de los cerezos nos propone un modelo argumental edificado sobre tres pilares: el tiempo, la casa y la familia. El tiempo se convierte en un enemigo que lo absorbe todo; la casa se mantiene como espacio exasperante donde se respira la atmósfera decadente; la familia será la protagonista inactiva del cambio irrefrenable. Pero lo más importante de este argumento es su toque impresionista, su atmósfera. La influencia de Chéjov se deja sentir en el tono evocador y melancólico que impregna todas las películas que tratan el tema de lo viejo y lo nuevo. Obras que respiran el mismo ciclo expositivo de El jardín… y otras piezas chejovianas: instantáneas despojadas de gran acción, tendentes a la concentración, donde todo lo importante pasa a segundo término, siempre expresado en voz baja. En menudísimas dosis dramáticas, entre el inicio y el final de la obra el espectador contempla la ruina definitiva de una familia y el final de una época.
Chéjov nos habla de la muerte a través de la radiografía del tedio: la muerte rodea a los personajes, pero sus sentimientos siguen vivos, y de esta dialéctica trágica surge una vibración melancólica y opresiva que podemos reconocer en todos los films construidos sobre la sutil confrontación entre lo viejo y lo nuevo.
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