Incluye los siguientes relatos:
La persistencia de la visión
En el cuenco
Cantad, bailad
Perdido en el banco de memoria
En el salón de los reyes marcianos
El fantasma de Kansas
Muy representativos de lo que fue la nueva ola y de lo que más me gusta a mí de la ciencia ficción. Lo más interesante no es lo extraño de mundos o situaciones, sino lo que les pasa a las personas que las viven. Una extraña comuna en la que todos son ciegos. Unas gemas de Venus que son tan valiosas como difíciles de obtener. Simbiontes de plantas y humanos con un extraordinario talento para la música. Una conciencia atrapada dentro de un ordenador. Una expedición a Marte que debe apañárselas para sobrevivir. Una artista de la metereología que tiene a un extraño asesino detrás.
Como ven, una variedad de temas que captan el interés. Mi preferido es Perdido en el banco de memoria tanto por la situación como por la manera de enfocarla. Aunque La persistencia de la visión es un relato que siempre he tenido en la memoria.
Una reseña que explica más el contenido de los cuentos: La persistencia de la visión
Muy bueno.
Allá por los sesenta, Taos era el centro de los experimentos culturales de modos de vida alternativos. Muchas comunas y cooperativas erigidas durante aquel tiempo en las colinas circundantes se habían ido al garete en unos pocos meses, o años, pero unas pocas habían sobrevivido. En los últimos años, cualquier grupo con una nueva teoría acerca de la vida y con el anhelo de ponerla a prueba había gravitado hacia aquella parte de Nuevo México. Como resultado de todo ello, el lugar estaba repleto de desvencijados molinos de viento, paneles solares, domos geodésicos, matrimonios de grupo, nudistas, filósofos, teóricos, mesías, ermitaños, y más locos de los que debería haber.
Taos era algo grande. Podía penetrar en la mayor parte de las comunas y quedarme allí un día o una semana, comiendo arroz orgánico y judías y bebiendo leche de cabra. Cuando estaba cansado de la caminata en cualquier dirección, me llevaban hasta otra. Allí, tanto me podía ser ofrecida una noche de plegarias y cánticos como una orgía ritual. Algunos de los grupos poseían establos inmaculados con ordeñadoras automáticas para multitud de vacas. Otros no tenían ni siquiera letrinas; se limitaban a acuclillarse en cualquier sitio. En algunos, los miembros iban vestidos como monjes, o como cuáqueros de la Pennsylvania primitiva. Más allá iban desnudos y con todo el pelo del cuerpo afeitado, y pintados de color violeta. Había sendos grupos exclusivos masculinos y femeninos. En la mayor parte de los primeros me pedían que me quedara; en los segundos, las respuestas iban desde el ofrecimiento de una cama para la noche y una buena conversación hasta el recibimiento a punta de fusil detrás de una cerca de alambre con espinos.
Intenté no enjuiciar a nadie. Aquella gente estaba haciendo algo importante, todos ellos. Se dedicaban a probar formas de no tener que vivir en Chicago de nuevo. Aquello me maravillaba. Yo había pensado que Chicago era algo inevitable, como la diarrea.
Eso no quiere decir que todos ellos tuvieran éxito en su empeño. Algunos hacían que Chicago pareciera un Shangri-la. Un grupo parecía creer que volver a la naturaleza consistía en dormir en una pocilga y comer unos alimentos que un carroñero desdeñaría tocar. Muchos estaban obviamente sentenciados. No dejarían tras de sí más que un grupo de barracas vacías y el recuerdo del cólera.
Así que el lugar no era el paraíso; le faltaba mucho para ello. Pero había algunos éxitos. Uno o dos grupos se hallaban allí desde el sesenta y tres o el sesenta y cuatro, e iban ya por su tercera generación. Me sentí algo decepcionado al comprobar que la mayoría de ellos estaba constituida por aquellos que menos se habían apartado de las normas de comportamiento establecidas, aunque algunas de las diferencias podían resultar sorprendentes. Supongo que los experimentos más radicales eran los que menos probabilidades tenían de dar fruto.
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